Cuando era adolescente quería cambiar el mundo.
Hoy, como adulto, admiro mucho a las personas que trabajan activamente por esa meta desde las trincheras del activismo, el gobierno o el diseño de políticas públicas.
Su temperamento es impresionante: el de la negociación, la resistencia a la frustración; la determinación de empujar, poco a poco, paradigmas políticos que beneficien a todas las personas dentro de un sistema que hace todo por actuar en contra.
Las admiro porque me reconozco incapaz de realizar ese tipo de trabajo: no tengo esa paciencia. Mi corazón está puesto en otra parte.
Desde hace muchos años comprendí algo de mí:
No creo poder cambiar el mundo, pero creo que sí puedo ayudar a hacerlo un poco menos terrible y tanto más placentero.
Al menos para algunas personas.
Quizás por eso soy psicólogo y, si me pongo romántico y se me permite jugar tantito con mi ego, creo que esa es la vocación de la sanación: no tanto la de resolver sino la de acompañar y procurar procesos de salud y bienestar, incluso —y tal vez, sobre todo— cuando el mundo se está cayendo a pedazos.
Es el inicio de una década y, según algunos, quizás la última.
Si el mundo se acaba pronto —o no—.
Si la economía entra en una recesión y lo perdemos todo —o no—.
Si el meteorito o los aliens caen desde el cielo —o no—.
Si el gran temblor que terminará por engullir para siempre a la CDMX que habito decide hacer su aparición y recordarnos que somos apenas un parpadeo insignificante en el larguísimo continuo de la existencia del universo —o no—.
Si sencillamente la vida sigue como sigue, con sus bellezas y horrores, con sus injusticias lacerantes y sus momentos de ternura y todos los puntos en medio, creo que por lo menos hay que intentar pasarla lo mejor posible.
Si hay un centro de mi vida y mi trabajo, es el placer. Quizás por eso elegí la sexualidad como área de especialización. Del placer nace todo: las ganas de existir, comunicarnos, conectar, celebrar.
Sentir placer es celebrar que tenemos vida.
El deseo de placer nos hizo adornar el tiempo y crear la música, adornar la comida y crear la gastronomía, adornar el espacio y crear la arquitectura, adornar el sexo y crear el erotismo.
Quiero pensar que mi disciplina va orientada a convertirme en un hedonista consciente: alguien que pueda disfrutar al máximo del placer que se puede obtener de esta vida, al mismo tiempo que procure el de las otras personas.
Después de todo, como me dijo mi madre alguna vez “¿si la vida no te perdona los dolores por qué has de perdonarle los placeres?”
Y siendo así como soy, tengo algunos deseos para este año que inicia (y por qué no, para la década entera).
Que construyamos un mundo donde quepan todos los mundos y todas las orientaciones, identidades y sexualidades.
Y que la libertad de decidir cómo, cuándo, con quién y en qué circunstancias compartiremos nuestros cuerpos y nuestras vidas con consentimiento, cuidados y cariño, sea un derecho inalienable e incuestionable.
Feliz 2020, feliz década por venir.