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Jun 15/2020

Por qué el consentimiento es sexy a la hora de ligar

Hace años, durante un viaje, tuve una cita con A, una mujer que me encantaba. Ella y yo nos seguíamos en Twitter y hablábamos de vez en cuando, pero nunca nos habíamos visto en persona.

Eso no fue impedimento para que yo quisiera agarrarla a besos desde incluso antes de conocerla, pues la consideraba brillante, divertidísima y guapísima. Comprensiblemente estaba muy nervioso antes de verla.

¿Pasaría algo? ¿Le gustaría? ¿Nos estábamos viendo como amigos, como ligue de una noche, como un tour tipo “estás de viaje en la ciudad donde vivo y te voy a llevar a pasear”, como todo al mismo tiempo? No lo sabía y la ansiedad me estaba matando. 

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Cuando nos vimos, el click fue instantáneo. Desde que nos saludamos no paramos de platicar en toda la noche. Ni de reírnos. Ni de coquetearnos. Ni de tocarnos la mano, o la pierna, o el brazo suavemente, sintiéndonos apenas con la punta de nuestros dedos, aprovechando toda la sensibilidad de los vellitos en la piel para decirnos “aquí estoy, mírame”.

Pero con todo y eso, nada más pasaba. Y eso me traía vuelto loco. Toda la noche estuve pensando: ¿Cómo le hago para besarla? ¿Debería de sólo darle el beso? ¿Y si mejor sólo me acerco un poco y veo si ella se acerca un poco más? ¿O qué tal si…?

“César, te quiero besar”, me dijo de repente, interrumpiendo mi tren de pensamiento. Yo no lo podía creer.

Con una sola frase, me dejó la mente en blanco. Y nos besamos. Vaya que nos besamos. Nos besamos como adolescentes escondidos en un cine, sólo que estábamos en un bar con mesitas en la calle de la ciudad que nos hospedaba. Nos besamos en el bar, en la banqueta, en la vía pública mientras esperábamos el uber que la regresaría a su casa.

Aprendimos a ligar a punta de estereotipos

Pocas interacciones humanas son tan misteriosas como el ligue. En parte tiene que ver con que en cada paso del juego de la seducción hay una apuesta en la que vertimos nuestras más profundas angustias existenciales: “¿Me va a querer o no? ¿Se va a quedar o se va a ir? ¿Soy una persona digna de amar o no?”

Esto vuelve al mero acto de no saber si vas a besar a tu crush o no en un momento clave: estás arriesgando la parte de ti que se presume como deseable a la opinión de alguien más. Y eso es brutal.

Y encima de eso tenemos nuestra deficiente educación sexual. Si de por sí ligar ya es complicado, la forma patriarcal en que entendemos las relaciones humanas vuelve a la interacción romántica y sexual una bola de contradicciones que no hacen más que confundirnos más: si eres hombre tienes que ser audaz, no tanto como para que sea violento, pero tampoco tan poco como para que seas un pusilánime.

Si eres mujer tienes que ser prudente, no tanto como para que seas una mojigata, pero tampoco tan poco como para que seas una “zorra”. 

Como en todo, los procesos de ligue reflejan los roles de género patriarcales que equiparan a los hombres con la dominación y a las mujeres con la sumisión.

Como resultado, la natural angustia existencial por el rechazo sumada a este juego patriarcal de cazador-cazada nos deja completamente incapaces de operar ante cuestiones que podrían ser tan simples como invitar a salir a alguien, tomarle de la mano o darle un beso.

I dread the thought of our very first kiss / A target that I’m probably gonna miss, dice esa canción de Blink 182, titulada, justamente, First Date

Como no sabemos y los referentes inmediatos no ayudan mucho recurrimos a la educación alternativa.

La manipulación

Por ejemplo, los infames “artistas de ligue” que venden cursos, libros y videos para enseñar a hombres a ligar.

Un par de ellos fueron descubiertos por el Twitter woke esta semana y han sido comentados ampliamente.

Checa: Esta cuenta de TikTok no da consejos chidos para ligar, más bien promueve el machismo

Y digo “fueron descubiertos” porque decir que se “hicieron famosos” apenas sería una mentira: en TikTok, su red social predilecta, acumulan casi un millón de seguidores, mientras que en Youtube tienen casi 28 mil.

Y aunque resulte sorprendente, sus seguidores no son sólo hombres cis heterosexuales, como se puede pensar, aunque ese sea el target y la audiencia principal. Hay de todo. 

Los consejos de estos supuestos casanovas suelen estar repletos de lugares comunes: “ignórala primero”, “insúltala y luego hazle un cumplido”, “inventa una historia en la que quedes como un macho alfa”.

El objetivo de estos cursos es uno: evitar a toda costa el rechazo. Para eso, todas las estrategias de seducción están basadas en utilizar diversas técnicas comunicativas para manipular a la mujer para que acceda a tener sexo.

Si hay manipulación, hay control. Y si hay control (una cosa muy patriarcal), reduces el riesgo del rechazo (la angustia existencial). La fórmula aparentemente perfecta.

Porque perfecta sólo es en apariencia. Lo cierto es que esas fórmulas no funcionan. Quizás alguna persona incauta pueda “caer”, ¿pero cuál es el beneficio?

¿Dónde queda el deseo de las mujeres?

Como varia gente ante uno de los videos viralizados la semana pasada, ¿por qué querrías poner nerviosa a una persona con quien, en teoría, quieres o iniciar una relación amorosa o tener un momento de intimidad física y placer?

Finalmente, uno liga porque aspira a conseguir una conexión con otra persona, ya sea sexual, romántica, humana, espiritual o el nombre que se le quiera dar.

Cuando ligas con alguien con base en crearte una máscara que aparente autoconfianza y cinismo, ¿qué clase de placer puedes obtener ahí? La validación existencial que estás buscando se va a quedar insatisfecha de todas formas. Seducir a una persona a base de manipulaciones es ponerle una vara muy baja al placer. 

Y los consejos que les dan a las mujeres no suelen ser mejores. De entrada, se invisibiliza su deseo: las mujeres nunca tienen que actuar explícitamente cuando alguien les guste, sino esperar a que la otra persona actúe.

Ellas sólo esperan pasivamente a que alguien las note, como en ese arcaico ritual de algunos pueblos en los Altos de Jalisco en el que las mujeres se ponían a caminar alrededor de una fuente los domingos para que los hombres las observaran, eligieran y, eventualmente, cortejaran.

Cuando sólo hay espera, guardas tu sexualidad como un tesoro (una cosa muy patriarcal) y reduces el riesgo de rechazo (la angustia existencial).

Por lo tanto, a muchas mujeres se les suele enseñar tres cosas respecto al ligue: la primera, a “llamar la atención”, esto es, hacer comentarios, tomar poses, vestirse de ciertas formas para que las noten.

La segunda, a esperar los avances del hombre y no actuar sobre sus deseos a menos que estos sean lo más limpios, virginales y puros posibles, ¡y además, en matrimonio!

Y la tercera, que el ligue es peligroso, porque un hombre siempre podría pasarse de la raya, siempre podría frustrarse si se esforzó por ligar y no resultó, siempre podría manipularte para tener sexo con él. Y si eso llegara a suceder, no sólo se culpa a la mujer, sino que se afirma que, quizás, secretamente lo deseaba, porque “el hombre llega hasta donde la mujer quiere”.

Y esa educación es terrible y es cuna de muchísimas violencias.

Una palabra: consentimiento

Con todos sus matices y diferencias, creo que el punto que tienen en común estas dos formas de educar para el ligue es el siguiente: en ninguna aprendemos a erotizar el consentimiento. De hecho, lo contrario. El consentimiento pasa a ser invisible, algo que se da por hecho, que no se negocia, que no se especifica y que no se siente. 

¿Qué terminamos erotizando entonces? El perverso ritual de cazador-cazada: la dominación y la sumisión.

“Los besos no se piden, se roban”, nos dicen. Un hombre que pide un beso es un cobarde, se piensa en el imaginario colectivo, alguien incapaz de sostener la tensión del deseo y actuar con audacia, como un verdadero hombre.

Una mujer que pide un beso es una atrevida, una persona que se sale del lugar que le toca por ser presa de sus impulsos más oscuros y pervertidos. 

Pero es completamente falso. Yo lo aprendí con A. Cuando me preguntó si me podía dar un beso, yo me alivié profundamente: ya no tenía que esforzarme en ser deseado, porque ya sabía que me deseaba. No lo podía creer. ¡Mi crush me deseaba también! ¡Todo este tiempo que había pasado agobiándome por este momento había sido a lo tonto!

Y contrario a lo que pensaba, la pregunta sólo acrecentó ese deseo: los poquísimos segundos que pasaron antes de que nuestros labios se juntaran pude sentir las ganas que nos traíamos como la fuerza de un imán, como esos instantes en una montaña rusa en que experimentas caída libre y sabes que todo va a estar bien, que vas a sobrevivir, que puedes aventarte al vacío porque vas a estar sano y salvo antes de tocar fondo. 

Y ese beso fue uno de los más memorables de mi vida.

Vamo’ a romper estereotipos de una vez por todas

Por todos lados, su pregunta fue contraria a todo lo que nos suelen enseñar de cómo debe ser el ligue. Que si los hombres deben dar el primer paso. Que si las mujeres deben esperar pacientemente al avance del hombre. Que si los besos no se piden, sino se roban. Que si preguntar mata el momento. Quesiquesiquesi.

Al momento de besarnos nada de eso importó, porque el deseo estaba ahí: vivo, habitándonos, enunciado, consciente de lo que era y del permiso que tenía para bailar entre nuestros cuerpos. Y así, la angustia existencial desapareció y las dinámicas patriarcales pudieron, al menos por un momento, hacerse a un ladito, permitiéndonos darnos unos besos que se sintieron deseados, placenteros y libres

Y esa noche, sin necesidad de clases, ni textos, ni tweets, ni tiktoks, sino sólo con una plática divertida y sincera, una pregunta y uno de los besos más memorables de mi vida, aprendí ese secreto que ningún “artista de ligue” te va a revelar jamás porque lo desconocen: el consentimiento es lo más sexy que existe.