Existen pocos rituales tan sagrados para la sociedad mexicana como la curación de la cruda.
Es un método infalible y preciso: te despiertas, vas por chilaquiles, tacos o un coctel de camarón; te compras bebidas rehidratantes, tomas una pastilla para el dolor de cabeza, regresas a casa y te das un baño.
Luego te vistes con ropa cómoda, pones una película de humor ligero y te cuestionas todas las decisiones que te llevaron a ese momento; juras no volverlo a hacer y duermes temprano, rezando porque la adultez no te sorprenda con una cruda de dos días.
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Si el ritual funciona es porque contrasta los efectos del alcohol sobre el cuerpo: frente a las horas de sueño perdidas, la deshidratación y las toxinas del alcohol, el descanso, la hidratación, la relajación y la alimentación son esenciales para recuperarse.
Además, el ritual no sólo ayuda a nivel fisiológico; el acto de hacerlo es sanador en sí mismo. El cuidado, el apapacho, moverse lento, darse chance y tomar un respiro nos hace bien.
La ebriedad y lo que sentimos al enamorarnos tienen algo en común: ambos son estados alternativos de conciencia inducidos químicamente.
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Claro, el alcohol es una sustancia que se ingiere y el amor es una magia —una simple fantasía—, pero la magia no es otra cosa que un proceso lógico que no podemos explicar.
Por fortuna, al enamoramiento sí podemos explicarlo.
Cuando nos enamoramos, nuestro cerebro se inunda de diversos químicos.
La oxitocina, conocida coloquialmente como la hormona del amor, nos ayuda a crear lazos con la persona amada.
Durante la actividad sexual se libera en grandes cantidades: es la hormona que principalmente nos hace sentir que tenemos una conexión genuina con alguien a quien conocimos dos horas antes, en un bar, después de mandarnos gifs en Tinder.
La dopamina, llamada por algunas personas la hormona de la felicidad, está muy involucrada en el placer, la motivación y la alegría; estimula fuertemente las áreas de recompensa de nuestro cerebro.
Se libera en grandes cantidades cuando sientes amor, pero —¡oh no!— también lo hace cuando inhalas cocaína.
Nuestro cerebro es adicto a la dopamina y sabe reconocer muy bien cuando algo la libera: al sentirse estimulado, pronto va a decir “dame más” y si no lo obedeces te va a castigar con dolor y malestar. Como cuando te intentas desintoxicar de la cocaína.
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Además de estas dos hormonas, cuando nos enamoramos también se alteran los niveles de adrenalina, serotonina, vasopresina y endorfinas.
Junto con ellas, varias áreas del cerebro aumentan su actividad: la ínsula, el giro cingulado anterior, el núcleo caudado, el putamen, entre otras.
Esta combinación produce muchas de las sensaciones que asociamos con el amor: el bienestar general, la falta de preocupación, la motivación centrada en una persona, la fijación de pensamiento sobre el objeto de nuestro amor, la euforia, la sensación de “andar en las nubes”, etcétera.
No es importante que nos aprendamos todos los términos neurológicos, pero sí reconocer que el enamoramiento es un hecho químico.
Las sensaciones “mágicas” que asociamos a él son consecuencia de un coctel hormonal que equivale a haber consumido una droga muy potente. Enamorarse es perder un poco de contacto con la realidad.
Pero como cualquier persona que se haya embriagado —o haya consumido cualquier otro tipo de droga— sabe, en algún momento llega el bajón.
Y el bajón cuando nos enamoramos y nos rompieron el corazón es brutal. Dolor físico, dolor emocional, celos, tristeza extrema, ansiedad, falta de motivación, pensamiento obsesivo y, en sus casos más extremos, depresión e ideación suicida.
“¿Cómo se cura un corazón roto?” ha de ser una de las grandes y recurrentes preguntas de la humanidad.
Desde la primera vez que una persona vio a otra y sintió las mariposas en el estómago, el light of my life / fire of my loins, el uwu en el kokoro. Ante esta pregunta perpetua, propongo que tratemos al desamor como tratamos a la cruda.
Un corazón roto duele, literalmente: el desamor activa áreas asociadas al dolor físico en el cerebro. Tan es así que hay investigaciones que sugieren que el desamor puede aliviarse con aspirina.
Pero a veces, lo que más nos hace sufrir es el fenómeno psicológico del apego: la dificultad de renunciar a la persona amada y el coraje por sentir el corazón roto.
Yo sé que esto no es tan sencillo, pero imagínate llorar por querer seguir tomando cuando aún no has salido del agujero de inmovilidad y dolor de la resaca.
¿Dónde está el placer ahí? Creo que entender una ruptura como un proceso químico puede ayudarnos a contrarrestar esta encrucijada.
Del mismo modo en que nadie se cuestiona su existencia por una cruda larga, tampoco deberíamos juzgar sobre el tiempo que toma superar a una expareja. Ambos son procesos de desintoxicación y regulación química que requieren tiempo.
La oxitocina hará que sintamos un vínculo donde ya no existe y también deseos de mantenerlo. ¡Pero resiste! No alimentes el vínculo.
Del mismo modo en que seguir tomando sólo retrasará la cruda, seguir stalkeando a tu ex, ver sus historias o leer sus tuits sólo te hará sentir cerca unos momentos. El bajón llegará y en algún momento tendrás que asumirlo.
Y eso considerando el mejor escenario; para no hablar de circunstancias más extremas, aclaremos algo: no puedes superar un error si te sigues cogiendo al error.
La ausencia de dopamina te llenará de ansiedad y hará que sientas el deseo de estar con la otra persona a toda costa (como una persona dependiente a la cocaína que dice “Bueno, una línea más y ya”).
Pero piensa que esa ansiedad no es un hecho existencial, sino un efecto químico que puede ser contrarrestado de varias formas: salir con amistades, realizar pasatiempos, buscar actividades emocionantes.
En algún momento llegarán la obsesión, la tristeza, el dolor: enfréntalos como un hecho químico. Piensa: “estas sensaciones no van a desaparecer hasta dentro de un rato, así que no me voy a ocupar en eliminarlas, sino en aliviarlas. Un paso a la vez, un día a la vez”.
La química del corazón roto te desmotivará y, precisamente por eso, hay que buscar actividades que nos alegren.
De nuevo, un corazón roto es un hecho químico, como la cruda. Y la desintoxicación se cura con el tiempo.
Al final, como sabemos todas las personas que hemos sobrevivido una mala borrachera: la resaca desaparece y siempre es posible volver a amar. Sólo hay que darnos tiempo.
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