A los seres humanos nos encanta encontrar pretextos para coger.
Sexo de cumpleaños, sexo de reconciliación, sexo de aniversario, sexo de celebración que salimos bien en un examen o nos ascendieron en el trabajo; sexo de año viejo, sexo de año nuevo, sexo porque tuvimos un buen día, sexo porque el día estuvo horrible y no hay que dejar que termine mal: si todo el tiempo estamos buscando justificaciones para actuar sobre nuestros deseos probablemente sea porque el sexo es vida y la vida también se celebra cogiendo.
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Una de ellas es el mito de que las personas, sobre todo los hombres, tenemos que tener sexo con frecuencia porque es una necesidad fisiológica que no podemos controlar y que debemos de atender apenas aparezca.
Esta no es una creencia gratuita: hasta 2013, la APA consideraba al sexo como una necesidad. Durante siglos, la medicina consideró que una de las formas para tratar el “mal de amores” era prescribiendo sexo con la persona con la que uno se infatuaba.
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La sexología también lo creyó así por décadas y basó varios tratamientos en esa noción —todavía hoy hay quien recomienda a parejas tener sexo diario, aunque no lo deseen, como tratamiento para atender su vida sexual—.
Piénsalo así: cuando tu cuerpo está agotado, el cansancio aparece como expresión de la necesidad de dormir. Cuando tienes hambre, el apetito aparece como expresión de la necesidad de comer. Cuando dejas de respirar, la sensación de ahogo aparece como expresión de la necesidad de oxígeno. Si no satisfaces cualquiera de estas necesidades, te mueres. Es así de sencillo.
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En cambio, cuando estás caliente, el sexo se presenta como una meta a la que llegar, más que una necesidad por resolver para esquivar la muerte.
El sexo te da “ganas” de algo (por lo general, de SuCarita), pero no es una necesidad: si no coges, no te mueres (si fuera el caso ¿te imaginas la cantidad de tuiteros que ya habrían muerto?).
A diferencia del hambre —que es desagradable, surge internamente y reaparecerá cuando necesites alimento—, la motivación por sexo surge por un incentivo externo (SuCarita, por ejemplo, o el recuerdo de la misma) y, después de satisfacerse, sólo surgirá de nuevo cuando aparezca otro incentivo en un contexto adecuado.
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Además, a diferencia de las necesidades, la motivación de tener sexo se siente bien: estar caliente es placentero. Esperar a que llegue el UberEats con tu comida es terrible; esperar a que llegue el Uber para ir con tu ontas es emocionante. Desear es rico. Excepto si no coges, claro.
Lo cual nos lleva al un tema central: ¿qué pasa cuando tienes ganas de coger pero nomás no hay suerte? Si tener sexo fuera una necesidad, estaríamos hablando de resultados horribles ante su ausencia: vulvas petrificadas, penes caídos, MUERTE SÚBITA. O puede que te den blue balls, pero esas se solucionan.
Esto es esencial porque es lo que hace posible entender al sexo como un sistema de motivación por incentivos y no como una necesidad fisiológica necesaria para la supervivencia.
Una vez resuelto que la falta de sexo no representa ningún daño a nuestra salud, podemos mirar un problema más grande. Esta creencia ha sido ligada con otra igualmente falsa: que los hombres tenemos más deseo sexual que las mujeres.
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Esa combinación de mitos ha tenido consecuencias terribles, ha sido usada durante siglos para justificar crímenes atroces como la violación, además de otras consecuencias no tan violentas pero igualmente negativas, como limitar la exploración de prácticas sexuales distintas al coito o pensar que el orgasmo es el único fin del sexo.
En ocasiones, la infidelidad se llega a justificar bajo este argumento (“¡Te puse el cuerno porque tú ya no cogías conmigo, es tu culpa, si tuviéramos sexo no me hubieras obligado a hacer esto!”).
Otro ejemplo es la trata: es común que se justifique la explotación sexual y esclavitud de mujeres porque “los hombres necesitan de prostíbulos para satisfacer sus necesidades no resueltas”.
Uno más son las violaciones entre pareja: no es raro saber de testimonios de mujeres que fueron violadas por sus novios o esposos bajo el pretexto de que, aunque ellas no quisieran tener sexo, su deber conyugal es ceder, debido a que para ellos es una necesidad —dato oscuro: la violación entre cónyuges se tipificó como delito en México hasta el 2005—.
Aquí entra otra vez la distinción entre necesidad o sistema de motivación por incentivos. Si tienes hambre, robar comida puede ser un acto de vida o muerte. No sucede esto con el sexo. Si tienes ganas de coger y no coges, no va a pasar nada (y creo que saber eso alivia muchas angustias).
Las personas asexuales no tienen sexo durante tiempos prolongados (algunas nunca lo harán en su vida) y se encuentran bien. Muchas personas religiosas o ascetas también practican la abstinencia como forma de vida y eso no tiene ninguna repercusión en su salud mental.
Presionar a una persona para coger, no es una conducta que surja por la “necesidad de sexo”, sino que es una decisión consciente que puede evitarse eligiendo actuar de otra forma como, ya saben, no abusando de nadie. Lo mismo aplica para cuando se usa como justificación de la infidelidad. Otra salida es la masturbación: si lo que desea es el orgasmo, se puede llegar a él con la propia mano. No existe circunstancia alguna en la que imponerse sobre el cuerpo de otra persona para satisfacernos pueda ser considerado algo menos que abuso.
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Este es el momento de las hard to swallow pills: los hombres somos quienes nos apoyamos más de esa justificación y quienes nos beneficiamos más de ella.
Haber crecido con esta creencia no es necesariamente nuestra culpa: si la gran mayoría de las personas la seguimos teniendo es porque así se entendía en el modelo médico y esos conceptos tardan años o décadas en cambiar (y todavía más en que dichos cambios se den a conocer y se asimilen en la vida cotidiana). Podemos partir de ahí.
Primero, porque podría ser que en nuestras historias de vida hayamos llegado a violentar a personas bajo esa justificación y nos toca reconocerlo, resarcir el daño cuando sea posible y asegurarnos de que no vuelva a ocurrir.
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Segundo, porque pertenecemos al género que históricamente más se ha beneficiado de esta idea y que más la ha utilizado para lastimar a otras personas, sobre todo, mujeres (aunque si eres mujer, igualmente recomendaría mucho que revisaras si en tu historia de vida no has utilizado este argumento para presionar a alguna persona a coger contigo).
Y tercero, porque es una idea falsa y como generación al borde de la catástrofe climática y del apocalipsis por la avaricia de los baby boomers, nos toca destruir las historias que nos contamos y que no corresponden con la verdad.
“Hubo un incidente que involucró a cierto hombre que miró a cierta mujer y la pasión emergió en su corazón, al punto en que se enfermó de muerte. Fueron y les preguntaron a los doctores lo que tenían que hacer con él. Y los doctores dijeron: él no se curará hasta que ella tenga relaciones sexuales con él. Los Sabios dijeron: déjenlo morir y que ella no tenga sexo con él. Los doctores dijeron: ella al menos debería de pararse desnuda frente a él. Los Sabios dijeron: déjenlo morir y que ella no se pare desnuda frente a él. Los doctores sugirieron: la mujer debería al menos conversar con él detrás de una reja en un lugar recluido, de modo que él obtenga un poco de placer del encuentro. Los Sabios insistieron: déjenlo morir y que ella no converse con él detrás de una reja”.
¿Qué hacer si alguien te presiona para coger con el pretexto de que el sexo es una necesidad? Déjalo morir.
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