“En 1999, por iniciativa del Comité Internacional del Hombre, en Trinidad y Tobago se proclamó el Día Internacional del Hombre, un evento anual celebrado cada 19 de noviembre. Dentro de los objetivos de este día internacional están la salud de los hombres y del niño, la mejora de las relaciones de género, la promoción de una mayor igualdad de género, y la puesta en relieve de modelos masculinos positivos“.
Esto es lo que dice la página de la CNDH sobre el Día Internacional del Hombre. Aunque se celebra año con año, es un día que no tiene tanto impacto, en parte porque existe un desconocimiento general sobre aquello específico que se está, pues, celebrando.
Algunos hombres lo toman como una suerte de pretexto raro para sentir “orgullo” de ser hombre. Otros lo usan como una suerte de equivalente a los múltiples días internacionales que existen asociados a la mujer, como diciendo “a nosotros sólo nos toca un día y a ellas varios”, sin darse cuenta que si además de existir el 8 de marzo (Día de la Mujer) existe también el 25 de noviembre (Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer), no es porque el mundo quiera hacer 2 días de fiesta, sino porque es necesario enfatizar la urgencia de eliminar la violencia que ellas sufren.
Es decir, el Día Internacional del Hombre no trata de un orgullo vacío o una consideración innecesaria, sino del reconocimiento de que el género masculino tiene experiencias, necesidades y violencias específicas que deben ser reconocidas y atendidas.
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Es por ello que el día se enfoca en nuestra salud (de las 40 principales causas de muerte en el mundo, 33 afectan más a los hombres), nuestras relaciones, la igualdad y la promoción de una masculinidad más saludable y menos violenta.
Así que, como parte de este día, escribí sobre 6 mitos de la masculinidad que urge que dejemos de creer:
Alrededor de 1960 se popularizó una hipótesis: en las comunidades antiguas que se organizaban alrededor de la caza y la recolección, la primera tarea la ejecutaban los hombres y la segunda la realizaban las mujeres.
Los grandes mamíferos, como los mamuts, eran cazados por los valientes hombres de la tribu con dos propósitos en mente: uno, alimentar a su familia; dos, otorgarle un supuesto argumento al vato que escribe “uuuh y pensar que antes cazábamos mamuts” cada vez que un hombre “no masculino” aparece en sus redes sociales. El círculo de la vida, pues.
Sin embargo, hoy existe evidencia de que esto nunca fue así.
Se han encontrado restos de mujeres en sitios donde se realizaban las cacerías de grandes mamíferos, enterradas con herramientas y en posiciones que sugieren que participaban de esa actividad.
Además, una de las técnicas antropológicas clásicas para determinar la división del trabajo sexual en comunidades ya extintas tiene un sesgo fundamental: al estudiar comunidades que siguen vivas al día de hoy para intentar entender cómo funcionaban aquellas que ya perecieron pueden ignorarse las diferencias culturales que existen, ya no sólo entre dos comunidades distintas que siguen habitando este mundo, sino entre las que ya no lo hacen.
Gina Rippon, autora del libro The Gendered Brain, ha hecho un análisis muy completo sobre los diversos estudios que afirman haber ENCONTRADO POR FIN LA VERDAD sobre las diferencias entre los cerebros en los hombres y las mujeres para acercarnos por fin a REVELAR LA VERDAD de LA VERDAD sobre el género y su VERDAD.
Por supuesto, la mayoría de las conclusiones que derivan de estos estudios, son falsas.
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¿Por qué? Bueno, las razones son mucho más extensas de lo que podría alcanzar a explicar en este texto, pero algunas notas:
En resumen, no existe un “cerebro de hombre y cerebro de mujer”, sino cerebros que se adaptan a sus contextos, donde uno de los elementos más importantes es la educación diferenciada por género.
El mito dice: los hombres pensamos en sexo todo el tiempo. Todo. Es más, los hombres pensamos en sexo cada 7 segundos, porque así lo dijo un estudio científico y pues no se puede cuestionar eso. Es más, prueba de ello es que yo no estaba pensando en sexo mientras iniciaba este párrafo y ya lo estoy haciendo.
Pero haz la suma. ¿Sabes a cuántos pensamientos sobre sexo al día equivaldría ese dato? 8,000, aproximadamente. Quiero pensar que nuestros cerebros tienen la capacidad de pensar en otras cosas.
Vaya, hasta yo, a quien literalmente le pagan por pensar en sexo, ni siquiera lo hago todo el tiempo y a veces pienso en, no sé, mangos, el final de evangelion, la no linealidad del tiempo, o mangos otra vez.
Un estudio realizado por la Universidad de Ohio en 2011 le pidió a 283 estudiantes universitarios que llevaran un conteo de las veces que pensaron en sexo durante el día.
En promedio, los hombres pensaron en sexo 19 veces, mientras que las mujeres lo hicieron 10 veces. Si bien, de ningún modo puede considerarse una muestra representativa y faltan datos para darle cuerpo a los resultados (como la orientación sexual de las personas, si consideraron de algún modo la existencia de la asexualidad, qué contaba como “pensamiento sexual”, etc), al menos sirve como apoyo para la conclusión lógica: los hombres piensan en sexo, sí, pero también en otras cosas.
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Claro, porque literalmente embestir el puño contra otra persona para resolver un problema que no se pudo atender con la comunicación humana no es una forma de drama. Claaaaro.
En su análisis de dos partes sobre cómo es representado el abuso sexual hacia hombres en medios masivos, tanto cuando se comete por otros hombres como cuando se comete por mujeres, el crítico cultural Jonathan McIntosh llega a una afirmación impactante: no sólo los hombres sí sufrimos abuso sexual, sino que los estereotipos de la masculinidad impiden el reconocimiento del hecho, lo cual hace que sea muy difícil tanto prevenirlo como que las víctimas/supervivientes busquen y puedan acceder a recursos que les permitan sanar.
En ambos casos (y con distintos matices), es difícil que un hombre reconozca que sufrió abuso sexual debido a la asociación que existe de que eso es algo que sólo sufren las mujeres y que un hombre nunca debería permitir que suceda (y que cuando lo comete una mujer, ni siquiera se concibe que sea una posibilidad, por la noción de que es imposible que una mujer llegue a cometer violencia contra un hombre).
¿Cuánto abuso sufrimos los hombres? Conocer el número exacto es muy difícil.
La asociación estadounidense “1 in 6” afirma que uno de cada seis hombres sufrirá abuso sexual en algún momento de sus vidas.
Este número probablemente sea mucho mayor en países como México, que ostenta el primer lugar en abuso sexual infantil entre los países que conforman la OCDE.
Si bien, también es cierto que este es un tipo de violencia que sufrimos en una proporción mucho menor que las mujeres (se piensa que por cada delito sexual hacia un hombre se realizan 11 hacia mujeres), de todos modos es innegable: este tipo de violencia también cruza a nuestro género, tanto como perpetradores como víctimas.
Este, de hecho, no es propiamente un mito. A los hombres también nos matan, sí. Y en muchos lados del mundo, los hombres somos asesinados en mayor proporción que las mujeres.
Parece ser que el 95% de los homicidas en el mundo son hombres. ¿Significa que todos los hombres matamos? No. Pero lo que significa es que la violencia homicida está muy cargada hacia nuestro género.
Históricamente, han sido los hombres quienes se han ocupado en mayor proporción de la guerra, el crimen y distintos usos de la violencia. Y esas dinámicas han sido promovidas en gran medida por el orden patriarcal que ha sido construido históricamente por… hombres.
Y para ser honestos, reducirlo a una cuestión de género es absurdo: los hombres que han construido este orden híper violento tienen otras características: usualmente han sido blancos, creadores (o seguidores) del pensamiento capitalista y colonial creado en Europa, ricos entre ricos, explotadores de otros hombres (y mujeres) para sus fines.
Entender estos matices nos puede ayudar a tener una mejor conceptualización de la violencia de género y, por lo tanto, saber mejor cómo intervenir.