Quizás te ha pasado. Primero estás fajando y todo bien. Una mano por aquí, otra por allá, una prenda volando, otra siento arrojada al piso, y así sucesivamente hasta que llega la hora de la verdad: la penetración.
Todas las decisiones en tu vida te llevaron a este punto y lo sabes bien. Comienza a sonar “Lose Yourself” de Eminem en tu cabeza: you only get one shot, do not miss your chance to blow. Pero la verdad es que andas más mom’s spaguetti que otra cosa. Sin embargo, sigues. Te volteas, sacas un condón, abres su envoltura y para cuando procedes a ponértelo descubres el horror: tu erección decidió volverse nihilista y negarse a sí misma.
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Y entonces llega la vergüenza, la confusión, la mirada hacia el abismo que te mira de regreso. Cuando los hombres perdemos nuestra erección casi siempre lo vivimos como una experiencia humillante.
La razón de esto es la de siempre: el machismo y la rancia creencia de que nuestros penes son el máximo símbolo de nuestra virilidad y que, por lo tanto, tendríamos que ser capaces de tener erecciones fuertes como adamantio.
Entonces, cuando nuestras erecciones no lo son, solemos sentir una frustración desmedida.
Si nuestro cuerpo es capaz de mantener una erección durante todo el tiempo previo a la penetración y la pierde justo antes del coito, no es porque la erección sea el problema, sino porque la penetración lo es.
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Me explico:
El faje es frenesí sin compromiso. Fajar quizás sea una de las experiencias sexuales menos estresantes que hay: es fácil estar presente en el presente cuando tu pene no está involucrado. En el faje no hay expectativas, solo la experiencia de gozar con otro cuerpo y que otro cuerpo goce del propio. You better lose yourself in el faje, como diría Slim Shady.
Pero cuando involucramos al pene, sobre todo antes de la penetración, la cosa cambia.
El momento del condón es el momento de la pausa, del silencio. Y no hay mejor auditorio para nuestros miedos que el silencio.
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Hay hasta un término científico para lo que sentimos cuando nos ponemos nerviosos antes de tener sexo: ansiedad por desempeño.
Por eso es que muchas veces el momento de ponernos el condón es cuando entran todas las expectativas y angustias machistas: “¿Pensará que es demasiado pequeño? ¿O demasiado grande? ¿Le gustará tener sexo conmigo? ¿Y si pierdo la erección y se burla?
Pero es que en serio deseo coger con esta persona: Hoy. Nada. Debe. Salir. Mal. ¿O quizás no quiero coger y sólo me estoy engañando a mí mismo? ¿Puedo confiar en mis sentimientos? ¿Qué diría Kant? No, espera, Kant probablemente nunca tuvo sexo, no es la mejor referencia.
Mira:
En una de esas extraño a mi ex. ¿Extraño a mi ex? No, no extraño a mi ex. Pero podría enamorarme hoy. Oh no, ¿esta es una de esas cogidas casuales en las que me enamoro? ¿Soy una de esas personas? ¿O qué tal que el enamorado no soy yo? ¿Y si le rompo el corazón? ¿Y si me rompe el corazón? ESTO ES DEMASIADO”.
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En otras palabras, la falta de erección cuando nos vamos a poner el condón puede ser vista como un síntoma de algo más.
Así como cuando sentimos dolor en el estómago no corremos a eliminarlo, sino nos preguntamos qué lo podría originar para saber cuál es el mejor tratamiento, antes de frustrarnos con nuestro pene por no funcionar como queremos deberíamos preguntarnos qué es lo que lo está haciendo así.
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A veces la falta de erección es nuestro cuerpo gritándonos que algo está mal con la situación para prevenirnos de hacer algo que nos podría traer consecuencias negativas o culpa después (por ejemplo, cuando nos estamos sintiendo presionados a tener sexo pero no sabemos o no queremos reconocerlo).
A veces es una expresión de nuestros miedos internos: miedo a enamorarnos, miedo a la humillación, miedo a que nos rompan el corazón, miedo a revivir una situación traumática, miedo a hacer daño. Las posibilidades pueden ser varias.
Hacer esto en vez de sucumbir a la frustración nos da la oportunidad de aprender de aquello que nuestro cuerpo sabe pero nosotros no. Es una ventana para el autoconocimiento.
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Así podemos llegar a descubrir y atender inseguridades, prevenir situaciones problemáticas, evitar situaciones retraumatizantes (por ejemplo: intentar forzar nuestra erección demasiadas veces después de un evento demasiado doloroso y lograr como único resultado todavía más frustración y coraje), entre otras cosas.
(Y no, que pierdas la erección al momento de ponerte un condón no es excusa para insistirle a tu pareja para que no lo usen. Tu ansiedad no es justificación para poner en riesgo a nadie. Ninguna cogida del mundo vale arriesgar tu salud o la de otra persona).
Además, siempre puedes aprovechar ese momento de pausa y reflexión para descansar y ofrecerle un vasito de awita a tu pareja como un Caballero de los de Antes™ o sexo oral. O ambos. U otra cosa, como seguir besándose, o descansar y ver algo en la tele, o fajar un rato más, o hablar de lo que sientes, o irse a dormir, o masturbarse mutuamente hasta llegar al orgasmo, o lo que sea.
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El chiste es idear cosas para relajarnos y quitarle su ominoso peso al entendimiento machista de la penetración. Así aprendes algo de ti mismo y de paso te ahorras un incómodo: PERO ES QUE TE JURO QUE ES LA PRIMERA VEZ QUE ME PASA.
Así que si sientes que tus manos están sweaty, tus rodillas weak y tus brazos heavy, y ya perdiste la erección already: respira. Tranquilízate. Escucha a tu pene. Y a tu corazón también. Y a las venas que conectan a tu corazón con tu pene.
Ahí, en la escucha de tu propio organismo, está el secreto para entender por qué es que no funciona como queremos y por qué a veces eso no es tan malo. Escucha bien, porque tu cuerpo te está diciendo algo que necesitas conocer, y ahí sí: this opportunity comes once in a lifetime, yo.
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