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Dic 10/2019

Es hora de crear tu propia definición del amor (porque no, amor no es igual a sufrimiento o sacrificio)

Foto: Unsplash

Cuando era niño pensaba que el amor se trataba de sacrificio. Las historias que me contaban me hablaron sobre eso: un Cristo que se crucificó por su amor a la humanidad, unos Romeo y Julieta que se suicidaron por la imposibilidad de estar juntos, una madre que sacrificó su carrera profesional para mi crianza y cuidados, un padre que sacrificó vivir con su familia para otorgarme techo, educación y alimento.

Amar significaba acercarme a la muerte, literal o figurativa, para que otra persona pudiera vivir.

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La primera vez que me rompieron el corazón

Me pasó a los catorce años. Un día invité a la chica que me gustaba a un concierto. Nos habíamos conocido por Myspace, llevábamos semanas platicando por msn messenger —se puede entrever que ahora tengo problemas de espalda y una credencial del INAPAM— y ya habíamos hablado sobre el hecho de que sentíamos atracción mutua, pero no nos habíamos conocido en persona. 

Estaba muy ilusionado por verla. Cuando llegó al lugar acordado tuvimos una gran plática y hubo un coqueteo evidente, pero al poco tiempo soltó la bomba: ella tenía novio, pero no había querido contarme hasta ese momento por miedo a que me alejara. 

Mi corazón se rompió: la primera vez de la adolescencia. Yo quería disculparme e irme de ahí, pero no lo hice. Me tocaba aguantar: el amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (Corintios 13:1-13). 

Cuando acabó la música y nos salimos del local se soltó una tormenta, así que le di mi chamarra y sombrilla para que se regresara a su casa. Ella regresó seca y yo me empapé durante casi una hora. La mañana siguiente desperté sin poder respirar. Pasé cinco días en el hospital por un ataque de asma. 

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“Sacrificarme” por un amor no correspondido me había dañado al punto de la hospitalización y de todas maneras creía que había hecho lo correcto. 

 Asumir la responsabilidad

¿Qué no el amor se trataba de soportar estas cosas en su nombre? ¿Qué no aguantar mi corazón roto era, precisamente, señal y acto de la pureza de ese amor? Si alguien me hubiese dicho que había estado mal, no le habría creído.

También hubiera sido fácil señalarla a ella e inventarme una historia sobre cómo mi ataque fue su culpa por no corresponderme —o porque aceptó mi chamarra y sombrilla la muy aprovechada— y repetir en mi mente ese cuento machista de que “todas las mujeres son iguales”. 

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Pero eso no habría tocado el tema central: yo me provoqué eso a mí mismo. Yo fui el único responsable de ese ataque de asma. 

Claro, ella actuó de forma egoísta al guardarse lo de su pareja, pero a partir de esa revelación yo fui quien tomó todas las decisiones que me llevaron a ese momento, como también decidí no optar por otras acciones. Mi definición de amor me había llevado al hospital y yo era el único que tenía que hacerse cargo de eso.

La propuesta: hay que cambiar nuestra definición del amor

En su libro All About Love, bell hooks —así, en minúsculas— habla de cómo tener una mala definición de lo que es el amor promueve que se ejerzan ciertas violencias en la pareja. 

Ella dice que “cuando modificamos las misteriosas suposiciones que dicen que el amor no puede ser definido a través de ofrecer definiciones útiles y realizables, creamos un contexto en el que el amor puede comenzar a florecer”. 

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Muchas personas crecemos con definiciones complicadas que comúnmente heredamos de nuestra infancia: “para muchas personas, simplemente es muy amenazador aceptar una definición del amor que ya no nos permita ver la presencia del amor en nuestras familias. Muchos de nosotros necesitamos aferrarnos a una noción del amor que o haga aceptable al abuso o al menos haga parecer que lo que ocurrió no fue tan malo”.

Nuestra educación emocional, impartida en la Escuela del Amor “José José” —que en realidad es la escuela del amor judeocristiana, ojo aquí Pablo de Tarso—, nos educa para pensar que amar y querer no es igual / amar es sufrir, querer es gozar

Es decir: el amor significa dolor, el placer es un asunto para quienes no aman de verdad. 

Nada es absoluto: ¡existen los matices!

Además, solemos pensar al amor en términos totalitarios. Del mismo modo en que cuando niño equiparé amor con sacrificio, hay personas que crecen creyendo que amor es entregarlo todo, o que te entreguen todo, o que no te nieguen nada o que te deseen siempre y demás absolutos que no dejan espacio para que el amor florezca en su hábitat natural: el matiz. 

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Y así pasamos toda una vida con expectativas inalcanzables para nuestra vida romántica, sin permitirnos vivir otra cosa más que breves momentos de euforia y grandes periodos de decepción.  

Como la anécdota del asma tengo decenas, y no solo propias: todos los días converso con gente sobre el amor.

Escucharlas es parte de mi trabajo: personas deprimidas durante años porque terminaron con una relación que les significaba el mundo entero —¡la responsabilidad de ser el mundo de una persona!—, hombres desesperados porque no soportan la soledad de la soltería —como si una pareja pudiera y debiera llenar todos los vacíos—, mujeres decepcionadas porque no han encontrado a su príncipe o princesa azul —como si alguien pudiera llegar al estándar del salvador sin nombre que Disney prometió—. 

Una mala definición nos podría llevar a confundir violencia con amor, dependencia con cuidados, coerción con libertad. 

Una palabra fundamental: reciprocidad

¿Entonces qué podemos hacer? hooks propone cambiar nuestra definición del amor. 

Ella adopta la que el autor M. Scott Peck propone en su libro The Road Less Traveled: “el deseo de extender el amor de uno con el propósito de nutrir el crecimiento espiritual propio o de otra persona”. 

Me parece una linda descripción. Tiene una intención de crecimiento —a diferencia de otras definiciones, como la del sacrificio que parece que su intención es sufrir—  y reconoce que el amor debe traer un beneficio recíproco. 

A partir de ella se puede reconocer que, si el amor que das o recibes no está nutriendo el crecimiento espiritual de cualquiera de las partes, entonces es momento de cuestionar lo que ocurre. Es decir: es un amor que no hace promesas insostenibles, sino que propone un proyecto realizable.

Sea con la definición de hooks o con cualquier otra, es importante que cuestionemos las maneras en que entendemos nuestras relaciones románticas. Quizás algunas personas podrían leer esto y decir “el amor es indefinible”, pero eso es falso… o al menos en parte. 

Quizás, como dice Diane Ackerman en A Natural History of Love, el amor sí sea el gran intangible, pero eso no significa que no podamos establecer un marco de referencia para expresar y vivir de forma sana y responsable ese amor. 

Como he dicho antes: entender la magia no la amenaza, sino la vivifica.

“Un amor flexible. Un amor más sano”

Construir una idea propia sobre el amor —en lugar de simplemente repetir la que nos otorgaron al crecer— es una manera de acercarnos a tener relaciones románticas que aprendan de sus errores, que dialoguen con el pasado y que se comuniquen con el futuro. 

Es decir: un amor que aprenda, que se transforme, que se adapte. Un amor flexible. Un amor más sano. 

Como hooks misma dice: “las definiciones son puntos de partida clave para la imaginación”.