Una confesión personal: estoy enamorado. La sensación no es nueva porque tengo, como quien dice, corazón de condominio, y eso me da la oportunidad de albergar en mi pecho un montón de afectos e historias, de vínculos y relaciones.
Pero el diablo está en los detalles y, en esta ocasión, es el diablo del más clásico amor romántico el que me anda picando el corazón y la hormona: estoy tan enamorado que hasta lo siento anacrónico.
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No lo haría —y no hay juicio acá para quienes lo hacen—, pero lo entiendo: quiero despertar junto ella, conocer la ciudad con ella, recibirla cuando regresa de trabajar, cenar juntos y ver cualquiera que sea la serie o película romántica del momento, para procurarnos un espacio de complicidad y ternura en este mundo de neoliberalismo rampante y violencia ominosa. Ugh.
Lo normal de aquel conjunto de alteraciones neuroquímicas al que Dorothy Tennov llamó limerencia en 1977 y que se ha descrito como un estado alternativo de consciencia, supongo.
He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura del enamoramiento, famélicas infatuadas desnudas, arrastrándose por las calles del amor romántico al amanecer en busca de una colérica dosis de oxitocina.
Las he visto perder amistades, abandonar pasatiempos, desconectarse del mundo, entregarse a la codependencia, morir en nombre del amor, matar en nombre de un falsa idea del amor. El enamoramiento es una droga ante la que necesitamos aprender a reducir riesgos.
Por ejemplo: las personas que practican BDSM han puesto mucho énfasis en el aftercare, que son los cuidados emocionales que una persona necesita después del impacto de una práctica sadomasoquista.
El término, aunque nace en un contexto específico, resulta útil para cualquier persona, pues resalta la necesidad de los cuidados post-relación sexual, algo que es una necesidad humana general. Vivir una sexualidad al margen de lo que se considera normal nos hace, inevitablemente, observadores de las faltas de la sexualidad tradicional.
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Del mismo modo, las personas que practican poliamor tienen un término que encuentro muy útil para esto: la energía de la nueva relación (ENR).
El término se origina de la observación de que estas parejas, cuando comienzan a salir con una nueva persona, se enfrentan a un dilema: tienen que cuidar la relación en la que ya estaban y al mismo tiempo enfrentar al deseo de entregarse completamente a la nueva persona. Y para equilibrar sus relaciones y evitar descuidarlas, tienen que gestionar su energía.
Esto aplica para cualquier relación, en realidad, no solo para las románticas. Cualquier relación nueva puede generar ilusión y motivación. No es raro descuidar amistades viejas cuando hacemos una nueva, o a nuestras parejas cuando tenemos un nuevo trabajo, o a nuestras mascotas más antiguas cuando adoptamos un nuevo perro o gato.
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Pensar en ENR y no en enamoramiento, supone un cambio de paradigma para entender al amor y ayuda a generar relaciones más sanas.
El esquema romántico del enamoramiento dice: pasa todo tu tiempo con tu pareja; mientras que el de la ENR responde: organízate para que te dé tiempo para todo. El primero susurra: dedícale tu vida entera a esta persona; mientras que el segundo contesta: procura tus otras relaciones y tu tiempo para ti. El primero ordena: entrégate sin límites al sentimiento; y el segundo modera: hazlo, pero gestiona, pausa, respira, decide.
En mi victoriano enamoramiento, quisiera pasar todos los días con mi pareja y desearía que esta adrenalina durara para siempre. Pero como el nombre mismo de la ENR indica: el enamoramiento es energía y la energía se transforma.
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En unos meses o años, la relación dejará de ser nueva y se convertirá en otra cosa. Y con ese cambio, la energía mutará y habrá que encontrar nuevas formas de gestionar nuestro deseo de acompañarnos y aquello en lo que nos hayamos convertido.
No me malinterpreten: voy a aprovechar cada segundo de esta emoción, porque a los tibios diosita los vomitará de su boca, pero creo que uno de los mitos más dañinos del amor romántico es creer que el enamoramiento nos hará felices por siempre y que las parejas deberían mantenerse en un pico perpetuo de adrenalina.
Cuando la persona que existe detrás de la ilusión se revela como eso: persona, muchas relaciones se demuestran incapaces de sostener la decepción y transformar su amor hacia algo menos fantasioso y más humano.
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Amo a mi pareja. Y quiero amarla por un tiempo que ahora se nos antoja indefinido y quiero hacerle todas las promesas de eternidad que siempre me habían parecido ridículas y cursis. Ugh. Aww también, pero ugh, aunque sobre todo aww, pa’ qué les miento.
Sin embargo, también sé que esta energía algún día va a menguar y lejos de temerle al cambio, quiero pensar que tendremos la capacidad de encontrarnos cuando la ilusión se rompa y mirarnos con compasión y ternura para construir lo que siga, y así entregarnos a un amor que cambie como la vida cambia y que se transforme como el mundo se transforma.
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