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Dic 27/2019

Coger sin llegar al orgasmo: ¡hombres, hay que aplicarnos para reducir la brecha orgásmica!

Foto: Netflix

Tener buen sexo es difícil, nadie nos enseña a hacerlo. Si tenemos suerte, quizás escuchemos a alguien decirnos que el sexo debe de sentirse rico, si no, nuestra educación sexual estará limitada a alertarnos sobre los peligros de toda interacción erótica.

El paradigma pedagógico del profesor de educación física en Mean Girls (2004) nos enseña que lo mejor es la abstinencia, porque si tienes sexo vas a embarazarte, morir… y ya.

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Una de las muchas consecuencias de esto es que todo lo que rodea al sexo, como el deseo, las diversidad de prácticas, las técnicas masturbartorias, las fantasías, los juguetes, las actividades grupales, la respuesta sexual humana, entre otras cosas, son conocimientos oscuros a los que muchos de nosotros jamás llegaremos a acceder.

¿El resultado? Hay gente que muere sin haber tenido un solo orgasmo en su vida.

Un estudio de 2017 le preguntó a varias personas si habían tenido un orgasmo durante el último mes y los resultados, aunque alarmantes, son poco sorprendentes: las mujeres heterosexuales son la población que menos orgasmos tuvo (65%), mientras que los hombres heterosexuales son quienes experimentaron más (95%).

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En cambio, 86% de las mujeres lesbianas dijeron haber tenido un orgasmo durante el último mes.

Básicamente, los números indican que las mujeres heterosexuales son quienes menos orgasmos tienen, y esto sucede por varias razones: falta de educación sexual, culpas, desconocimiento del cuerpo, ignorancia respecto a las cosas que provocan el propio placer, disfunciones sexuales que poco o nada tengan que ver con el desempeño sexual de su pareja, etc.

Sin embargo, si tomamos en cuenta que las mujeres que tienen sexo con mujeres reportan un índice mayor de orgasmos, podemos suponer que el problema de las heterosexuales no reside completamente en ellas, sino en nosotros: los hombres con quienes tienen sexo.

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La brecha orgásmica es una de las muchas extensiones de la desigualdad de género que permea en la sociedad.

¿Por qué los hombres hetero, que son quienes generalmente tienen sexo con las mujeres hetero, no están procurando orgasmos a sus parejas? ¿Es porque muchos tocamos el clítoris como si fuera tornamesa de DJ? ¿Es porque muchos no cuidamos nuestra higiene y la experiencia se vuelve desagradable para ellas?

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¿Es porque pensamos que tener sexo solo es penetración pene-vagina —práctica que, por cuestiones fisiológicas, no resulta tan placentera para las mujeres como para nosotros—? ¿Es porque recibimos buena parte de nuestra educación sexual por medio de la pornografía, que vende una fantasía usualmente misógina sobre el sexo y que poco o nada tiene que ver con las prácticas, cuerpos y encuentros reales? ¿Es porque creemos que las mujeres deben tener sexo con nosotros porque les invitamos un combo Icee? Probablemente un poco de todo.

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Es hora de aceptarlo: coger con hombres heterosexuales no suele ser una buena inversión de tiempo. Y los únicos que tenemos la culpa de eso somos nosotros.

Quiero suponer que muchos de los hombres heterosexuales que contribuyen a que sus parejas pertenezcan a ese 35% que no han tenido orgasmos el último mes lo hacen más por falta de conocimiento que por desidia o falta de interés —aunque también tenemos que hacernos responsables de que no solemos hacer mucho para educarnos por nuestra cuenta—.

Por lo menos así fue mi caso. Yo me enteré de la existencia del clítoris cuando tenía 17 años. 17. Para ese entonces yo ya había tenido tres parejas sexuales —si me juzgan, la ultraderecha gana— y me consideraba un buen amante porque tardaba mucho en venirme.

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Un día estaba fajando con una chica con la que salía y, según yo, todo iba bien. En algún momento, ella detuvo el faje, me miró a los ojos y me dijo consternada: ¿sabes qué es el clítoris? Yo no tenía idea. Amablemente, ella me explicó, me enseñó a estimularlo y mi vida nunca volvió a ser igual.

Que yo no supiera de la existencia del clítoris a los 17 años es un tema de educación sexual y de machismo.

A todas las personas nos educan para creer que el coito pene-vagina es la práctica sexual por antonomasia y el ingrediente secreto para todos los orgasmos, pero sabemos que esto es falso: solo un mínimo porcentaje de mujeres puede venirse durante la penetración.

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A los hombres nos educan para ser complacidos y a las mujeres las educan para complacer.

Como efecto secundario, los hombres no solemos invertir en nuestra educación sexual mientras que muchas mujeres sí lo hacen: leen artículos, usan lencería, compran juguetes, etc. Si esa inversión no se comparte, al final termina siendo sólo para nuestro provecho y no para el placer de ambos.

A los 17 años, como muchos hombres a los 20 o a los 50 o a la edad que sea, yo no sabía ni qué era el clítoris; tampoco sabía cómo estimular los pezones de una mujer sin lastimarla ni técnicas para el sexo oral ni erotizar el cuerpo entero ni a hacer edging, ni posiciones penetrativas que estimularan la próstata y la parte interna del clítoris, ni muchas cosas que hacen que el sexo sea genuinamente rico para ambas partes.

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¿Qué hacer, entonces, para reducir la brecha orgásmica? 

Hoy en día, cada vez hay más esfuerzos de educación sexual de mujeres para mujeres que tiene como objetivo cerrar la brecha orgásmica. Pero ese trabajo, aunque urgente y maravilloso, no es suficiente si lo que nos interesa es que esos orgasmos los tengan con nosotros.

Los hombres también tenemos que procurar el placer de nuestras parejas, invertir tiempo y recursos en nuestra educación sexual, así como aprender a comunicarnos y dejarnos enseñar.

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Hacerlo traerá un maravilloso descubrimiento: el placer del sexo solo puede llegar a conocerse en su totalidad cuando todas las partes involucradas lo disfrutan al máximo. 

¿Cuál debe ser el rol de los hombres en la lucha por cerrar la brecha orgásmica? No tengo respuestas definitivas, pero sí algunas sugerencias: nos urge conocer la anatomía del nuestras parejas, nos urge educarnos en los mecanismos del deseo, nos urge diversificar nuestras prácticas, nos urge invertirle tiempo a ser mejores amantes.

Lo sé porque lo he visto: un mundo con más y mejores orgasmos es posible.

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