Las Kardashians –Kim, Kourtney y Khloé– son tres hermanas sin ningún talento y, aún así, todo el mundo las conoce.
Un domingo de 2007 estrenaron un reality show que las presentaba en sus momentos más ordinarios: paseando al perro, al frente de su boutique en Calabasas o cenando en un restaurante lujoso de Sunset Boulevard. La trama de Keeping Up with the Kardashians era, en resumen, inexistente.
Fieles al emblema de Los Ángeles, la vida de estas mujeres seguía el vaivén embriagante de las palmeras que, no por repetitivo y lento, deja de causar fascinación.
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A la familia habría que agregar a Kendall y Kylie Jenner, hijas del segundo matrimonio de la matriarca y taumaturga: Kris Kardashian.
Poca gente habla de la habilidad poética de Kris, productora ejecutiva de las veinte temporadas al aire, y si acaso le reconocen algo es su olfato entrenado para los negocios: “Money, honey”.
Después de 20 temporadas en 14 años -más de 260 capítulos y varias películas y programas derivados-, el reality show termina en 2021.
La última temporada de Keeping up with the Kardashians saldrá al aire en marzo de este año.
Como todo drama clásico, éste comienza con un rapto.
Unos meses antes del estreno de la serie, “se filtró” a la prensa un video sexual hecho en casa en que aparecían Kim y su exnovio, Ray J.
La filtración se empleó de inmediato para ajustar las cuentas del divorcio y humillar a Kim.
Ya lo sabíamos: un video porno tiene el poder de destruir la vida de una mujer.
Alto. No mientras Kris estuviera de guardia. En cuanto vio venir el tsunami de reproducciones infinitas de la cinta pornográfica y los violentos aires de persecución contra su hija favorita, Kris sacó la tabla de surf y convirtió el motivo del acoso en el centro de gravedad del reality.
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Hay quienes aseguran, como Ian Halperin en su libro Kardashian Dynasty, que la misma familia firmó un contrato para la viralización del video.
De ser así, quedaría aún más confirmada la habilidad de Kris para anticipar la reacción de la audiencia y capitalizarla.
Keeping Up With the Kardashians comienza con una imagen del trasero de Kim, que se expande generosamente dentro de sus mallones cuando ella se inclina para sacar algo del refrigerador.
“I think she has a little junk in her trunk”, le susurra entonces la visionaria madre de cinco mujeres a la hermana menor.
Con esas diez palabras callejeras que describen un culo redondo, Kris recuperó la prenda robada y regresó la sexualidad de su hija al ámbito de lo ¿privado?
Si el trasero de Kim iba a ser tema de conversación sería bajo las reglas del clan, con guion propio y regalías claras.
En este capítulo, Kris le recomienda a Kim ser honesta al hablar sobre el video:
En ese momento dio inició uno de los programas de telerrealidad más exitosos de todos los tiempos.
Para muestra, un botón: la fama de sus protagonistas tiene tal impacto en las redes sociales que cuando Kylie Jenner publicó un tuit en el que sugería que Snapchat ya no era de su agrado, la compañía perdió más de mil millones de euros y su popularidad se fue en picada.
sooo does anyone else not open Snapchat anymore? Or is it just me… ugh this is so sad.
— Kylie Jenner (@KylieJenner) February 21, 2018
Las dimensiones y texturas de las nalgas de Kim se convirtieron en su rasgo característico y en la materia prima del imperio Kardashian.
Al punto de que, hace unos años, la youtuber Ter (una arquitecta madrileña) diseñó un sistema métrico basado en el culo de Kim (cuyo volumen de es 0.047 m3) y propuso usarlo para sustituir la proporción áurea como unidad básica de medida.
Más que seguir una trama, el reality se dedicaba a dar cuenta de las polémicas de Kim y, gradualmente, del resto de sus hermanas.
La que en algún momento fue gurú de estilo de Paris Hilton se convirtió, antes de los treinta, en una de las mujeres más influyentes del globo.
Las Kardashians entendieron que el gran público se asfixia sin chisme y, si se lo vendes bien, paga el millón por un cacahuate.
Aunque el show tenía buen rating, ellas olfatearon la decadencia de la televisión a principios de los 2010 y extendieron la experiencia Kardashian al naciente universo de las redes sociales.
Para conocer todos los detalles del asunto en boga, tenías que seguir a las hermanas en sus perfiles de Snapchat, Twitter e Instagram.
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Una vez cautivo, el enjambre de seguidores estaría expuesto a la venta de cualquier objeto luminoso que las Kardashians consumieran.
Compañías refresqueras, marcas de ropa, productos de maquillaje, destinos turísticos, pañales para la incontinencia y un tropel más de productos se volvieron clientes de la familia y una aparición de apenas unos segundos se traducía en fajos de dólares para los proveedores.
Las antenas agudas de Kris indicaron la necesidad de crear marcas propias de la familia.
Así fue como lanzaron su propio lote de fajas para moldear la figura (correcto: el modelo era el cuerpo de Kim), su línea de maquillaje (correcto de nuevo: enfocado en resaltar los rasgos de cualquier rostro para acercarlos a los de Kim) y, más adelante, una guía de estilo de vida, recetario para seguir la vida perfecta de Kim.
Cada vez que el universo Kardashian se aleja de su público objetivo, nace un drama que nos recuerda nuevamente que Kim es humana como las demás.
En 2016, durante un viaje de negocios en París, cinco hombres entraron a su habitación de hotel en uno de los pocos momentos en que el ojo avizor de las cámaras estaba cerrado.
Cuando lograron meterse a la suite, Kim dormía desnuda en su cama king size. La amordazaron y se llevaron el anillo de compromiso que Kanye West le había regalado tras el nacimiento de su primera hija, North.
En el recuento de esa noche, Kim repite ahogada por las lágrimas cuantas veces sea necesario que su único miedo era el que todas las mujeres hemos compartido en presencia de hombres desconocidos: “Me van a violar. Me van a violar. Me van a violar”.
Esta es una parte de la entrevista que tuvo con David Letterman en My next guest needs no introduction:
Es así: dejando de lado las cifras estratosféricas en las cuentas de banco, Kim y yo y Kim y tú y Kim y ella compartimos la misma fragilidad frente a la estructura patriarcal que ataca a la vuelta oscura de cualquier esquina.
El punto final de la serie se levantó en el horizonte cuando Kim detuvo su mirada distraída en un tuit sobre el caso de Alice Marie Johnson, que llevaba veinte años presa y estaba condenada a cadena perpetua por un delito menor.
Indignada, se metió en un vestido de diseñador y fue a la Casa Blanca. Tras unas horas consiguió el indulto de Donald Trump.
Unos meses después la caída del dominó no tenía vuelta atrás.
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Kim dirigió con éxito una campaña a favor del perdón para Chris Young, sentenciada de por vida tras asesinar a un hombre que había pagado para tener sexo con ella, cuando tenía apenas 16 años.
Fue entonces cuando las dudas se despejaron de su hermosa cabeza, ataviada con extensiones de cabello natural de más de un metro de largo: iba a estudiar Derecho en el Colegio de Abogados del estado de California, siguiendo los pasos de su padre, Robert Kardashian, célebre defensor de caso contra el exfutbolista O.J. Simpson por homicidio múltiple.
Su graduación está programada para principios de 2022.
Kim, ahora madre de cuatro hijos (dos de ellos por embarazo subrogado), divorciada en tres ocasiones y poseedora de un patrimonio que roza los 200 millones de dólares, será una defensora especializada en resolver condenas de personas injustamente cautivas.
Quizás tanto tiempo encerrada en la pantalla le despertó una empatía irrevocable por la libertad humana.