Se sabe: vivir fuera de los márgenes te hace repensar aquello que existe dentro de esos mismos márgenes.
De la comunidad BDSM obtuvimos el concepto aftercare, que sirve lo mismo para enfatizar la necesidad de los cuidados después del sexo, como para señalar la falta de atención que la sexualidad tradicional tiene hacia ellos.
De la comunidad poliamorosa obtuvimos el concepto energía de la nueva relación, que sirve lo mismo para enfatizar que el enamoramiento es energía que puede ser gestionada, como para señalar que la sexualidad tradicional lo piensa como un recurso que debería ser inagotable e inmanejable.
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El diálogo se puede extender a otras prácticas incluso no sexuales.
Pongamos una situación: la mayoría de las personas no suelen cuidar el contexto en el que se da una relación sexual.
Esto es algo curioso porque, al inicio, el contexto lo es todo: el bar al que le invitas, la playlist que armas, el cuarto de hotel que rentas, el vino que compras, la lencería que usas, el día de la semana que eliges para poder desvelarte sin preocupaciones durante una noche emocionante.
Todas esas cosas no solo suman a la experiencia: la construyen. En el contexto está la magia.
Pero luego viene el hábito y con el hábito llegan las prisas y con las prisas llega la costumbre y con la costumbre llega la flojera y con la flojera llega la inevitable inercia del resto del mundo.
Si al inicio de una relación el contexto de la relación sexual se procura con precisión quirúrgica, después de un rato, con que haya energía, no huelas demasiado a sudor y no tengas que levantarte tan temprano al día siguiente, es suficiente.
Con suerte, algunas de las parejas que estén sintiendo la insoportable levedad del ser sobre sus genitales llegarán a ir a un motel o prenderán una lámpara para que haya media luz o pondrán algo lento en la bocina de sus celulares —Portishead no es música para escuchar, Portishead es música para coger—, pero hasta ahí.
Romantizamos el sexo romántico y nos enciende el sexo pasional, pero en el momento en que el romance y la pasión dejan de ser espontáneos para convertirse en el resultado de una práctica de cuidados, poco solemos hacer para procurarlos.
¿Cómo comenzar a abordar esto? Sugiero que no miremos a la gente que está en el mismo problema que uno y volteemos a ver a las personas que llevan décadas aprendiendo a construir entornos: las consumidoras de sustancias psicodélicas.
Si algo saben las personas que consumen sustancias psicodélicas es poner ambiente.
Reconociendo la facilidad con la que varias sustancias pueden inducir un mal trip, así como su tremendo potencial introspectivo, las personas que consumen han desarrollado dos términos para minimizar la primera posibilidad y maximizar la segunda: set y setting.
El set se refiere a la predisposición y la preparación de la experiencia. Esto incluye documentarse respecto a la sustancia y dosis que usarán, conocer sus efectos y sus consecuencias, preparar una intención para el viaje y hacerlo con propósito.
El setting se refiere al entorno y al contexto de la experiencia. Esto incluye procurar un espacio físico adecuado, cuidar que se realice en un estado de salud física y mental idóneo, solicitarle a una persona que te cuide durante el viaje, etc.
Al cuidar la intención, la preparación y el contexto, las personas que consumen psicodélicos han descubierto que el factor más importante para tener una buena experiencia es justo eso: el cuidado.
La planeación es una práctica de cuidados porque procura el placer de una experiencia.
Y esto lo llegan a disfrutar tanto como el viaje: planean con tiempo el día y la hora para hacerlo en tranquilidad, analizan la sustancia que consumirán, compran los snacks que van a consumir, preparan con cuidado la música que escucharán, los textos que leerán, los videos que verán o la cama o sillón donde se acostarán a disfrutar.
¿Podemos aplicar esto para relaciones sexuales? Pienso que sí. Al menos de vez en cuando, valdría la pena revisar nuestro set y setting sexual.
¿El contexto en que estamos teniendo relaciones sexuales es el adecuado o puede mejorar? ¿El estado emocional en el que lo estamos haciendo está afectando al placer? ¿Qué nuevos espacios pueden emocionarnos?
¿Qué nuevas prácticas queremos incorporar y qué prácticas conocidas nos encantan? ¿Cuál es la intencionalidad de nuestras relaciones? ¿Es el puro placer físico, es conexión, es amor, es juego, es un desahogo del mundo?
Desde luego, no estoy diciendo que esto deba hacerse siempre. La espontaneidad ocasional es maravillosa y necesaria para la pasión, y la planeación conlleva dedicarle al sexo tiempo que a veces no tenemos.
Pero justo ahí reside el tema: el tiempo.
Procurar dedicarle tiempo a nuestra vida sexual, a planear nuestras experiencias, a dialogar las prácticas, a emocionarnos por la anticipación, es una forma de mantener al sexo como una práctica relevante de la pareja, quizás la más importante.
Muchas personas llegan a consulta o me escriben hablando sobre cómo el sexo con sus parejas, después de un rato, pierde su emoción.
Procuran pasatiempos, procuran tiempo con la familia, procuran tardes con amigos o amigas, procuran ir al gimnasio, procuran sus videojuegos o películas o libros o lo que sea.
Y la sexualidad: abandonada, esperando que el deseo surja mágicamente, como si el sexo no fuera distinto al resto de las prácticas de nuestra vida que hay que nutrir y procurar.
¿Cómo van a sentir emoción por algo que no le están permitiendo ocupar un espacio en su vida?
Solo importa aquello a lo que le dedicamos tiempo.
La planeación también es una práctica de cuidados.
Este texto se hace con fines educativos y no pretende alentar a ninguna persona a que consuma ninguna sustancia ilegal. Kids: don’t do drugs. Pero si lo hacen —porque muchxs lo van a hacer y, así como con la sexualidad, ya basta de educación sostenida en abstinencia que no produce ningún efecto positivo notable—, reduzcan riesgos y no arriesguen sus vidas. Pueden aprender más sobre eso, aquí.