La relación terapéutica es una relación de poder. Esto no es malo ni bueno, sino un fenómeno intrínseco al oficio: la relación de poder terapéutica (que algunos terapeutas conocen como “alianza”) es precisamente lo que la diferencia de una relación de amistad o de consejería, y a través de las reglas y límites que supone (el pago, el horario fijo, la autoridad, la poca o nula discusión de la vida del terapeuta, la distancia en el consultorio, etc) es que se crea el marco relacional que genera la posibilidad de realizar la terapia.
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Sin embargo, hay situaciones en las que la relación de poder terapéutica puede ser manipulada y convertirse en una relación violenta. ¿Por qué? Por los mismos motivos detrás de cualquier relación violenta: los terapeutas somos personas y esto no nos exime de abusar del poder en los espacios en que lo ostentamos.
La intensidad emocional propia de la terapia, así como la oscuridad en la que se suele mantener el proceso mental del terapeuta (algo lamentablemente propio de muchas disciplinas), hace más presente el riesgo.
No me quiero concentrar en los motivos o en la teoría detrás de la relación de poder. Lo que quiero es hacer un texto que sirva como brújula o faro para detectar cuando esta relación propicie abusos en el consultorio, de modo que quienes los padezcan puedan reconocerlos y librarse de ellos.
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Este será un texto largo en el que exploraré varias situaciones problemáticas y, por la culpa que me da la extensión (ni modo, es lo que salió y creo que, en estas situaciones, vale la pena ser detallista para poder reconocer mejor la posible violencia, pues esta suele esconderse de muchas formas), aclaro que lo que diré se puede resumir en dos puntos:
Checa: Sí, ya decidí que quiero ir a terapia: ¿y ahora qué sigue?
Partamos de lo básico: el trabajo del terapeuta es escuchar, interpretar, proveer de herramientas y técnicas para entender y manejar las emociones, modificar conductas indeseables, etc.
Esta escucha, antes que cualquier otra cosa, ha de ser empática (es decir: que busque entender), y tu terapeuta debería ser capaz de comunicarse contigo de una manera clara, libre de juicios y que permita que sientas la seguridad suficiente para realizar el trabajo emocional.
Esto es básico y, en realidad, pues es algo que no debería suceder, eh… pues con nadie.
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Sin embargo, por la relación de poder puede ser difícil darse cuenta cuando esto sucede. Hay dos pistas que pueden seguirse:
Ante estas situaciones, es importante hablar de lo que está sucediendo.
No tengas miedo de buscar segundas o terceras opiniones (incluso con otros terapeutas) de lo que sucede.
Los terapeutas no podemos hablar de nuestros pacientes, pero los pacientes pueden hablar libremente y con quien quieran de su proceso. Así que si necesitas hablar con alguien, hazlo. La violencia no siempre se detecta fácilmente y a veces escuchar a otras personas podría darte claridad.
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Otra cosa que dificulta reconocer abusos de poder (y, a veces, sólo malas prácticas) en el contexto terapéutico es que existen algunas situaciones que podrían disparar emociones desagradables muy intensas e inevitables.
Por ejemplo, hace tiempo, en una de mis primeras sesiones con una exterapeuta, le conté de un suceso traumático que viví cuando era adolescente. Ella me respondió algo que me confrontó ante la responsabilidad que yo había tenido con el hecho. El tema era muy sensible y cuando me lo señaló, yo me sentí herido y juzgado, como si no me hubiera escuchado y me estuviera culpando por lo que viví.
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Reaccioné con enojo y le dije lo que sentía. Ella me escuchó y se quedó unos segundos en silencio, pensando. Al poco tiempo, me dijo: “Sostengo lo que dije, pero puedo ver que la forma y el momento en que lo hice te lastimó y creo que lo que necesitabas ahorita era ser escuchado y, en ese sentido, al confrontarte así te descuidé, justo como lo hicieron las personas de las que me estabas hablando”.
No recuerdo si también me pidió una disculpa o no, pero ni siquiera importaba, su respuesta me había hecho sentir escuchado, acompañado, sostenido y me permitió regresar a lo que me había dicho, darle la razón (porque la tenía), hacerme responsable de lo que señaló y sanar.
En terapia, habrá veces que sucedan confrontaciones que nos resulten dolorosas y reaccionemos desde una postura defensiva. Esto es normal y es parte necesaria del proceso.
Los terapeutas, en teoría, tendríamos que manejar estas situaciones respondiendo a las necesidades del paciente, justo como lo hizo mi terapeuta (las necesidades y formas de respuesta varían, pero la terapia debe ser un espacio seguro y justo fue eso lo que mi terapeuta reconstruyó cuando sentí que se derrumbaba).
También existen ciertas técnicas que involucran despertar una reacción emocional específica y desagradable (flooding, terapia de exposición, EMDR, visualización creativa, etc).
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En estas situaciones, es necesario que tu terapeuta te explique con claridad lo que va a ocurrir, aceptes libremente y a tu tiempo (sin ningún tipo de presión), tengas la posibilidad de suspender la experiencia en cualquier momento, y te dé la contención emocional necesaria después para procesar lo vivido.
¿Cuál es la diferencia entre una situación terapéutica y una violenta? Es difícil de definir exactamente, pero aquí hay dos preguntas clave: ¿Qué dispara las emociones desagradables? ¿Qué se hace con ellas?
En la situación terapéutica, la emoción desagradable se dispara como reacción al proceso y tu terapeuta deberá generar el espacio para que puedas sentir seguridad para explorar esas emociones, con el objetivo de tener un mejor entendimiento y manejo de ellas y que puedas, precisamente, responsabilizarte de tu vida y romper los patrones emocionales y de comportamiento que te afectan.
En la situación violenta, la emoción desagradable nace por provocación del terapeuta y se queda ahí: no se le da ningún uso a favor del paciente, ni se explora o explica, ni hay un aprovechamiento aparte de generar culpa, resentimiento, dolor o humillación.
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Una de las situaciones violentas en el consultorio que he escuchado más frecuentemente es la de terapeutas culpando a sus pacientes por las situaciones dolorosas que viven.
Esto es distinto a invitarte a reconocer la responsabilidad sobre tu propia vida. ¿Cuál es la diferencia?
En una situación en donde se habla de responsabilidad, se intentará explicar tu rol en aquello que se esté discutiendo, y las formas en que tus patrones de comportamiento, tu historia, personalidad, neurodivergencias, etc., pudieron haber influido para que eso ocurriera, de modo que puedas obtener mayor control sobre esos aspectos de tu persona y evitar situaciones desagradables futuras.
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Esto no está peleado con reconocer injusticias, cuando suceden, sino lo contrario: la invitación es tomar responsabilidad para evitar esas injusticias y provocar movimiento hacia una vida más auténtica y feliz.
Ejemplo: se puede reconocer la injusticia de que una persona te mienta al mismo tiempo que invitarte a tomar responsabilidad por aquellos comportamientos que pudieron influir en que la persona no sintiera confianza para decirte la verdad. No es un balance fácil, pero es uno al que hay que aspirar.
En una situación de culpa, no se explica tu rol en la situación dolorosa, sino que esta se explica como producto de alguna falla de tipo moral, intrínseca y absoluta de tu persona: “te dejaron porque eres una mala persona”, “perdiste tu trabajo porque no amas tu vida”, “nunca vas a tener una relación sana porque eres una persona engreída o narcisista”.
A veces, la culpa aparece como castigo por no seguir las recomendaciones del terapeuta (y es momento para aclarar: tu terapeuta nunca debería decirte qué hacer): “sigues en esta situación porque no haces lo que te digo”, “es que no avanzas porque no me escuchas”. En estos casos, no hay una propuesta para avanzar, sino simplemente estancamiento y vergüenza: cosas malas te ocurren, porque eres una mala persona.
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A veces los terapeutas cometemos errores y podemos llegar a tener alguna falta de sensibilidad que llegue a lastimar a las o los pacientes. A veces haremos interpretaciones equivocadas. A veces olvidamos algún dato o nombre importante. A veces fallamos en poner atención en lo que se necesita y la ponemos en otra cosa. A veces pasan estas situaciones, se pueden prevenir, pero nunca evitar completamente. De nuevo, es normal.
Ante estas situaciones, tú tienes derecho a decirle a tu terapeuta cuando ocurran cosas que te incomoden, hieran, con las que no estés a gusto, ¡e incluso señalar las interpretaciones con las que no estés de acuerdo! Como en cualquier servicio profesional, es válido que lo hagas.
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En estos casos, tu terapeuta tendría que escucharte, validar tus emociones (es decir: reconocer lo que expresas que sientes, demostrarte que lo entiende o intenta entender, incluso si no está de acuerdo o si lo confronta) y responder empáticamente.
A veces daremos la razón y pediremos una disculpa, a veces defenderemos lo que hicimos, a veces, como mi exterapeuta, ofreceremos matices. En cualquier caso, siempre debería haber una explicación, una apertura al diálogo y un reconocimiento a las propias fallas, cuando las haya.
Que ante un señalamiento tu terapeuta no te escuche, se ofenda, te critique, o evite reconocer sus propias fallas o descuidos cuando son en extremo evidentes es una señal problemática porque indica que está colocado en una posición de autoridad incuestionable. Y si llegase a reaccionar agrediéndote, insultándote, culpándote, burlándose o ignorándote, tómalo como un foco rojo, pues esto es una completa violación a la alianza terapéutica.
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Es tu derecho conocer los estudios de tu terapeuta, su experiencia profesional general, su experiencia profesional específica con casos similares al tuyo, y el modelo (o modelos) terapéutico bajo el cual trabaja.
Existen modelos terapéuticos que siguen un camino establecido que busca explorar metas específicas que se designan al inicio del tratamiento (terapia breve, cognitivo conductual, etc), como también existen otros modelos que son más libres, que no tienen un punto de llegada específico y que permiten digresiones (psicoterapia psicoanalítica, gestalt, humanista, etc).
Sin importar el modelo específico, tu terapeuta debería de ser capaz de explicar el camino recorrido y por qué dijo las cosas que dijo o hizo las cosas que hizo.
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Esa explicación debería de poder relacionarse con teorías psicológicas o técnicas terapéuticas específicas, como en cualquier tratamiento de salud (e incluso cuando no exista una explicación específica para algún fenómeno experimentado, como llega a suceder en muchos trabajos, debería de poder trazar hipótesis informadas). La terapia a veces se siente como magia, pero no lo es.
Algo importante: los terapeutas no siempre damos esta información a menos que se nos solicite, debido a que hay modelos que no consideran esencial que el paciente la tenga para que avance (y hay pacientes a quienes ni siquiera les interesa o que confían en su terapeuta y por eso no lo preguntan y eso está bien).
Sin embargo, si tú solicitas cualquier tipo de información sobre tu tratamiento, tu terapeuta te la debería de proveer. Retener la información sobre tu proceso sin justificación o explicación alguna podría ser señal de violencia.
(Una posible excepción a esto sería cuando esa información podría ser perjudicial para el paciente en ese momento. Por ejemplo: ante la sospecha de una situación traumática que se mantiene reprimida, es posible que el terapeuta no indague más hasta que considere que el o la paciente está en condiciones de explorar esa situación).
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A terapia se va para sanar el dolor y eso implica sentirlo en algún grado. Y habrá situaciones en las que ese dolor sea muy grande para manejarlo, como habrá días en que no se quiera tocar y se prefiera hablar de otras cosas. Es válido decirle a tu terapeuta que no quieres hacerlo y tendría que respetarlo.
Ahora: existe un término conocido como resistencia que se refiere a, bueno, las resistencias que muchos pacientes tienen a enfrentar justo aquello que les duele.
A veces, una resistencia puede ser, precisamente, elegir no hablar de algo importante durante varias sesiones.
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Ante esa situación, es posible que tu terapeuta insista en tocar el tema. Cuando sea el caso, tu terapeuta deberá explicarte por qué considera que es necesario ahondar en el asunto, explicarte las consecuencias que crea que podría derivar de evitarlo, así como escuchar los motivos por los que no quieras hacerlo y acompañarte en generar un espacio y momento seguro para hablar de lo que no se quiere hablar.
Lo que no es válido es que exista presión o chantaje para hablar de cualquier tema.
Esto incluso puede llegar a ser revictimizante. Finalmente, es tu tiempo, tú decides cómo lo gastas y lo que podemos hacer los terapeutas es explicarte nuestros motivos, así como los riesgos de evadir los temas que creamos que no hay que evadir (e incluso, poner límites y condiciones con debido aviso).
Bajo ninguna circunstancia, nunca. Es posible que tu terapeuta use experiencias pasadas con otros pacientes para ayudarte a comprender alguna situación que estés viviendo.
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Sin embargo, estas experiencias siempre deberán de ser completamente anónimas y no revelar ningún tipo de dato que pudiera servir para la identificación de la persona de la que habla.
La alianza terapéutica es un proceso emocional muy fuerte y que, por momentos y para algunas personas, podría generar cierta dependencia emocional del paciente al terapeuta. Esto suele ser normal.
Sin embargo, esta dependencia debería ser transitoria y nunca alentada por el terapeuta.
Es decir: el objetivo de la terapia es que algún día dejes de necesitarla. Y tu terapeuta, por ningún motivo, debería de alentar la dependencia a él o ella diciendo cosas como “sólo estás bien porque vienes conmigo” o “tu salud mental depende de mí” o “tus avances son por mi trabajo” o frases similares. Este es otro foco rojo innegable.
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Hay veces en que los pacientes quieren abandonar el proceso por varias razones y tenemos la obligación de advertir posibles consecuencias, si creemos que pudieran existir. Pero hay una diferencia entre decir “mi evaluación clínica sugiere que si abandonas el proceso en este momento podría ser perjudicial para tu salud mental de esta forma y por esta razón” a “dependes de mí, no puedes irte”.
La variante más extrema del punto anterior: he escuchado historias de pacientes que le comentaron a su terapeuta que ya no querían mantener el tratamiento, o que no estaban cómodas con algo que sucedía en el consultorio y recibieron una amenaza como respuesta.
En ocasiones son amenazas físicas, aunque también se presentan como amenazas de revelar información confidencial o, incluso, amenazas en forma de “si te vas, te sucederán cosas horribles”.
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Esto es inaceptable en todos los casos.
Si quieres suspender tu tratamiento en cualquier momento y por cualquier motivo, incluso si te hace daño, es tu derecho.
Por ningún motivo tu terapeuta debería tener ningún tipo de interacción sexual o romántica contigo mientras dure el proceso terapéutico. Por. Ningún. Motivo.
Esto es distinto a que exista atracción o deseo. Se sabe: la relación de poder terapéutica, en ocasiones, genera tensión sexual, como suele suceder con las relaciones de poder, en general. La intensidad emocional de la terapia favorece esta reacción. Esto es normal.
Es común, por ejemplo, que pacientes sientan deseo por sus terapeutas en medida de que son figuras de cuidado, escucha y empatía, y la atracción, las ganas o la infatuación aparecen ante esa situación. Sentir eso no tiene nada malo y, por el contrario, esta tensión incluso puede ser utilizada como una herramienta terapéutica para explorar los procesos de enamoramiento y deseo del paciente.
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También es posible que tu terapeuta sienta atracción, enamoramiento o deseo hacia ti.
Es algo que llega a suceder y lo ético es que manejemos esas emociones por nuestra cuenta, cuando sea el caso, o suspendamos el proceso y canalicemos con otra u otro terapeuta, si son incontrolables o interfieren en el proceso.
Como en toda relación de poder, también hay ocasiones en que el proceso que la originó termina, la relación se mantiene y se modifica a una de amistad o de ligue. Esto es algo que sucede y existen protocolos y discusiones éticas al respecto en las que no entraré ahorita por espacio y tiempo.
¿Qué es completamente inaceptable? Que tu terapeuta se te insinúe. Que haga avances sexuales hacia tu persona. Que suceda cualquier cosa y te amenace con mantener el secreto. Es decir: tomar provecho de esa tensión generada por la desigualdad de poder y tener interacción romántica o sexual con un o una paciente durante el proceso terapéutico.
Hay sesiones que empiezan un poco tarde o terminan un poco temprano. Hay situaciones que provocan cancelaciones súbitas o interrupciones que no pueden prevenirse.
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Somos personas y habrá ocasiones en que tendremos que interrumpir brevemente la sesión porque tocaron la puerta, nos marcó la secretaria del consultorio o, mi favorita de la pandemia: llegó un pedido y nadie más podía recibirlo. Esto es normal y es parte de cualquier interacción humana.
Sin embargo, estas situaciones deberían ser excepciones y nunca la regla.
Además, tu terapeuta debería avisarte si podría suceder algo que interrumpiera la sesión (por ejemplo, si está esperando una llamada muy importante, recibir un paquete, etc) y ésta debería ser breve. Y todavía más importante: por ningún motivo la interrupción debería suceder si estás en un momento que requiera mucha contención emocional. En esas situaciones, lo único que justifica interrumpir la terapia es un temblor o algo por el estilo. Recuerda: a tu terapeuta le pagas por tener toda su atención durante el tiempo de la sesión y cualquier cesión de ese tiempo debe ser previamente acordada contigo y en un momento que no te perjudique o afecte.
Esta puede ser otra forma de abuso de poder porque se utiliza la relación terapéutica para que el terapeuta obtenga algún beneficio personal.
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Algunos terapeutas damos cursos o talleres y podríamos invitar a los pacientes por considerar que pueden traerle algún beneficio complementario a la terapia. Esto es válido, siempre y cuando esté bien justificado, se le dé un uso posterior al contenido visto en el curso y sea una invitación, no una obligación.
Por último: si consideras que estás viviendo una situación de abuso de poder por parte de tu terapeuta, escúchate, tómate el tiempo que necesites para meditarlo, háblalo con alguien, busca el apoyo que necesites.
Los abusos de poder, aunque indeseables, llegan a ocurrir y no significan ninguna falla moral en quien los vive. Son una situación injusta, no tendrían por qué suceder y es importante que sepas que puedes salir de ellos. Busca el apoyo que necesites, denuncia lo que necesites. Y recuerda que aunque se pueda sentir de forma contraria:
No estás sola.
No estás solo.
No estás solx.
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