Para María Isabel Mota, salir de su departamento es una labor titánica llena de esfuerzo físico y emocional.
Cuando quiere hacerlo debe tomarse 40 minutos para planear todo con detalle y prepararse mentalmente.
Ir a comprar queso, perseguir al señor de los aguacates, tirar la basura y hasta recibir amigos es difícil porque María Isabel está diagnosticada con agorafobia, un miedo irracional por los espacios abiertos y situaciones impredecibles.
“La agorafobia es una de las fobias más difíciles porque bloquea casi totalmente a una persona. Limita su actividad, su vida”, explica el psicólogo clínico Alberto Zoccolini, autor del libro Fobia: Oriente y Occidente juntos para derrotar al miedo.
Y María Isabel lo confirma: “la agorafobia es como vivir en una cueva”.
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Este padecimiento está entre las más de 500 fobias registradas.
Según la UNAM, las fobias más comunes son la aracnofobia (a las arañas), aerofobia (a viajar en avión), cinofobia (a los perros), tripanofobia (a las inyecciones), claustrofobia (a espacios cerrados) y glosofobia (a hablar en público).
Sin embargo, también hay fobias que son consideradas extrañas o poco comunes, como la ablutofobia (miedo a bañarse o lavarse), quirofobia (a las manos), catoptrofobia (a mirarse o pasar frente a un espejo), plutofobia (a la riqueza o al dinero), pogonofobia (a las barbas), entre otras.
Pero todas, comunes y extrañas, comparten la misma raíz: el miedo.
En realidad, el miedo es una emoción necesaria que nos ha permitido sobrevivir a través del tiempo, desde que los seres humanos vivían en las cavernas.
El miedo nos permite ponernos a salvo de situaciones potencialmente peligrosas o dañinas para nosotros.
Y las fobias son miedos, sí, pero miedos “exacerbados, incontrolables, irracionales y persistentes” que llevan a las personas a evitar situaciones o tener contacto con aquello que les genera ese terror, de acuerdo con Frine Torres, doctora en Psicología y especialista en Neurociencias de la Conducta.
A grandes rasgos, una experiencia puede transformarse en fobia porque el cerebro registra que cierto elemento (por ejemplo, las víboras) o situación (salir a la calle) representa un riesgo para la vida y representará riesgo para siempre, aunque no sea así.
Por eso se le llama miedo irracional y exacerbado, y por esta razón forma parte de los trastornos de ansiedad.
Aunque Andrea Álvarez aún no identifica cuándo y por qué comenzó su fobia a las serpientes (ofidiofobia), sí recuerda el llanto y las crisis de ansiedad que desde pequeña le provocaba el mero hecho de verlas en televisión o imaginar que su papá le colocaba una en la cara, su peor pesadilla.
Y un día esa pesadilla se hizo realidad. Una compañera de la escuela la persiguió con una víbora muerta por todo el salón y se la puso frente al rostro. Andrea se desmayó.
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Uno de los misterios que rodea este tema tiene que ver con por qué un elemento o situación se transforma en fobia para ciertas personas y para otras no.
Y, según las expertas consultadas, todo tiene que ver con el aprendizaje, la personalidad y el cómo afrontamos las situaciones peligrosas.
Tania Gómez, psicóloga clínica especialista en terapia cognitivo conductual, ofrece un ejemplo que involucra una de las fobias más comunes, la aracnofobia: “si en algún momento te picó una araña y sentiste miedo, repulsión y la sensación de que tu vida estaba en peligro, la mezcla de estos pensamientos catastróficos y la exacerbación de la respuesta emocional va a generar que tu cerebro imprima una huella emocional muy fuerte sobre ese elemento llamado araña”.
La parte del cerebro donde se depositan todas estas experiencias de aprendizaje se llama amígdala.
Para eliminar las experiencias que se alojan en la amígdala como traumáticas es necesario tomar un tratamiento de reaprendizaje para básicamente enseñarle a nuestro cerebro que estamos fuera de peligro y que no corremos riesgo, explica la psicóloga Georgina Cárdenas, titular del Laboratorio de Enseñanza Virtual y Ciberpsicología de la UNAM.
Y para lograrlo, la doctora Cárdenas y su equipo utilizan realidad virtual.
El laboratorio se fundó en 2001 con psicoterapia en línea, pero fue hasta 2010-2011 que comenzó a utilizar la realidad virtual.
La UNAM es pionera en América Latina en echar mano de esta tecnología para investigar y tratar trastornos mentales.
Cárdenas detalla que la realidad virtual es una técnica de exposición que permite recrear situaciones y escenarios para averiguar qué es lo que detona la fobia en una persona y romper esa cadena de aprendizaje.
Es decir, el o la paciente es expuesta al estímulo, pero de manera más segura, pues es una simulación.
Los especialistas universitarios señalan que esta herramienta tecnológica ha mostrado una efectividad del 80%. Foto: UNAM.
“En una ocasión tratamos a una chica que fue plagiada en su auto y después permaneció en un cuarto de secuestro”, cuenta Cárdenas, quien señala que el laboratorio desarrolló diferentes escenarios en los que se puede dar un secuestro.
“Los recorríamos para ver dónde y cuándo tenía las reacciones de ansiedad más fuertes y resulta que era el timbre del teléfono celular. El estímulo que se asoció fue el teléfono porque era cuando estaban negociando su secuestro”.
La idea es que los pacientes lleguen a tener un control emocional frente al estímulo. “Ahí es cuando sabemos que ya se rompió ese aprendizaje” irracional, dice Georgina Cárdenas.
Por ahora, el Laboratorio de Enseñanza Virtual y Ciberpsicología de la UNAM trabaja en desarrollar realidad virtual para tratar la fobia a los sismos (precisamente por los efectos que dejaron los temblores de 2017 en muchas personas) y en un cuestionario de evaluación para monitorear los efectos de la pandemia de covid-19 en la salud mental de los mexicanos.
El camino de María Isabel en la salud mental ha sido complejo. Además de agorafobia, esta mujer de 45 años de edad, marketera digital y creadora del proyecto El Depre Book también vive con distimia (una forma de depresión), trastorno generalizado de ansiedad, trastorno límite de personalidad y epilepsia.
Ha intentado todo. Psicoanálisis, terapia cognitivo conductual, tratamiento psiquiátrico. En estos espacios terapéuticos ha aprendido a conocerse y a vivir con sus padecimientos.
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Andrea también tomó terapia cognitivo conductual para resolver su fobia a las serpientes, que ya no le generan pánico paralizante.
Incluso decidió visitar un serpentario en León, Guanajuato, y dejar que le colocaran una boa en los hombros, sin desmayarse. “Eso sí, lloré y lloré toda la noche, pero sobreviví”, cuenta.
Tania Gómez explica que con este tipo de terapia se busca reestructurar el pensamiento, es decir, que la persona pueda modificar la percepción que tiene del objeto o la situación que le genera fobia y entender que no representa una amenaza para su vida.
Una de las técnicas es la aproximación sucesiva, que es acercar a la persona al elemento fóbico, poco a poco. Se empieza con fotos, videos, audios, hasta llegar a lo real.
También es importante trabajar con técnicas de relajación muscular y respiración porque “si el cerebro detecta que el cuerpo está tenso, por mucho que se trabaje a nivel cognitivo o de creencias, el cerebro seguirá pensando que hay peligro”, señala Frine Torres.
Alberto Zoccolini también trabaja con lo que él llama “terapia corporal”.
“Yo utilizo el método de la sofrología, una nueva ciencia europea que surge en España y es una aproximación occidental a las más importantes disciplinas orientales: el yoga hindú, la meditación budista tradicional y la meditación zen”, explica Zoccolini, quien imparte un diplomado de Inteligencia Emocional en la Universidad del Claustro de Sor Juana.
“Es un trabajo mente-cuerpo. Son movimientos corporales que mejoran el funcionamiento del cerebro: la memoria, la toma de decisiones, la personalidad, etcétera”.
Zoccolini asegura que esta técnica puede ayudarle a una persona con fobias -y con ansiedad, por supuesto- porque utilizan el cuerpo como ancla a la realidad en lugar de seguir viviendo en su cabeza.
Esto es un camino. Aunque María Isabel puede salir de su departamento, no cree volver a viajar, subirse a un avión, a un camión o un auto con más de tres personas.
Ya no acepta trabajos de oficina ni empleos con gente que no esté educada en salud mental. Tampoco está dispuesta a tener actividades laborales o sociales que le roben tiempo a ‘El Depre Book’ -el libro y el pódcast- porque “hacer de mis diagnósticos algo productivo me ha salvado”.
Vive en su cueva, una casa “llena de todos los colores que necesito en la vida. Hay 10 tonos de verde, pizarrones, post its, vivo con 10 gatos, rodeada de plantas y cada vez con menos objetos.”
“Que haya mucho qué cuidar. Cuando eres paciente y vives en la deformación, pegada en tu propio universo, si no tienes qué cuidar tienes un muy buen pretexto para quedarte en tu universo loco”.