Con el paso del tiempo, hemos aprendido que cada civilización y pueblo originario de nuestro país ha tenido sus propias creencias, sin embargo, el punto en común, según sus tradiciones, es que la vida terrenal tiene un fin pero hay un camino después de ella.
Por lo tanto, desde hace muuuchos años, se sabe de la existencia de rituales para encaminar a los difuntos hacia el espacio que les correspondía de acuerdo con la causa de su muerte, o del status que tenían ante la sociedad.
Para despedirnos del Día de Muertos por este año, investigamos sobre cómo percibían la muerte en la cosmovisión náhuatl prehispánica, en la cultura mixteca, y también sobre la concepción actual de la muerte en los pueblos wixaritari .
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Para los pueblos nahua la muerte era una continuación de la vida. De acuerdo con el artículo Día de Muertos en el mundo náhuatl prehispánico del investigador Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, Patrick Johansson, había cuatro lugares a los que podían ir los fallecidos y esto dependía de la causa de su muerte.
Pero antes de revisar quienes iban a qué lugar, tenemos que hablar del ritual que precedía a la muerte.
Según la tradición, cuando una persona fallecía un grupo de mujeres se encargaba de llorar para crear un ambiente adecuado para propagar la tristeza.
Al difunto se le cortaba un mechón de cabello, el cual se colocaba en la urna con las cenizas junto con otro mechón cortado el día de su nacimiento, pues se creía que el alma del ser se encontraba en el mechón de cabello detrás del copete.
En la urna se juntaban las cenizas del difunto, los dos mechones de cabello y una cuenta de jade verde que simbolizaba la metamorfosis del cuerpo entre la vida y la muerte, menciona el arquéologo Miguel Báez.
Después de este paréntesis necesario, ahora sí, hablemos de los cuatro lugares a los que iban los difuntos.
El Mictlán
Las personas que morían por causas naturales descendían al Mictlán, también llamado El lugar de los muertos, donde reinaba el dios Mictlantecuhtli.
En el descenso hacia el Mictlán, los difuntos tenían que sortear obstáculos para poder llegar. En la primera parada del inframundo había dos montañas que chocaban una contra otra y amenazaban con capturar a quienes pasaban por ahí.
También tenían que pasar por un camino cuidado por una serpiente, siete páramos y siete terrenos montañosos.
Al llegar ahí, los difuntos se encontraban con un lugar donde el viento soplaba fuerte. En todo este camino, los muertos eran acompañados por un perro xoloescuincle.
Según la tradición náhuatl, cuando el espíritu del muerto llegaba al río del inframundo, montaba el lomo de su perro para atravesar las aguas y llegar hacia donde estaba ‘el señor del Mictlán’.
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El Tlalocan
Los difuntos podían llegar al Tlalocan, reino de Tláloc, el dios de la lluvia. Allí, llegaban quienes morían al ser alcanzados por un rayo, los que morían ahogados o los enfermos de lepra.
Según la tradición, algunos de los que morían a causa de un rayo o por ahogamiento eran elegidos por los dioses para que vivieran en un paraíso con el dios Tlalocatecutli, en un lugar donde siempre había verduras frescas, maizales verdes, y flores frescas.
Tonatiuh ichan: la casa del sol
A la casa del sol llegaban quienes habían muerto ‘al filo de la obsidiana’; es decir, los que morían en combate, o también aquellos que eran sacrificados después de enfrentarse contra el enemigo.
Las mujeres que morían en el parto también llegaban a la casa del sol ya que eran consideradas guerreras que fallecieron en el combate.
El Cincalco
El espíritu de los niños iban al Cincalco, a la casa del dios llamado Tonacatecutli, un lugar descrito como “donde hay todas maneras de árboles, flores y frutos”.
Los niños que morían en la etapa lactante iban a otro lugar probablemente dentro de Cincalco, llamado Chichihualcuauhco donde eran alimentados con un néctar vegetal que emanaba de un árbol con pechos colgantes.
La curadora e investigadora del Museo Nacional de Antropología, Martha Carmona detalla que en la mitología mixteca, hay tres planos en donde pueden llegar los muertos: el celestre, el terrestre y el inframundo.
El primero era dedicado a los dioses y fundadores de dinastías quienes se habían convertido en deidades, en el medio habita el hombre “cuya existencia y muerte está regida por los dioses”, y en el tercer nivel, el inframundo, lugar de los ‘descarnados’ donde gobernaba la pareja de deidades: Iya Andaya y la diosa Ñu Q Cuañe.
A diferencia de otras civilizaciones prehispánicas, sobre la cultura mixteca se desconoce por cuántos niveles tenían que pasar lo difuntos para entrar en los dominios de los dioses de la muerte, de lo que sí se tiene conocimiento, asegura Carmona, es que enterraban a sus cadáveres con ofrendas y comida para que satisficieran sus necesidades en el camino hacia el inframundo.
Para la cultura wixárika, cada uno de los dioses y diosas están asociados a desastres naturales, así como con elementos relacionados con el sustento y la fertilidad.
De acuerdo con información del Museo Huichol de Arte Wixarica ubicado en Zapopan, Jalisco, anteriormente, cuando alguien moría, el cadáver era enterrado en casa. Ahora entierran a los muertos en cementerios o cuevas donde los cadáveres son atados con tela y enterrados en la superficie del suelo.
Los fallecidos son enterrados junto a sus objetos personales, como sombreros, zapatos, un cuenco para llevar agua y dinero para pagar lo que necesite en su otra vida.
El cadáver se coloca con la cabeza apuntando hacia el oeste. El Mara ‘akame, quien se encarga de cuidar los objetos personales del muerto, hace señales hacia el este, que es hacia donde el alma debe viajar
De acuerdo con este artículo de Johannes Neurath, profesor e investigador del Museo Nacional de Antropología, el rito de despedida de los muertos recibe el nombre de Witaimari y se celebra cinco días después del fallecimiento.
En la despedida se realiza una fiesta donde se sirven las comidas y bebidas favoritas de la persona.
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