A finales de los años 60 y principios de los 70, dos de las décadas más turbulentas de la historia humana moderna, apareció una nueva generación de cineastas que vio en el horror la posibilidad de criticar su entorno, de apropiarse de su caótico cotidiano para convertirlo en el base de un género tradicionalmente despreciado por los círculos intelectuales.
Realizadores como George A. Romero (La noche de los muertos vivientes), John Carpenter (Assault on Precinct 13), Tobe Hooper (La masacre de Texas) o Wes Craven (The Hills Have Eyes), por citar algunos, adquirieron rápidamente fama gracias al trasfondo político de su trabajo.
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Nacido en Chicago, Estados Unidos, Sherman entendió como pocos la manera en que el horror no era un escape de nuestra realidad sino el espejo de la misma. Basta leer el entusiasmo expresado por Guillermo del Toro al hablar de la ópera prima del realizador norteamericano: Death Line (1972).
“(la película) está permeada por el tipo de poesía sombría exclusiva del género del horror. Siguiendo la gran tradición gótica, rayos de luz, tan puros como puedan imaginarlos, brillan dentro de la oscuridad, la compasión de la heroína por el monstruo es válida sólo por su terrible experiencia: la inmaculada cualidad del amor subterráneo del hombre sólo puede ser apreciada a través del velo de la brutalidad, la épica estatura de su misión es representada por las pilas de cadáveres de sus ancestros,” sentenció el cineasta mexicano en una entrevista para la revista Sight & Sound, del British Film Institute, al ser cuestionado sobre su más “prestigiosa obsesión”.
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La cinta, que será presentada por el Mórbido Fest como parte de su homenaje a Gary Sherman en su edición 2019, plantea que bajo el Metro de Londres un grupo de hombres y mujeres ha vivido en condiciones infrahumanas por décadas, tras quedar atrapados en un túnel después de un accidente que el gobierno se negó a resolver.
Un funcionario gubernamental desaparece en el andén, la policía comienza a buscar a sus victimarios hasta descubrir que las verdaderas víctimas se han visto obligadas a recurrir al canibalismo y el incesto gracias al desprecio institucional.
Por aquellos años, Sherman se encontraba en Inglaterra disfrutando de los frutos de un exitoso paso por el mundo de la publicidad, donde compartía proyectos con uno de sus mejores amigos, Jonathan Demme (El silencio de los inocentes), sin embargo era evidente para todos a su alrededor que el joven realizador tenía su futuro en el mundo del cine.
“Alguien me presentó a John Daly, de la Hemdale Film Corporation, y nos hicimos amigos. Él me dijo que escribiera algo de horror, que si era de terror sin duda se haría. Comencé a pensar que sería muy fácil esconder un mensaje político en una película de ese tipo. Se había hecho mucho en la literatura, Frankenstein era bastante político cuando lo escribió Mary Shelley; lo mismo con Drácula, cuando se le ocurrió a Bram Stoker. Era regresar a la esencia del horror y pensé que podía hacerlo,” comentó Sherman en entrevista.
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La vena más política de su vida había nacido junto con él en Chicago, donde Sherman fue testigo de la brutalidad policial en contra de las clases más pobres y de la Convención Demócrata de 1968, que generó disturbios por toda su ciudad natal.
“Era un hombre bastante político, por eso estaba viviendo en Inglaterra. Después de la Convención Demócrata de 1968 en Chicago, no podía seguir en los Estados Unidos. No era un país donde quisiera estar, muy similar a hoy día. Ahora tengo menos elecciones, cuando era joven sólo agarré mis maletas y me fui… me mudé a Londres, donde todos insistían que hiciera una película, pero lo único que quería hacer era cine político. Mi cuerpo y mi cerebro no querían otra cosa”.
Foto:IMDb
“Una de las cosas que tiene Inglaterra es que se creen superiores a todos los demás. Siempre decían que en Estados Unidos somos racistas y otras cosas, yo sólo me preguntaba: ¿ustedes no lo son? Les contestaba que nunca había vivido en un lugar tan racista, en Inglaterra pasan cosas que ni siquiera sucederían en los peores años de Alabama. Es la distinción de clases, que para mi es igual que el racismo. Entonces me dije: chinga tu madre, Inglaterra, aquí está tu racismo”, recordó entre risas.
Esta mirada a los oprimidos, que terminan por convertirse en seres ferales por el desdén de las clases altas, es, para Gary Sherman, lo que mantiene a su película vigente a casi 50 años de su estreno.
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Los de abajo siguen estando condenados por la sociedad. “No hay nada maligno en su persona (de El Hombre), él es el héroe de la película no el villano. Así lo quise desde el principio, es el único personaje empático de toda la cinta. Ningún otro de los que aparecen tiene ese grado de empatía. Los demás van desde la intrascendencia a la maldad. No hay humano que sea un héroe en la película. Es el único personaje que amo, es una víctima, un descendiente de víctimas. Es la idea detrás de todo, pertenece a una clase de personas que los de arriba no comprenden. ¿Cómo lo harían? Nunca han vivido abajo.”
Es un punto que fue apreciado, y sublimado en su trabajo, por Guillermo del Toro, como lo expone en la entrevista que concedió a Sight & Sound: “Como en las mejores películas de terror, la perspectiva de Death Line es la del perdedor y hace de la sociedad el verdadero villano. El monstruo de Sherman es una criatura frágil, el último desgraciado desfavorecido destruido al final por un insensible proto-yuppie. El mundo subterráneo y sus habitantes son las criaturas del hombre: la compañía anónima responsable de su terrible experiencia se declaró en bancarrota y abandonó a los sobrevivientes. Entonces, Londres olvida a sus niños marginados, solo para verlos resurgir varias generaciones más tarde como caníbales criaturas.”
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Sin embargo, pronto tuvo que olvidarse de los buenos comentarios e inició una pelea cuesta arriba en un negocio donde el arte y las ideas no tienen lugar en las ambiciones financieras de productores y estudios.
Death Line dejó buenos números en la taquilla inglesa y, como muchas otras, fue vendida para su distribución internacional a la American Independent Pictures, quienes valoraron como extraña y poco clara a la cinta de Sherman. Entonces decidieron alterarla, mutilarla hasta transformarla en algo que no empataba con la visión de su autor.
“Death Line tuvo mucho éxito en Europa, entonces la compró American Independent Pictures. A. I. P. Tres siglas que me van a provoca terror en el cerebro por el resto de mi vida. Ellos convirtieron Death Line en Raw Meat, la volvieron a cortar y le quitaron el plano secuencia central de la película. Lo hicieron fragmentos y lo distribuyeron a lo largo de su corte. Sacaron muchas de las escenas de Donald Pleasence, incluso lo doblaron porque pensaron que el público americano no iba a entender su acento.
“Odié lo que le hicieron a la película y su campaña de promoción. El poster que diseñaron es desagradable. Lo mejor es que nadie fue a verla, Robin Wood, uno de los críticos más importantes de aquellos años, publicó un artículo en Village Voice donde decía ‘no vean Raw Meat, esperen a ver Death Line porque es una película brillante. Raw Meat es mierda, es increíble lo que le hicieron a la película’. Tituló su artículo “Masacrada”.
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“Tan pocos la vieron, que pronto la quitaron del cine. Entonces estaba en Londres, viviendo en Inglaterra, quería volver a los Estados Unidos en algún punto, pero con esa invitación a hacer películas en América me dije que no quería pasar por eso otra vez. Al demonio, tenía una carrera exitosa en la publicidad, regresé a eso en Inglaterra”, rememoró Sherman.
En Dead & Buried, la compañía distribuidora exigió escenas gore, cuando su corte eludía la sangre hasta la última escena y buscaba retratar las consecuencias del totalitarismo, “si quisiera que Bergman hiciera una película de terror, contrato a Bergman. Hiciste una película de arte, es momento de transformarla en una de terror”, le espetó el distribuidor Mark Damon, de la PSO (Producers Sales Organization), al director.
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Años después llegó Poltergeist III, donde la protagonista falleció a mitad del rodaje y la Metro Golden Mayer obligó a todos los involucrados a terminar el largometraje como pudieran. O Lisa, uno de sus proyectos más deseados sobre una adolescente finge ser adulta para enamorar a un atractivo hombre de negocios por medio del teléfono sin saber que en realidad es un asesino, sólo para que terminada la filmación el estudio que la acogió anunciara su bancarrota y condenara la película en el olvido de la televisión por cable.
Por cada contratiempo hay ideas al interior de su filmografía que mantienen su espíritu de lucha política, como el comentario en contra de la esclavitud sexual de Vice Squad o condenando el terrorismo en Wanted: Dead or Alive. Trabajos que mezclan el entretenimiento con reflexiones sobre el mundo en que vivimos.
“El horror es maravilloso para lo político porque no sólo estás predicando. Puedes hacer una película que todos disfruten aun si quieren el mensaje político o no. Mi razón para hacer películas, más allá de la política, es entretener al público, me gusta divertir a la audiencia. Asustarse, reír. Pienso que le sucede mucho a los directores de horror, son de los cineastas menos egoístas. Los mayoría de los grandes directores del género hacen sus películas para entretener el público, todo lo que está en su cabeza cuando arman la película es eso. En los otros géneros, el ego del cineasta se involucra. Se vuelve pretencioso. En el horror puedes hacer ambos”, concluye.
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Death Line se presenta el viernes 1 de noviembre a las 20hrs en Cinemanía Loreto con presencia de su director.