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Oct 30/2020

¿Por qué es tan difícil cambiar de opinión? Así funciona la “cognición protectora de la identidad”

Igual y reconoces esta situación: estás en un chat familiar o de trabajo en whatsapp. Alguien manda un meme o expone una opinión, digamos, racista, machista, anticientífica o que defiende a las empresas por vendernos queso falso.

Se arma el debate, se exponen puntos y argumentos. Y justo cuando parece que triunfará la verdad y que la(s) persona(s) sosteniendo un punto de vista falaz cambiarán de opinión… nada sucede. La persona equivocada nunca cambia su postura, al contrario, parece reafirmarla, incluso con toda evidencia en contra suya. 

¿Por qué es tan difícil hacer cambiar a alguien de opinión incluso cuando hay suficiente evidencia para probar su humilde opinión como falsa?

Hay varias razones, pero una que me parece particularmente interesante es la de un fenómeno mental conocido como: cognición protectora de la identidad

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El duelo y el dolor de “perder” una parte de nuestro ser

Spoiler alert de LaVida™ si tienes menos de 12 años: los Reyes Magos no existen, son los papás. Y si alguna vez has visto a une niñe enterarse de esto (o quizás te recuerdes a ti en esa posición), podrás haber notado que es una noticia brutal de recibir.

La reacción emocional suele evidenciar un profundo dolor: negación, llanto, furia, negociación, decepción y, finalmente, aceptación.   

Si la reacción parece similar a la de un duelo es porque, de hecho, lo es.

Y hablando de este tema: ‘Cuando todo esto termine’… El duelo por la vida antes de la pandemia

Sucede algo: al recibir el dato “los Reyes Magos no existen”, no sólo perdemos los regalos que recibíamos cada año (u.u), sino que, además, perdemos una parte de nuestra identidad: aquella que creía en la magia, en la recompensa material por la correcta acción moral, en los obsequios gratuitos: es decir, la parte nuestra que existía al margen del cinismo del mundo.

Al perder a los Reyes Magos perdemos una parte de nuestra identidad (una necesaria de abandonar, sí, pero no por eso menos importante).

Lo cual no tiene nada de malo, por supuesto. Transformar nuestras creencias es parte del proceso de crecer y madurar.

Pero duele, y de la resistencia a ese dolor nace la cognición protectora de la identidad, que, básicamente, se encarga de rechazar inconscientemente toda idea que pueda amenazar nuestra identidad y en vez de eso, reforzarla cuando encontramos argumentos o teorías que la pongan en duda. 

Cuestionar lo que creemos ¡es bueno!

Así como con los Reyes Magos, otras creencias menos inocuas y más macabras también pueden estar relacionadas con nuestra identidad.

La defensa de la prohibición del aborto legal suele estar estrechamente relacionada con la identidad religiosa.

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La creencia de que “los pobres son pobres porque quieren” suele estar relacionada a la parte de nuestra identidad que determina lo que merecemos o lo que no.

Muchas creencias machistas se arraigan en la forma en que valoramos la parte de nuestra identidad asociada al género. 

Es decir: son creencias que no existen en un vacío, sino que están enraizadas en dimensiones profundas de nuestra mente.

Cuestionarlas, aunque necesario, puede ser doloroso, y el cerebro hará todo por evitar ese dolor.

Por eso es tan complejo cambiar la opinión de una persona en ciertos temas, incluso cuando ha sido probado que lo que cree está sostenido en mitos o datos falsos, porque dentro de todas las personas existe un terror profundo de tener que cuestionar la realidad y descubrir que aquello en que hemos cimentado nuestra identidad podría ser una mentira.

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Porque si eso sucede, tendríamos que confrontar preguntas como: ¿Quién soy, además de esta o estas creencias? ¿Qué pasa con mi pertenencia al grupo? ¿Qué pasa con mi sentido de la moral? ¿Qué pasa con la realidad y lo que creía que era natural? ¿Qué pasa con el daño que pude haber provocado a partir de estas creencias? ¿Qué pasa con que toda mi teoría sobre si las quesadillas deberían o no llevar queso siempre fue inútil porque la quesadilla NUNCA LLEVÓ QUESO?

Y aunque esto revela lo increíblemente complicado que puede ser hacer a alguien cambiar de opinión, también creo que ofrece un poquito de esperanza: de entrada porque el concepto es útil para la autocrítica y revisión propia de creencias, pero también porque ofrece una pequeña brújula: no se trata sólo de convencer con datos, sino también de conmover los afectos y de crear comunidad, de decir: no está mal cambiar de opinión, transformar las ideas es parte de crecer y en este barco, que estamos tratando con tanto esmero que no se hunda, estamos todas las personas.