Somos una especie a la que le gustan las supersticiones. Es curioso: tenemos un cerebro bastante capaz de entender la existencia de la incertidumbre, pero no tan capaz de manejarla antes de llenarse de terror existencial.
Para aguantar el horror nos contamos historias que explican aquello que no puede ser explicado. Cada tanto tiempo, algunas de esas historias se colocarán en el espacio del imaginario público y se volverán leyes no escritas de aquello que, precisamente, queda al margen de la ley.
Y acaso no haya otro tema que esté rodeado de tantas de estas historias como el amor.
El amor está lleno de supersticiones.
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Que si hay un hilo rojo invisible (¿cómo puedes saber que es rojo si es invisible?) que nos une a nuestra media naranja, que nos complementa de forma perfecta (qué responsabilidad la de complementar a alguien cuando yo a veces no me siento ni media persona).
Que si es un misterio insondable que sólo los grandes poetas comprenden (de esos que escriben “senos turgentes”), pero que a la vez está al alcance de todas las personas.
Que si en realidad no existe y fue inventado por Don Draper para vender nylons (mi teoría favorita).
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Aquí la escena:
Que si. Que si. Que si…
Todas estas historias cumplen varias funciones, que pueden ir desde oprimir la capacidad reproductiva de ciertos cuerpos para mantener la producción de mano de obra no remunerada para el beneficio del Estado (!), hasta, eh, convencernos de que somos hermosos copos de nieve que merecen ser amados sin condición.
En todo el espectro de posibilidades, la función principal, al menos a nivel psicológico, es otorgarnos un marco de realidad que nos ayude a sentir seguridad y prevenir el sufrimiento.
Una de las tantas supersticiones que tenemos es creer que el amor nos salvará de todo dolor.
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Si hay amor, no hay espacio para la infidelidad, para la traición, para la desatención, para el olvido, para el rencor o para la venganza, porque el amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Si hay amor, si hay amor verdadero, no faltará nada, porque el amor bastará.
Esta es la creencia bajo la cual está sostenida la idea contemporánea del matrimonio: el amor como pegamento emocional de dos personas que deberán acompañarse por amor durante el resto de sus vidas.
Estas supersticiones ignoran la complejidad del amor, el dolor, el poder y la “experiencia humana” en general. Y llega a pasar que nos topamos con pared, descubrimos que el amor puede doler o que no es una experiencia llena de pureza como creíamos, y entonces experimentamos mucha frustración.
Porque sucede que, en realidad, la experiencia del amor puede ser caótica: hay hormonas que salen de control y que nos vinculan con el sujeto de nuestro afecto de formas cercanas a la adicción; puede ser perversa: hay un sistema de género que privilegia que ciertas personas opriman a otras, que ciertas agresiones sean normalizadas, que ciertas violencias existan; puede ser incomprensible: hay procesos psicológicos que se escapan de nuestra consciencia y que están presentes en todo momento, desde nuestra elección de pareja hasta las faltas que cometemos en la relación.
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En el espacio terapéutico he podido atestiguar que existe un gran beneficio de aceptar que la experiencia del amor puede ser más oscura y compleja de lo que creemos y que, sobre todo, muchas de nuestras creencias respecto a ella son sólo eso: creencias, y no leyes o verdades escritas en piedra.
Porque sí: el amor puede ser maravilloso y puede disculpar, creer, esperar, soltar. Pero también puede ser una emoción que evoque, por diversas razones, trauma, soledad, miedo, violencia. Y eso no está mal.
A veces es difícil mirar esto por el temor natural de quitarse la venda, mirar la incertidumbre de frente y soltar la ilusión de control.
Pero al hacerlo creamos oportunidades para formar definiciones propias de lo que es el amor, y así avanzar hacia la construcción de relaciones que funcionen menos porque se adecúan a moldes previamente diseñados por ciertas ideologías o sociedades, y más porque se adaptan a nuestra individualidad y la de nuestra(s) pareja(s).
Antes de que te vayas: Es hora de crear tu propia definición del amor
Finalmente, reconocer la complejidad del amor, pienso, no es otra cosa más que darle un necesario abrazo de ternura a la dimensión más temida de nuestra humanidad.