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Jul 01/2022

¿Cómo decirle a mis papás mi diagnóstico psiquiátrico?: Un diálogo complicado, pero necesario

Ilustración: Jesús Santamaría | @re_ilustrador

Últimamente he escrito mucho sobre recibir un diagnóstico psiquiátrico. Quizás porque yo lo he experimentado o quizás porque es el día a día en mi trabajo, pero cada vez me parece más evidente que identificar una etiqueta que ayude a explicar lo que sucede en nuestras mentes es una experiencia con múltiples repercusiones para la vida de quien la recibe.

Una de esas repercusiones es la del diálogo con la familia, particularmente con los padres y las madres. Como suele ser cuando nos suceden cosas que se salen de las expectativas (y vaya, creo que un diagnóstico casi siempre es algo que no se desea), el diálogo suele ser complicado y difícil de anticipar.

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Por ello escribí ahorita algunos puntos que creo que pueden ser útiles para las personas que acaban de recibir un diagnóstico y lo van a compartir con sus padres o madres:

¿Para qué quieres contarles?

La primera cosa que sugeriría tomar en cuenta es intentar responder, ¿por qué deseas contarles? ¿Qué estás buscando, qué respuesta esperas obtener? ¿Apoyo económico? ¿Consuelo? ¿VENGANZ, digo, eh, empatía?

Tener claridad respecto a lo que estás buscando al hablar con tus padres puede ayudar a guiar la conversación. Lo ideal, por supuesto, sería recibir comprensión y escucha total e inmediata. Sin embargo, esto no siempre sucede.

Por ello creo que vale la pena comenzar definiendo las expectativas propias: Quiero decirles [qué cosa] por [este motivo] esperando [esta respuesta]. 

Definir la expectativa personal puede servir mucho para llevar la conversación. Por ejemplo: vamos a suponer que eres estudiante y necesitas apoyo económico para llevar terapia o tomar fármacos. Lo primero que necesitarías sería una narrativa que permitiera comunicar la idea “tengo un algo que requiere tratamiento y quisiera solicitarles su apoyo para obtenerlo”.

Aunque la depresión es mucho más compleja que esto, se sabe que la narrativa que asegura que “se trata de un desbalance químico” hizo que fuera más fácil que las personas buscaran su diagnóstico y aceptaran un tratamiento.

Tomando esto en cuenta, podrías utilizar esa narrativa para solicitar apoyo económico sin necesidad de dar tantas explicaciones (si así lo decidieras).

Sin embargo, puede que lo que busques no sea apoyo económico para el tratamiento, sino simplemente empatía.

Entonces podrías apoyarte de la narrativa anteriormente mencionada para explicar un poco de lo que está sucediendo al mismo tiempo que explicas cómo es que estás viviendo tu diagnóstico, las formas en que te afectan, etc. Puedes centrarte más en tu experiencia y no tanto en las peculiaridades técnicas del asunto.

Entiéndete primero (hasta donde puedas)

Tu familia va a tener una reacción a lo que les cuentes. Puede que hagan preguntas atinadas, puede que realicen cuestionamientos difíciles e innecesarios desde una buena intención ingenua, o puede que confronten o rechacen abiertamente la idea (cómo cree que usted tiene depresión mijo nomás échele ganas y arriba monterrey!!!), pero van a tener una reacción.

Una de las mejores cosas que puedes hacer para anticipar lo que venga es prepararte con información sobre tu diagnóstico.

Por supuesto, esto no siempre es posible de la manera en que nos gustaría, sobre todo si necesitas apoyo económico para un tratamiento. O quizás simplemente no tienes tiempo de convertirte en experta de ti misma en el tiempo que te gustaría.

Sin embargo, en medida de lo que puedas, informarte sobre tu propio diagnóstico y anticipar preguntas comunes puede hacer. Y bueno, es útil para ti.

Sugiero anticiparte: haz una lista de preguntas que creas que te podrían preguntar y llévaselas a tu psiquiatra o psicoterapeuta para preparar las respuestas.

También podrías preguntarle a amistades que hayan pasado por lo mismo por su experiencia para tomar notas. Algunas preguntas comunes son:

  • ¿Qué significa ese diagnóstico?
  • ¿Es una enfermedad?
  • ¿Qué lo provocó?
  • ¿Cuál es su tratamiento? ¿Cuánto cuesta? ¿Cuánto va a durar?
  • ¿Los medicamentos que vas a tomar son seguros? ¿Cuáles son sus efectos secundarios?
  • ¿Y si pides una segunda opinión?
  • ¿Pero por qué te diagnosticaron esto si yo no veía nada “anormal” en ti?

No tienes que responder todas las preguntas, desde luego, porque es completamente tu prerrogativa, elegir la información que compartes. Sin embargo, creo que puede ser útil hacerlo o, simplemente, buscar responder la mayor cantidad que puedas.

Y aquí es muy importante que tomes en cuenta algo: es muy posible que todas estas preguntas, en realidad, sean acechadas por la sombra de otra pregunta más grande, más poderosa y que no siempre es evidente, aunque te puedo asegurar que la gran mayoría de las veces, ahí estará. La pregunta cuestión es…

¿Fue mi culpa?

Lo cual me lleva al siguiente punto.

Checa: La importancia de escuchar nuestras emociones: una clave para hacerlo

Observa y anticipa el fantasma de la culpa

Existe una estrecha relación entre enfermedad y moral. En la enfermedad mental, la relación es mucho mayor: vivir con cualquier categoría que aparezca en el DSM se considera por muchas personas como una falla de carácter, un defecto que puede ser removido a base de esfuerzo y fuerza de voluntad. Incluso cuando se piensa como una “neurodivergencia” (o cuando hablamos de “trastornos” que no necesariamente deberían ser considerados como tales), el punto de inflexión está ahí: lo que es distinto, alejado de la norma. El punto es: es difícil escapar de la culpa cuando la sociedad a la que pertenecemos la ofrece como único lente para observar la diferencia.

No es raro que cuando padres o madres escuchan que sus hijes viven con algún trastorno mental o neurodivergencia, su reacción inmediata sea la procurar deslindarse de la culpa lo antes posible. “¿Cómo es posible que tengas eso si yo no hice nada malo? ¡Lo tuviste todo! ¡No te faltó nada! ¡Hicimos todo lo que pudimos! ¡Sólo estás inventando palabras! ¿Acaso estás buscando (ahora sí) VENGANZA?”, o alguna variación de esto.

Aunque estas respuestas pueden ser dolorosas para quien está buscando empatía o comprensión, tampoco creo que siempre vengan de un mal lugar.  La culpa es cabrona. Mucho. Y en general, todas las personas haremos lo posible para deslindarnos de ella.

Una respuesta onda “pero si yo no hice nada malo” puede venir lo mismo de quien genuinamente cree que así fueron las cosas y está intentando comprender cómo es que algo malo le pudo ocurrir a su cría, como de quien está intentando menospreciar absolutamente el malestar de la otra persona porque le resulta intolerable. Aquí, la intención cuenta. Y creo que vale la pena intentar entrar en sintonía con ella, porque permite un mejor diálogo.

No siempre va a suceder esto, claro. Pero en mi experiencia, la culpa es una presencia prácticamente inevitable y más veces de las que no encontrará la forma de hacer su aparición.

De cualquier modo, es importante que sepas que la culpa de tu familia no debería ser la tuya. No te toca a ti cargarla. Porque resulta que, de hecho, sí es posible que aunque “te hayan dado todo” de todas maneras algún efecto de su crianza esté vinculado con tu malestar. O puede que de hecho te hayan lastimado brutalmente. O puede que su crianza no tenga nada que ver de manera directa. Eso ya te toca descubrirlo a ti y elegir qué haces con ello.

La maternidad y la paternidad son cuestiones mucho más complejas que los relatos que nos solemos contar.

Anticipa su respuesta

Cuando nos suceden cosas extraordinarias, esperamos reacciones extraordinarias. Sin embargo, esto rara vez sucede así. La mayor parte de las veces, la gente va a reaccionar a lo extraordinario del mismo modo en que reacciona a lo cotidiano. Lo malo de esto es que juega contra nuestros deseos y expectativas, lo bueno es que podemos anticiparnos.

¿Cómo ha reaccionado tu familia a noticias anteriores? ¿Se emocionan? ¿Se preocupan? ¿Se involucran? ¿Procuran entender? ¿Extienden apoyo económico? Intenta recordar algunos eventos importantes para ti y pon atención a cómo fue la reacción que obtuviste. Esa reacción es la más probable que suceda al revelar un diagnóstico psiquiátrico.

Dicho de otro modo: si en anteriores ocasiones han respondido ofreciendo apoyo, lo más probable es que lo hagan con esto. Si en otras ocasiones no lo han hecho, lo más probable es que no lo hagan.

Anticipa la reacción y ajusta tus expectativas. No es un “prepárate para lo peor esperando lo mejor”, sino un “prepárate para lo que ya conoces, no para lo que deseas”.

Dales tiempo

Un ajuste más de expectativas: la primera reacción no siempre es la reacción con la que vale la pena quedarse. En ocasiones, la primera reacción marcará pauta para lo que viene después, claro. Y ojalá que la primera sea la buena. Pero en otras ocasiones (sobre todo aquellas en que la primera reacción haya sido muy, eh, reactiva) podría cambiar con el tiempo, dando lugar a la mesura.

Dar tiempo a tu familia para que procese tu diagnóstico (cuando sea el caso) puede ser muy útil.

Entre la información que necesiten procesar y la culpa que necesiten manejar, también creo que se vale concederles que no tengan todas las respuestas de inmediato. Después de todo, nadie las tiene, pero nos podemos ir educando.

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