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Ene 15/2021

¿Qué hago si cacho a mi hijo o hija masturbándose?

Ilustración: @driu.paredes y @re_ilustrador

Durante una clase de la maestría nos hicieron una pregunta: “¿cuándo y cómo descubriste la masturbación?”

La forma misma de plantear el cuestionamiento me pareció fascinante: la masturbación como un secreto del cuerpo, territorio inexplorado, cuya potencia sexual se descubre y no se aprende

La mayoría de las respuestas remitieron a imágenes de la infancia: una almohada que un día quedó entre las piernas, la escena de alguna película que provocó cosquillas en la pelvis, el ángulo preciso en que caía el agua de la regadera, la esquina de la cama sobre la que un día se recargó el cuerpo. 

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Los recuerdos, en su mayoría, llegaron con gozo. Había algo divertido en recordar la inocencia con la que se experimentaron los primeros toques eléctricos de sexualidad en el cuerpo, en reconocer ese periodo de la vida en que el placer estaba desprovisto de cualquier morbo perteneciente a…

La mirada adulta.

De un momento a otro, como si hubieran sido presas de una maldición, las historias rápidamente pasaron de ser relatos sobre la ingenuidad infantil a tratar de espantos, castigos, pecados y vergüenza: “déjate ahí”, “las niñas no se tocan”, “no seas un pervertido”, “te vas a ir al infierno”, “si vuelves a hacer eso con las manos las voy a meter en hielo”; manotazos, gritos, regaños, sustos, culpa.

El cuerpo se descubre porque hay una mirada adulta y moralina que lo mantiene escondido.

Y acaso pocas cosas asusten tanto a esta mirada como la masturbación infantil.

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Para muchos padres y madres encontrar a su hijo o hija descubriendo los placeres de su carne es una experiencia que remite a uno de los miedos más profundos de la paternidad/maternidad: la confrontación con el cuerpo y el deseo del hijo, esa frontera final sobre la que su autonomía se hace patente e ingobernable. 

¿Está mal angustiarse por ello? No creo. ¿Cómo no hacerlo?

Como todos los cuerpos, el cuerpo del hijo es un misterio, y como todos los misterios, es tan solo natural sentir angustia ante la espera de revelar de qué se trata.

Porque la realidad es esta: la masturbación infantil es completamente natural, sana y normal. Es un fenómeno del cuerpo y la vida como también lo son el crecimiento, la enfermedad, la alimentación, el descanso, la sanación. 

Los riesgos de educar en la vergüenza

El problema aparece cuando, en vez de este enfoque, lo que predomina es el bagaje ideológico moralista que casi todas las personas cargamos sobre la sexualidad. Esto, como consecuencia, lleva a educar en la vergüenza, la desinformación y el riesgo

Por cada “déjate ahí” se perdió una oportunidad para hablar de consentimiento: a tu cuerpo sólo lo puedes tocar tú y las personas que tú consientas.

Por cada “las niñas no se tocan” se perdió la oportunidad de hablar de autonomía corporal: tu cuerpo es sólo tuyo y tú decides qué hacer con él.

Por cada “no seas un pervertido” se perdió la oportunidad de hablar de higiene genital, salud, autocuidado.

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Por cada “te vas a ir al infierno” se perdió la oportunidad de hablar de privacidad: está bien si haces esto, pero que sea en un espacio privado, con calma, en donde puedas descubrirte con tranquilidad, sin prisas y sin miedo.

Por cada “te voy a castigar” se perdió la oportunidad de hablar sobre la maravillosa experiencia humana de tener un cuerpo sensible y de cómo aprender a disfrutarlo de una manera consciente y responsable. 

En cambio, lo que queda es el miedo al cuerpo y todos los problemas que de ahí derivan: el trauma, las disfunciones sexuales, el abuso sexual, las infecciones por falta de higiene o prácticas de riesgo.

¿Cómo esperamos prevenir el abuso sexual infantil si no le hablamos a las infancias de consentimiento y autonomía corporal? ¿Cómo esperamos promover la salud si no les hablamos de higiene? ¿Cómo esperamos prevenir las infecciones de transmisión sexual si no les hablamos de placer responsable?

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Sí existen otras maneras de hablar sobre sexualidad 

Escribo esto para las madres y los padres que se están enfrentando (o se enfrentarán) a esta situación: está bien asustarse. Está bien reconocer que no se sabe cómo reaccionar ante esta situación. Está bien buscar información nueva. Está bien reaprender. Está bien apoyarse en algún experto o experta si es necesario. Está bien sentir incomodidad ante estas ideas, no son fáciles y confrontan miedos antiguos y profundos. Está bien equivocarse. Y está bien reconocer y resarcir los errores.

Lo que no está bien es educar con culpa y vergüenza: responder desde el miedo a un fenómeno que es completamente natural, sano y normal.

Las consecuencias de ello pueden afectar gravemente la salud y vida de las infancias. Y a estas alturas, esto ya es inaceptable. 

Porque sobre todo, está bien confrontar el miedo y atreverse a darle a las infancias aquello que probablemente anhelamos y nos faltó: una educación sexual comprensiva, empática, informada y amorosa.

Y sobre todo, un hogar que sea un espacio genuinamente seguro para la autoexploración.

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