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Jul 23/2021

Así nos educa la pornografía: entre la fantasía y la realidad

Digamos que estamos en un pasado cercano o en un futuro incierto en el que no hay pandemia, vamos al cine y vemos la nueva de “Rápido y Furioso”

Pon tú que la película nos gusta, emociona, literalmente excita: nuestro sistema nervioso se altera al ver la fantasía representada en la pantalla y eso nos produce placer.

Salimos del cine, nos subimos a un auto y, por un instante, deseamos ponernos unos lentes oscuros y salir manejando a toda velocidad, pero justo antes de hacerlo nos vemos en el espejo retrovisor y nos damos cuenta de algo: no tenemos ni la calva, ni los músculos, ni las calles, ni el auto de… ¿Vin Diesel? ¿Dwayne Johson? ¿The Rock? ¿Michel Foucault mamado? ¿Son la misma persona o son entidades distintas? Por desgracia nunca lo sabremos, la ciencia no puede darnos todas las respuestas.

El punto es que digamos que te miras al espejo y descubres algo: no estás en una película, sino en la vida real.

Y en la vida real la gente no maneja como en “Rápido y Furioso”: hay calles más estrechas, autos menos rápidos, gente menos hábil al volante (definitivamente) y leyes de tránsito que probablemente no quieras romper.

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La famosa suspensión de la incredulidad dura el tiempo que pasas sentado en la sala y nada más: ese es el contrato que firmas contigo mismo y que se cumple cuando sales del cine y los referentes del mundo que te rodea aparecen nuevamente, con su caos y ficción de orden propios. 

¿Por qué nos emociona la película? Porque tiene un propósito: otorgar una experiencia emocional basada en la representación de una fantasía en la que las reglas de la realidad se rompen para presentarte una versión idealizada de algo (en este caso, una aventura acorde a un modelo aspiracional patriarcal y capitalista: muchas gente wapa, muchos carros run run, mucho dinero dinero aprende algo dinero, mucho poder). Pero es sólo eso: una fantasía

Eso es la pornografía: una fantasía

La pornografía, como cualquier otra ficción, es también una fantasía.

Los seres humanos desde siempre hemos representado nuestros deseos y temores (dos caras de la misma moneda) en todo vehículo narrativo posible, y nuestra mente erótica no tendría por qué ser una excepción.

Todas las culturas que han hecho representaciones gráficas de cualquier cosa también lo han hecho de la sexualidad y el erotismo, con distintos matices según su contexto, por supuesto, pero ahí están. 

Es decir, no hay nada inherentemente “malo” al acto de plasmar gráficamente la sexualidad humana con la intención de provocar excitación (de unx o de otra persona), como tampoco lo hay en excitarse por ello.

Es algo que sucede porque tenemos una mente con capacidad de fantasear y tecnología para plasmar nuestras creaciones en distintos medios. Sólo es (a veces, es muy rico) y ya.

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Oh, oh, ¡fantasía problemática a la vista!

Ahora, en medida de que estas creaciones no surgen en un vacío sino que nacen dentro de un contexto histórico, político, cultural y económico particular, pueden ser problematizadas de distintas formas.

Y vaya que hay problemas: la industria de explotación detrás, el monopolio de ciertas plataformas en internet, la explotación de cuerpos dirigida al consumo de un público principalmente masculino y heterosexual, etc. Mucho se ha escrito sobre eso y no me voy a detener en estos puntos.

En cambio, permítanme otra divergencia, una chiquita: digamos que usted, amable lector, es mi papá cuando yo tenía 10 años (yo sé que esta oración es muy rara, pero dadme chance).

Digamos que acabas de descubrir que el impoluto historial de internet de la primera PC en casa ha sido desacralizado con una búsqueda particular: “www.pornografía.com”, el único sitio en el que a mi yo de la infancia se le ocurrió buscar porno (si lo piensan bien, fue un perfecto uso de la navaja de Ockham).

Digamos que discutes el hecho con mi mamá y se enfrentan a un dilema: la pornografía, por supuesto, es mala, y no quieren que corrompa mi mente, así que tienen que actuar al respecto.

Negarme el uso de internet no funcionaría y tampoco quieren castigarme porque entienden que el problema está en el contenido que vi, no en mi curiosidad que, por lo demás, es perfectamente normal. 

Después de un rato, llegan a una conclusión: quemar un CD (googléenlo, centennials) con una carpeta llena de fotos de la playmate del mes.

La pornografía es mala, pero lo erótico puede no serlo.

Centennials, googleen “Cine Golden Choice” y el resto acompáñenme a un viaje por la memoria y digamos que estamos viendo una película erótica.

Su estructura es idéntica a la de la pornográfica: sexo heterosexual centrado en el coito entre un hombre fuerte y una mujer delgada, ambxs de tez blanca, ambxs sin discapacidades, ni cansancio, disfunciones sexuales, inseguridades, pausas para tomar agua, calambres, sudor en la cara, pedos accidentales, hambre, orgasmos por una vía distinta a la penetración o, vaya, cualquier otra cosa que pueda verse como diversa.

Esto aplica igual para Emmanuelle que para la inmensa mayoría de escenas de sexo que han salido en cine o televisión, que para la mayor parte de la pornografía que se puede encontrar gratuitamente en internet. 

¿Cuál es la diferencia, entonces?

Que sólo una, la pornografía, pone el foco en la genitalidad, y mostrar los genitales sólo es aceptable si tiene una intención distinta a excitar.

Pero resulta que es muy difícil mostrar genitales en una pantalla sin excitar, sobre todo si es en una ficción y no en un material educativo, así que para justificar este efecto secundario, el desnudo o acto sexual tiene que tener una propuesta estética. Y la propuesta estética será definida como tal desde una concepción moralina y elitista de lo que significa la belleza.

La belleza significa bondad. La bondad tira línea respecto a lo que es permisible. Y la pornografía, que sí tiene una propuesta estética pero que o no es reconocida como tal o se cataloga como vulgar, sucia, morbosa, no puede comprobar que existe con otra aspiración a la de excitar y, por lo tanto no es bella sino mala e injustificable, a diferencia de las películas o fotografías eróticas, que definitivamente deben ser otra cosa, que incluso hasta puedes decir que es arte, porque cómo es posible que una persona virtuosa como yo disfrute de ver un acto sexual fantasioso y crudo, entonces mejor veré únicamente con mi ojo más sensible y estético y educado y fino y artístico escenas de actos sexuales insertadas en una narrativa mayor que son igual de fantasiosas pero apenas un poco menos explícitas que, de nuevo, cualquier video que puedes encontrar en internet o, regresando al punto, las fotos de las playmates del mes.

(Existe otra diferencia que tiene que ver con las condiciones de producción de ambos tipos de filmes según el contexto donde se realicen, pero no entraré en ella en este texto, por ahora me quedaré nomás con la cosa estética-moral). 

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El tema acá es que tengo a unos padres amorosos y que intentaron responder a mi incipiente curiosidad sexual de la manera más cuidadosa y no juiciosa que supieron y pudieron, pero incluso con sus mejores intenciones ignoraron un asunto crucial: la diferencia entre su concepción de lo pornográfico y lo erótico es meramente estética y moral.

La realidad es que si las miramos desde otro lente, digamos, el lente de la fantasía que representan, resulta que están hechas prácticamente de la misma cosa, vienen del mismo sistema ideológico, benefician a las mismas personas, producen prácticamente el mismo efecto y cuentan prácticamente la misma historia. 

Digamos, entonces, que yo ya no tengo como referencia del sexo y del cuerpo desnudo de una mujer lo que sea que haya visto en internet ese día. ¿Pero qué quedó en su lugar? Mujeres blancas en fondos blancos con cuerpos operados, retocados, con poco o nada de vello, etc. Es decir: exactamente lo mismo, un referente que no corresponde a la realidad y que, además, tiene una intensa carga ideológica machista y puritana de lo que es el erotismo. 

Ahí va una bomba: no tenemos referentes de la vida real

Los referentes educan. A diferencia de otras películas, cuando terminamos de ver un video porno, no hay nada con qué contrastar lo que vimos en la pantalla.

Es decir, es fácil ver cómo maneja la gente, pero no es tan fácil ver cómo cogen. ¿Cuántos cuerpos desnudos has visto frente a tus ojos? ¿Cuántas personas has mirado tener sexo? ¿Alguna vez has discutido sobre un video pornográfico del mismo modo en que discutes cualquier otro producto audiovisual?

Esto es un problema porque la ausencia de referencias en la vida real hace que la pornografía se convierta en la única representación visual de lo que se supone que es el sexo. ¿Realmente podemos sorprendernos de que la gente “coja como en el porno”?

Y luego viene el problema de la representatividad.

Cuando pensamos en “pornografía”, hay una estética particular que viene a la mente de la gran mayoría de las personas: la de la “Pornografía” con P mayúscula, esa que se compone (hasta parezco disco rayado, pero es que así es) de sexo heterosexual centrado en el coito entre un hombre fuerte y una mujer delgada, ambxs de tez blanca, etcétera, etcétera.

Toda práctica que se aleje de este guion es considerada una “categoría”, una fantasía de importancia menor, siempre en peligro de considerarse parafilia que necesita un apellido para validarse y reconocerse.

Todo cuerpo o identidad que se aleje del guion es degradado a uno que sólo puede ser erótico en tanto se fetichice.

La pornografía no sólo es pedagogía del erotismo sin contraste, sino que también educa desde una fantasía aspiracional elaborada desde la hegemonía. 

Otra bomba: si no los creamos la pornografía seguirá educando

Regresemos al inicio. Digamos que no quieres ver “Rápido y Furioso” porque lo tuyo es el cine de arte latinoamericano con conciencia de clase inspirado en Shakespeare, así que decides quedarte en casa a ver “Amarte Duele”.

O digamos que te gustan las comedias románticas, así que te pones a ver “El Club de la Pelea”. O digamos que te gusta el cine independiente ucraniano y te pones a ver, eh, bueno, alguna película de cine independiente ucraniano grabada con luz natural y en una sola toma.

El punto es que, a estas alturas e incluso con lo limitada que es la representación de la diversidad humana en el cine, hay más opciones de dónde elegir y más referentes para entender la realidad. Puedes ver “Nuevo Orden” y luego de que te perdones a ti mismo por hacerte eso puedes ver “Parasite”. 

Ahora digamos que estamos hablando de ti, amable lectore, ¿dónde encuentras referentes alternativos para el erotismo? ¿A dónde voltea unx para mirar la gran diversidad de prácticas sexuales que existen? ¿A qué página o revista o cineclub se suscribe unx para mirar contenido erótico que sepa que fue producido sin explotación?

Va: la pornografía es pedagogía de violencia, promotora de prácticas sexuales insatisfactorias y, sobre todo, no corresponde a la realidad.

Podemos elegir no mirarla o puede que nunca en tu vida hayas tenido un encuentro directo con ella, es más, puede que la rechaces sin un proceso de pensamiento previo y únicamente porque la fantasía que muestra no te emociona ni representa. ¿Pero entonces qué sí corresponde a la realidad? 

¿Existe una posible expresión alternativa de porno? Hay quien dice que no y, ante este problema, promueve la prohibición total de todo contenido sexual audiovisual, lo mismo que condena moralmente a quien la consume (spoiler alert: no es sólo gente religiosa quien hace esto).

Hay quien no cree en esta prohibición generalizada pero igual se la autoimpone y deja de consumir contenido que no tenga garantía que fue producido en condiciones laborales adecuadas, con pleno consentimiento y cuidado de quien aparece en pantalla, sin embargo, como toda decisión individual basada en la regulación de nuestros impulsos, no es raro que existan “recaídas” y, en realidad, no hace mucho por modificar el sistema.

Hay, en cambio, quien dice que sí.

Desde creadorxs en plataformas como Reddit, Tumblr, Onlyfans, a personas que suben sus nudes a redes sociales con gente de confianza (el mejor uso que tiene el Close Friends de Instagram hasta ahora), a personas que intentan crear pornografía con una intención tanto erótica como educativa, a gente que simplemente lo hace por pura diversión, a gente que teoriza al respecto en textos, podcasts o videos.

Y desde luego, hay personas que no dicen ni sí, ni no, sino depende y que tienen posturas llenas de matices y críticas valiosísimas.

La discusión sobre qué hacer con la educación que nos ha dejado la pornografía no se va a resolver de un día para otro y estará llena de propuestas que a veces serán más útiles (o no), controversiales (o no), eficaces (o no), patriarcales (o no), transgresoras (o no), inteligentes (o no) y permanentes (o no) que otras. 

Lo cierto es una cosa: mientras no existan alternativas para una mejor educación sexual, el porno de siempre nos va a seguir educando como siempre.