El cine ya no puede quedarse más en una oficina en la que se decide todo: historia, guion, reparto. Al contrario, tiene que salir a las calles, llenarse de la gente, escuchar sus vidas y transformarse. Así es el cine de Ainhoa Rodríguez, la directora española que presentó en México su ópera prima Destello Bravío, película que hizo “con las tripas”, es decir, sintiéndola
En entrevista confiesa que el hacer Destello Bravío se dio a partir de “algo casi profundamente egoísta”: sacias una necesidad creativa. SU necesidad creativa.
Y puede que haya sucedido eso, pero el resultado tan lleno de comunidad, tan compartido, tan de la raíz, transforma ese egoísmo en un trabajo de muchas a la vez de ser profundamente personal.
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“Necesitaba un pueblo pequeño, casi como para hacerme con él, para construirme porque es una película donde ese pueblo y los pueblos aledaños y las provincias se han echado a la calle, nos han abierto sus casas. Evidentemente todo eso es un trabajo de mucho tiempo, de mucho cariño, de mucho conocimiento, de pasar muchas pruebas de ponerte a prueba”, dice la cineasta.
Ainhoa, quien es docente de Lenguaje fílmico y doctora en Lenguaje y análisis fílmico, se fue a vivir a un pequeño pueblo español por casi un año y, cuenta, el guion fue armándose conforme conocía más a las protagonistas y a los habitantes del lugar.
La película relata la historia de las mujeres de un pueblito en el área rural de España. Este lugar parece estar suspendido en el tiempo: se está quedando sin jóvenes, quienes migran a las ciudades a trabajar y estudiar, y poco a poco se quedan sólo las personas mayores.
Entre que nada extraordinario ocurre, y a su vez estas mujeres tienen muchísimas ganas de vivir experiencias que las hagan emocionarse y reencontrarse con ese viejo pueblo que las hizo felices en otros tiempo.
Ainhoa Rodríguez grabó a actrices naturales de Puebla de la Reina —es decir, que no tenían experiencia previa—, un pueblo del área rural de Extremadura, España. Para ello, vivió durante nueve meses en el lugar y fue adentrándose en el pueblo, en su gente, en sus costumbres, en sus días, sueños, risas y emociones.
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Con este vínculo, Ainhoa fue tejiendo la historia y una relación con las actrices que, así como tiene tintes de surrealismo, también tiene la esencia precisa (y preciosa) de las protagonistas.
Con paciencia y dedicación, Ainhoa fue conociendo a las actrices. El primer contacto se hizo a través de un taller de Cine y miradas no normativas, así como del casting.
A Puebla de la Reina llegó con una primera idea ya moldeada… pero pronto se transformó en otra cosa.
“La misma película se conformó y yo dejé que el propio pueblo habitara mi guion y todo lo que fui conociendo, y la investigación y trabajo de campo, porque el cine ya no es el cine clásico de molde de piedra, inmune en un despacho encerrado. El cine tiene que salir a las calles y tiene que dejar que las calles, los lugares habiten la película y la película esté dispuesta a ser transformada por los lugares y las experiencias vitales que va a descubrir”, dice.
Claro que esta metodología resulta, por lo menos, peculiar, pero justamente fue una manera de construir el guion, hacer casting, trabajo de campo, etc.,
“Es como tener muchos platos haciendo malabarismo: a la vez girando todos al mismo tiempo y de repente se van cayendo algunos, parando otros y luego van quedando los fundamentales. Luego se hace un guion férreo al final que es el que tenemos para hacer el rodaje”.
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La directora detalla que para hacer una película evidentemente se requiere de una metodología, unas herramientas que se van ganando con experiencia, “pero el cine se hace con las tripas y con ésta arma poderosa que tenemos las directoras y directores que es la inducción”, dice.
Explica que esta “inducción” a veces se siente como algo “casi espiritual” por una persona que será importante para tu historia.
¡Claro que sí! Todavía queda esta y la próxima semana para ir a verla a la Cineteca Nacional y aquí te van los horarios:
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Foto: Cortesía