La primera vez que cruza por tu mente que has sido víctima de violencia se abre una especie de vacío frente a ti. Nada te prepara para asimilar de golpe una agresión física, psicológica o sexual, menos si esta fue ejercida por alguien de confianza. Aceptarlo y después verbalizarlo es un proceso tan doloroso como atemorizante.
Por eso, las primeras personas a quienes se les comparte una experiencia traumática o una situación de peligro deben fungir como un espacio seguro.
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Pero muchas veces ese círculo de confianza no ayuda, y en lugar de ser apoyo se convierte en un cómplice indirecto del agresor.
¿Qué hiciste? ¿Por qué no te defendiste? ¿Para qué bebías tanto? ¿Por qué lo dices hasta ahora? Ay, es que él es así.
Son esos cuestionamientos, cargados de prejuicios y centrando la responsabilidad en la víctima, los que ahogan el llamado de auxilio.
Y el silencio alrededor lo congela todo: el agresor permanece impune con la posibilidad de seguir haciendo daño, sus amigos lo encubren, sus amigas lo justifican y la víctima crea mecanismos para sobrevivir al trauma.
Las agresiones no las vive una o dos, ni cien, las vivimos miles de mexicanas todos los días y el encierro no ha hecho más que agravar la situación.
Entre marzo y noviembre de 2020, 38,081 mujeres llamaron a la Red Nacional de Refugios para pedir ayuda y, sólo en noviembre (sí, hace apenas dos meses), cada hora una mujer se comunicó a la red.
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Y el peligro no sólo está en la calle, el hogar -ese que debería ser un espacio seguro- se transforma en algo aterrador.
La RNR informó que 87.5% de los agresores de las mujeres que pidieron ayuda son sus maridos, novios o exparejas y al menos 28% usaban armas de fuego para amenazarlas.
Las cifras de gobierno tampoco son alentadoras.
Según información del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, entre enero y noviembre de 2020, hubo 240,798 llamadas de emergencia relacionadas únicamente con violencia a mujeres; en el mismo período, en promedio, 10 mujeres fueron asesinadas cada día.
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La respuesta no es fácil ni inmediata. Desde muchas disciplinas se han hecho esfuerzos para conocer y entender las condiciones de desigualdad entre hombres y mujeres.
No es un sistema recién nacido, sino que abarca largos períodos de la historia: basta ver la representación de las mujeres a través del tiempo (los grandes filósofos griegos consideraban que las mujeres no tenían alma, por ejemplo, por lo que estaban prácticamente al nivel de los animales -seres que tampoco tenían alma-).
“Es un sistema social, político y económico que estructura el poder y todo alrededor de los hombres”, explica Verónica Caporal, antropóloga feminista que es parte de la organización civil Consultora para la Investigación, Formación e Incidencia Política. “Quienes tienen el poder han decidido cómo se organiza el pensamiento, el conocimiento, los medios económicos y políticos y ellos son los hombres”.
Y sí, ese sistema tiene un nombre concreto: patriarcado.
No, no es una palabra “de moda” ni un concepto “inventado” por las feministas para “atacar a los hombres”.
Hablar de que un “sistema es patriarcal” engloba una estructura que favorece todo aquello que “acuerpa la masculinidad ideal”.
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Esta es “exagerada, machista, muy viril y reprueba todo lo que se aleja de eso”, explica Yair Maldonado, coordinador de posicionamiento público de Gendes, organización civil especializada en el trabajo con hombres para promover y fortalecer relaciones igualitarias.
“Una vez que entendemos ese sistema y que entendemos que los hombres son los que generaron todo el reordenamiento social, las reglas y normas con las que opera la sociedad, vemos que habrá ciertos comportamientos y actitudes que se van a normalizar porque favorecen ese status quo”.
No exactamente. Entendiendo que es un sistema, también podemos comprender el período histórico en el que nos colocamos justo ahora.
Hoy, en pleno 2021, convergen dos discursos en constante fricción: este en el que los hombres ejercen el poder y relega a las mujeres a un lugar inferior, frente al hecho de que las personas somos iguales ante la ley, con derechos plenos.
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“Pero aunque en la ley esté este discurso, todavía el anterior tiene muchas prácticas arraigadas y esto hace que exista todavía un sistema de creencias de la cultura de la violación”, explica Bianca Pérez, directora de Sorece, asociación de psicólogas feministas.
“Este sistema de creencias dice que los hombres tienen la necesidad de mostrar su estatus, de demostrar su fortaleza a través del ejercicio de poder que tengan sobre las mujeres”.
Es decir, hay hombres que creen que tienen el derecho de ocupar el cuerpo de las mujeres como si fueran territorios u objetos a tomar y, de esta forma, reafirmar su hombría o fortaleza frente a otros hombres.
Los últimos dos casos mediáticos brincan por el silencio del primer círculo de confianza: la youtuber Nath Campos, relata que después de ser agredida sexualmente por el youtuber Rix, lo compartió con amigos cercanos quienes decidieron “dejar pasar” la situación; o Ixpanea, la vlogger de viajes, cuando dice que el youtuber Yayo Gutiérrez grabó videos sexuales de ella sin su consentimiento y que cuando compartió su preocupación con personas cercanas, esta gente justificó el comportamiento de él.
El silencio las ahogó por años.
Cuando alguien nos confía que ha vivido violencia sexual, lo primero es mantener muy claro que la responsabilidad siempre está en el agresor.
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“En estos casos no existe el hubiera y se debe colocar la responsabilidad en el agresor porque muchas veces la víctima primero se culpa a sí misma o se avergüenza”, dice la psicóloga Bianca Pérez.
En ese sentido, también debemos derribar un par de mitos: se cree que a un agresor “lo mueve un deseo sexual incontrolable” como si fuera una especie de “animal” o una persona “enferma”. No lo es.
Lo que sí es: una persona que tomó la decisión y ejerció esta violencia porque tuvo la oportunidad.
Y si eres hombre, y una amiga, tu hermana, tu mamá, una de tus primas o cualquier otra mujer cercana a ti te confía que ha pasado por alguna agresión, es momento de romper los estereotipos de género.
“Hay que desarrollar estos acompañamientos empáticos, sensibles, genuinos hacia las mujeres”, dice Yair Maldonado.
Y la cosa no se queda ahí: “es una oportunidad para, al escucharla, reconocer en los relatos de su agresor, yo como hombre, el potencial agresor que puedo ser con otras mujeres”.
Esa es una forma de comenzar a desmantelar el sistema patriarcal desde tu trinchera como hombre.
Suena más fácil de lo que es. Es real que hoy en día existen más herramientas para que mujeres puedan denunciar o pedir ayuda, pero de poco sirven si el círculo de confianza de la víctima la responsabiliza de una violación o acalla su voz.
“Muchas veces, si se trata de mujeres, tiene que ver con la propia negación de una de sus experiencias, es decir, que ya hayan vivido algún tipo de violencia sexual y para sobrevivir a su propia experiencia hayan tenido que minimizarla y cuando le pasa a otra persona pretenden hacer lo mismo como mecanismo de defensa”, explica la psicóloga Bianca Pérez.
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El caso de la respuesta de los hombres es distinto y tiene que ver con un pacto patriarcal.
Es un acuerdo tácito entre hombres de defenderse unos a otros: no se habla, pero se lleva a cabo.
“Todos los hombres hemos sido socializados o criados en esta norma de los roles y estereotipos de la masculinidad, hemos ejercido algún tipo de violencia”, dice Yair Maldonado, de Gendes.
El miedo de romper con este pacto, explica Yair, es que al reconocer que otro hombre es capaz de ejercer violencia y que se debe reprobar, “la mirada se va a voltear hacia mis propias actitudes y comportamientos y eso, como hombre, no me conviene”.
O sea: cuídame que yo te cuidaré para que las aguas no se nos muevan.
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Si eres un hombre, hay algunas noticias: es momento de romper este pacto, de hacer una especie de “traición al patriarcado” para romper con las conductas que reproducen la violencia hacia las mujeres.
Entre hombres, explica Yair Maldonado, es necesario reconocer que la narrativa de las masculinidades es compleja y entender que “no sólo somos monstruos que ejercen violencia todos los días, somos seres humanos, producto de nuestras circunstancias y nuestras construcciones socioculturales. Nos corresponde el cambio y responsabilizarnos activamente de nuestras conductas”.
Es importante observar la reacción de esta persona ante el señalamiento de violencia sexual.
Si revictimiza a la mujer que lo acusa o se defiende con argumentos como “ella lo provocó” o “estaba muy borracho”, por tu propia seguridad, lo mejor es tomar distancia.
“Esa reacción reafirma que sí puede ser un agresor que ve la violencia sexual como una forma cotidiana de ejercer el poder”, dice Bianca Pérez, de Sorece.
Si, en cambio, ves que esta persona de alguna forma toma responsabilidad de lo ocurrido, puedes recomendarle que inicie un proceso terapéutico o que acuda a otros grupos de hombres para trabajar en este tema.
Pero ojo: si esta persona te pide ayuda o apoyo emocional, lo ideal es referirlo a una institución especializada en el tema.
“No es recomendable que las mujeres nos sigamos responsabilizando de las emociones de los hombres porque cada vez que lo hacemos dejamos de hacer cosas para nosotras mismas y seguimos ocupando nuestra vida en función de los otros, que también es un mandato de género importante”, detalla la psicóloga.
Si no sabes muy bien cómo “leer” a una persona que podría ejercer violencia sexual, puedes fijarte en estas señales de alerta:
Estas son algunas instituciones u organizaciones civiles que pueden ayudarte:
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