¿Qué es un fetiche? Comúnmente solemos entenderlo como una fijación hacia algo raro que produce excitación sexual.
Y si el sexo y sus secretos ya de por sí nos fascinan al mismo tiempo que nos aterran, lo que nos excita y se sale de la norma nos vuela la cabeza: el fetiche suele tener un lugar especial en el imaginario por tratarse de una especie de secreto inconfesable, una representación del núcleo moral y sexual de la persona, la caja negra que esconde los deseos más oscuros y profundos del alma.
Caras vemos, fetiches no sabemos, porque claro, los fetiches nunca son propios, siempre de otra persona.
Busquemos la palabra “fetiches” en Google:
Trastorno. Extravagancia. Búsquedas de placer alternativas.
La noción de fetiche parte de varias suposiciones curiosas que lo empalman con el concepto de la parafilia, palabra compuesta por el prefijo “para-”, que significa “al lado de”, y el elemento griego “filia”, que en este contexto significa “amor”.
Es decir, eso que existe a un lado del amor, esas inclinaciones sexuales no naturales y no correctas.
¿Pero cómo localizamos ese sitio central del deseo a partir del que se define lo que se encuentra al lado de?
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Por ejemplo: una mujer disfruta utilizar ciertas prendas que la hacen sentir sensual. Pasa horas viendo tiendas en Instagram de personas que las producen, imaginando cómo se vería usándolas, gastando un porcentaje significativo de sus ingresos en ellas.
Si sabe que tendrá un encuentro sexual, lo primero es pensar cuál de esas prendas utilizará para el encuentro. Cuando no puede usarlas, siente algo de incomodidad porque se siente menos sexy: de algún modo le ha atribuido un poder a esa prenda.
A veces, incluso, las usa ella misma en la intimidad de su hogar sólo porque lo disfruta, porque disfruta verse en el espejo y sentirse poderosa o simplemente porque sí.
Si la prenda es un calzón de encaje, diríamos “a esa mujer le gusta la lencería”, todo estaría bien y le concederíamos ciertas atribuciones de personalidad: es una mujer que sabe lo que quiere, que confía en su poder sexual, que tiene buena autoestima, que está en contacto con su sensualidad.
En cambio, si la prenda es el traje de un animal, diríamos “esa mujer tiene un fetiche, es una furra” y las atribuciones que llegarían a la mente serían espantosas: parafílica, zoofílica, pedófila, antisocial, desviada, trastornada.
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En esencia, ambas cosas son lo mismo, pero sólo una se considera “normal”, y los ejemplos pueden salir por montones:
Mmmm… patas ( ͡° ͜ʖ ͡°)
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Los fetiches no sólo se definen por excitarte por un objeto físico o por un rasgo “anormal” para considerarse tales.
Cuando les pasamos el lente de la patología, el “trastorno fetichista” se considera tal cuando “provoca un malestar significativo, afecta de forma importante al funcionamiento diario o perjudica o puede perjudicar a otra persona”.
Si pensamos en este malestar, es curioso que rara vez nos preguntamos qué es lo que lo produce. Es decir, ¿el malestar viene del fetiche en sí o de la reacción social a él?
Si yo, por ejemplo, tuviera un “fetiche” de usar tacones y todas mis parejas se burlan de ello porque es algo no masculino, ¿el problema está en mi gusto? Si encontrase una pareja que acepta mi preferencia, participa amorosamente de ella y que, incluso, en una de esas, también le excita, ¿cuál sería el problema ahí?
Si nos vamos a otras formas de tener relaciones sexuales, aplican los mismos cuestionamientos.
Por ejemplo: si una pareja disfruta jalarse del pelo, dar órdenes y nalgadas, usar ropa de látex, y hacer juegos de rol, se considera que tienen un fetiche por el BDSM.
Y vienen las suposiciones: ¿Tendrán un trauma de la infancia? ¿Será que internalizaron la violencia patriarcal para convencerse de que les gusta? ¿Realmente podemos decir que una persona da consentimiento a eso?
En cambio, si esa misma pareja tuviera sexo durante 20 años en las mismas posiciones, los mismos días a la semana, a las mismas horas, de modo que ya no sólo no es emocionante sino, además, es posible que alguna de las dos partes no lo esté disfrutando e incluso lo esté sufriendo, ningún cuestionamiento vendría a la mente y sólo se consideraría, en el peor de los casos, sexo aburrido, pero en el fondo sexo normal.
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Por supuesto, todas las preguntas tienen un lugar en la maravillosa exploración de la sexualidad humana. Yo he dedicado mi vida a eso, vaya.
Y claro que existen de gustos a gustos, y algunos serán más “normales”, entendiendo la palabra desde la estadística, y otros no lo serán tanto.
Algunas prácticas son violentas de manera injustificable, como la pederastia. Algunas preferencias podrían cambiar con el paso del tiempo, como aquello que consideramos “masculino” o “femenino” en diversas sociedades.
Como John H. Gagnon y William Simon propusieron en su “Teoría de los guiones sexuales”, la construcción de la mente erótica es compleja y se da a través de la interacción de factores culturales, relacionales, intrapsíquicos y, posiblemente, varios otros más.
Sin embargo, creo que de repente vale la pena frenar tantito y dejar de buscar la caja negra del deseo en otras personas desde una posición morbosa.
De entrada, porque nadie está exento de tener por ahí algún gustito raro pero inocuo que pueda ser terriblemente juzgado por personas que no lo comprendan.
Luego porque lo que en algún momento consideramos extravagante, enfermo o inmoral podría no serlo en un futuro, como es el caso de la homosexualidad, y pues no queremos quedarpayaso ante el paso de la historia.
Pero finalmente, porque al observar con una mirada curiosa y empática las múltiples expresiones de la sexualidad humana, es inevitable llegar a una conclusión hermosa: hay tantas formas de tener sexo y excitarse como personas existen en la Tierra.