A ninguna relación humana le arrojamos tantas expectativas como a las románticas.
Bajo el esquema ideológico del amor romántico, “pareja” se usa como un término sombrilla que abarca un sinnúmero de funciones sociales que esperamos que se cumplan de manera incondicional: cuidados, compañía, diversión, protección, sexo, intimidad, apoyo emocional y soporte económico, entre otras.
Te interesa: La importancia de escuchar nuestras emociones; va una clave para aprender a hacerlo
El amor romántico dice: yo debo ser todo para mi pareja porque la amo y si ella me ama de vuelta tiene que ser todo para mí.
Una pareja exitosa es una pareja que satisface necesidades y el número de funciones cumplidas es el termómetro que indica la salud del amor.
Nunca antes habíamos tenido relaciones tan libres, como nunca antes habíamos tenido relaciones tan complicadas.
Checa: Seis verdades sobre el amor, el sexo y las relaciones
Si antes buscábamos una comunidad entera para procurar nuestro bienestar, ahora esperamos que todas nuestras necesidades sean atendidas por nuestra pareja.
El problema con esto es evidente: una persona no puede satisfacer todos tus deseos, ni puede sostener todas tus angustias, ni puede resolver todos tus conflictos.
Cuando Midsommar (2019) comienza, la película nos deja muy en claro que estamos presenciando una pareja que ya se ha roto más allá de toda posibilidad de salvación. El mismo Ari Aster -director del filme- dijo que la película es un cuento de hadas sobre una ruptura amorosa.
Dani, la protagonista, está consciente de que usar de forma excesiva a Christian, su novio, para sobrellevar la angustia provocada por su hermana bipolar, lo está alejando.
Christian, en efecto, está harto y quiere cortar con Dani desde hace más de un año, pero no lo ha hecho en parte porque la relación le sirve de excusa para ocupar el tiempo que debería dedicarle a escribir una tesis incierta.
Ambos se encuentran en una situación complicada de dependencia: Dani depende de él como soporte emocional, Christian depende de ella para soportar una existencia a la que no le encuentra sentido.
De todas las funciones que se le atribuyen a la pareja, quizás una de las más complicadas de realizar sea la del soporte emocional incondicional.
Los amantes se hacen una promesa: cuando los ríos se sequen, cuando el sol se apague, cuando las montañas se deslaven, nosotros seguiremos acá. Pero cuando esto sucede, la mayoría de las personas suelen descubrir que el amor no es suficiente para sostener un mundo que se derrumba.
Y a Dani el mundo se le derrumbó. Una noche, su hermana se suicida, asesinando a sus papás en el proceso.
A partir de esto, las dudas que ella y Christian tenían sobre su permanencia como pareja son reemplazadas por el sentido del deber: Dani ya no puede dejarlo porque perdería a su principal soporte emocional; Christian ya no puede terminarla porque sería inhumano hacerlo después de la tragedia.
Si Christian se va, Dani se derrumba; si Dani se va, Christian pierde su sentido. Su relación dependiente se transformó en una convivencia de vacíos completamente simbiótica.
Lee: El desamor y la cruda tienen algo en común: la cura
Meses después, la pareja viaja con los amigos de Christian a la comunidad de Hälsingland, en Suecia, para participar en el festival de midsommar, que, según un anciano de la comunidad, tiene como objetivo librarse de los “peores afectos”.
Al poco tiempo, como es predecible, descubriremos que los peores afectos de Dani y Christian son ellos mismos.
Hälsingland es un pueblo hermoso, casi onírico —como una relación que inicia, todo es sueño y belleza—. Es pequeño, muy verde, lleno de personas hermosas —como hermosas son las personas de las que uno se enamora— y su hospitalidad invita a la más cálida de las bienvenidas —como cálidas son las primeras experiencias en las que descubres a tu pareja—.
Así de chulo es Hälsingland. Foto: wikimedia commons.
Como si fuera una coreografía, la armonía de la comunidad parece ser su ethos: niñas bailando tomadas de la mano, ancianos caminando, mujeres riendo, hombres charlando, todas y todos vestidos de blanco, todas y todos irradiando paz —como la paz del amor que nace y te asegura “todo está bien, ya estás conmigo y aquí estaré para ti por siempre”—.
Así, mira:
El pueblo de Hälsingland es un lugar que desborda un misticismo particular: la eternidad es la aspiración espiritual del pueblo y el círculo de la vida es su dios —la misma eternidad a la que los amantes encomiendan sus historias—.
La gente de la comunidad ha aceptado la muerte y la pérdida como parte esencial de su identidad —la muerte y la pérdida: dos sombras siempre al acecho de los amantes que se prometen habitar lo eterno—.
Para preservar su identidad a toda costa, el estilo de vida de ̶u̶n̶a̶ ̶p̶a̶r̶e̶j̶a̶ ̶d̶e̶p̶e̶n̶d̶i̶e̶n̶t̶e̶ esta gran familia sacrifica la individualidad de sus miembros de modo que se puedan vivir las emociones de manera colectiva.
Alimentación, juego, descanso, sexo, muerte: todo se hace en comunidad y por la comunidad.
Por ejemplo: en Hälsingland, la vida se divide en 4 estaciones de 18 años: primavera (0-18), verano (18-36), otoño (36-54), invierno (54-72).
La estación en la que estés determina la vida que su gente tendrá: si están en verano, se separarán 18 años de su familia, si están en invierno, se convertirán en ancianos encargados de preservar la sabiduría comunal.
“¿Qué pasa al llegar a los 72 años?”, pregunta uno de los viajeros, y la respuesta le llega pocas horas después: quienes exceden el límite de edad establecido deberán sacrificarse aventándose de un acantilado para preservar la precisión del círculo de la vida.
Y no solo eso: si por algo un anciano sobreviviera al salto (como ocurre en la película) miembros del pueblo se encargarán de reventarle el cráneo con un martillo para consolidar el sacrificio. La comunidad acompaña hasta en la muerte.
Ante los horrorizados viajeros estadounidenses, que percibieron el salto como un acto de barbarie, una mujer les responde que terminar ̶u̶n̶a̶ ̶r̶e̶l̶a̶c̶i̶ó̶n̶ la vida antes de su completo desgaste es una forma de preservar su dignidad, incluso si el hecho provoca dolor.
Esta escena es muy fuerte:
El magnetismo emocional de lo comunitario, incluso si es así de perverso, resulta tremendamente atractivo para las personas que sufren, porque permite aliviar los dolores al socializarlos.
Pelle, el amigo de Christian que los invita a la comunidad, le ofrece a Dani, desde el momento en que la conoce, la comprensión que nadie más le extendió.
Después de enterarse que sus padres murieron, le cuenta que los suyos también fallecieron durante un incendio y que fue gracias al apoyo de su comunidad que logró superar el dolor: con su gran familia sosteniéndolo, nunca se sintió solo.
Cuando ella gana el último concurso del midsommar, Pelle la felicita con un beso, mientras la comunidad entera celebra la resiliencia que hasta ese momento parecía que nadie le había reconocido.
Checa la escena a partir del minuto 3:00:
Cuando Dani descubre a Christian teniendo sexo con una integrante de la comunidad, las mujeres la acompañan en su dolor como una sombra: corren cuando Dani corre, lloran cuando Dani llora, gritan cuando Dani grita, sufren cuando Dani sufre.
Esta también es una escena muy perturbadora:
Que Christian hubiera sido violado de forma tumultuaria —en medida de que él estaba drogado hasta la inconsciencia mientras sucedía— poco le importó a Dani, como haciendo eco a la falta de acompañamiento emocional de Christian en varios momentos de la película.
Para terminar el festival, Dani decide deshacerse de su “peor afecto”, quemando vivo a Christian y consolidándose como nueva integrante de la comunidad.
Christian muere y el corazón de Dani se limpia. Al final de la película, ella sonríe, como indicando que ha encontrado el lugar al que pertenece, pero en realidad sólo ha cambiado una relación simbiótica por otra.
Conforme la película avanza y el horror se desborda, uno no puede evitar preguntarse ̶¿̶c̶ó̶m̶o̶ ̶e̶s̶ ̶q̶u̶e̶ ̶e̶n̶ ̶u̶n̶a̶ ̶r̶e̶l̶a̶c̶i̶ó̶n̶ ̶d̶o̶n̶d̶e̶ ̶h̶u̶b̶o̶ ̶t̶a̶n̶t̶o̶ ̶a̶m̶o̶r̶ ̶a̶h̶o̶r̶a̶ ̶e̶x̶i̶s̶t̶e̶ ̶t̶a̶n̶t̶a̶ ̶a̶g̶r̶e̶s̶i̶ó̶n̶?̶ ¿cómo es que en un lugar tan bello puede existir tanto horror?
Pienso que la razón por la que Hälsingland termina siendo un espejo de los puntos más abyectos de la relación de Dani y Christian es porque el horror hace evidente la forma en que la dependencia y la falta de individualidad pueden matar al amor.
Para que un amor no se desgaste, es precisa la capacidad de sostener la tensión que supone crear un “nosotros” sin que se pierda el “tú y yo”.
Las situaciones de crisis, la depresión y la angustia pueden debilitar nuestro sentido del yo hasta el punto en que sostener nuestra propia existencia sea insoportable.
Es por esto que, en ocasiones, el agotamiento en una relación no siempre supondrá la separación de la pareja: ¿cómo terminar si hacerlo se siente como perder el mundo entero?
Tengo la impresión de que un factor que determina que parejas que alguna vez se amaron puedan descomponerse de una forma espantosa es que no saben soltar la relación cuando es momento de hacerlo.
La dependencia que se deja crecer termina convirtiéndose en simbiosis: “no quiero estar contigo, no me haces bien y no te hago bien, pero te necesito y me necesitas”.
Fernanda Solórzano señaló en su análisis de la película que Hälsingland actúa de manera muy similar a una secta (que no es otra cosa más que una forma de relación dependiente) y que es a través de ese proceso que termina encantando a Dani y haciéndola parte de ella. No podría estar más de acuerdo.
Como en Midsommar, las relaciones dependientes también tienen una estética: la del horror seguido de la ilusoria luna de miel; la de las violencias que se maquillan con flores y vestidos y besos y bailes.
Lamentablemente, las sectas y las relaciones dependientes comparten una peligrosa característica: con todo y el horror, si uno está lo suficientemente vulnerable, se antoja estar ahí.