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Ene 24/2020

Qué te prende y qué te frena: conocerte para tener sexo fantástico

Foto: Netflix

No me gusta el sexo en público. Forma rara de iniciar una columna, ya sé, pero creo que después de tanto tiempo, ya es hora de que cuente Mi Verdad: tener sexo en una calle o un parque o un coche, por poner algunos ejemplos, me da miedo.

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No es a que nos vean (eso hasta me gusta un poco), sino a algunas de las posibles consecuencias: que llegue un policía y yo o mi pareja estemos en riesgo, que alguien grabe y suba el video y perjudique a mi pareja, que personas pasen y decidan abusar de la situación, etc.

Me asusta, pero no me gusta. 

Sin embargo, conozco a algunas personas para las que el sexo en público es un gran afrodisíaco y que el riesgo que a mí me aterra a ellas las estimula. Les excita las idea de que alguien las vaya a mirar furtivamente, o que puedan ponerse en cierto nivel de riesgo.

El miedo puede ser tanto alimento como asfixiante del deseo. Esto es completamente normal, pero sirve para plantear una pregunta: ¿Por qué a algunas personas les excita lo que a otras les inhibe? 

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A finales de 1990, Erick Janssen y John Bancroft desarrollaron en el Instituto Kinsey el “modelo de control dual de la respuesta sexual humana”.

La teoría, en palabras de la doctora Emily Nagoski, va así: el sistema nervioso central está hecho de sistemas colaborativos de aceleradores y frenos. Para la respuesta de la excitación, el acelerador es el sistema nervioso simpático y el freno es el sistema nervioso parasimpático. 

El acelerador de la excitación sexual se conoce como el Sistema de Excitación Sexual (SES) y es el encargado de percibir estímulos en el ambiente que pudieran ser sexualmente relevantes para luego enviarle la señal al cerebro de que debería disparar la respuesta de la excitación.

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Es, pues, el sistema encargado de ver la carita de nuestro crush y decirnos QUÉ LINDO ASIENTO, DEBERÍA SENTARME AHÍ. 

El freno de la excitación sexual se conoce como Sistema de Inhibición Sexual (SIS), y está compuesto, en realidad, por dos frenos.

El primer freno tiene que ver con las consecuencias negativas del acto y el segundo tiene que ver con el temor al fracaso.

Es decir, el primero se encarga de percibir estímulos amenazantes para la excitación y grita “¡CUIDADO, ES UNA TRAMPA!”, un poco como un freno real de un auto. El segundo es como tener el freno de mano puesto todo el tiempo: quizás puedes mover el auto, pero va a ser muy complicado.

Por ejemplo: mi miedo a tener sexo en público es un ejemplo del primer freno, porque detecta las posibles consecuencias de tener sexo en ciertas circunstancias e inhibe la respuesta fisiológica de la excitación.

No poder tener una erección por miedo a enamorarse después de tener sexo con alguien debido a que tus carencias emocionales de la infancia te llevaron a creer que cualquier persona con la que sientas la mínima conexión es el amor de tu vida y por lo tanto debes de sabotear la situación para evitar el dolor de hacerte consciente que perdiste la oportunidad de conocer al Amor Verdadero™, es ejemplo del segundo freno.

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Desde luego, este caso es 100% hipotético y en lo absoluto basado en mi personalidad o experiencia de vida no-me-lean-con-esa-cara-qué-se-creen.

Los aceleradores y los frenos dependen muchísimo de nuestra historia de vida, de nuestra personalidad, de la persona con la que estamos y de nuestro contexto.

Es como con las cosquillas: a algunas personas las cosquillas les dan risa, a otras les excita y a otras les molesta. Si sientes cosquillas mientras te besan el cuerpo durante el sexo, puede que no moleste tanto e incluso sea emocionante, en cambio, si lo hacen para molestarte, puede ser una forma de tortura.

Si llega una persona conocida y de confianza a hacerte cosquillas con ternura, posiblemente no molesten demasiado, mientras que si lo hace alguien con quien no se tiene tanta confianza, se percibirá como una agresión. 

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Y si te logras hacer cosquillas a ti mismo, quizás sea la prueba que necesitabas para confirmar que quizás no seas tú mismo.

Conocer nuestros aceleradores y frenos personales puede tener una gran ventaja: reconocer y aprender de aquello que nos excita.

De esto, pueden salir varios usos: primero, podemos identificar qué cosas nos pisan más fuerte el acelerador para procurar que estén presentes en nuestras relaciones sexuales y sentir más placer. Segundo, podemos conocer nuestros frenos para evitar su presencia en nuestros encuentros y que no nos vayan a apagar el anafre. Tercero, podemos reconocer que lo que nos excita a nosotrxs no necesariamente debe de excitar a nuestra pareja.

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Cuarto, podemos encontrar acuerdos mutuos para el manejo de los aceleradores y frenos propios, así como el de nuestras parejas (siguiendo mi ejemplo del inicio: buscar espacios públicos donde no se corra tanto riesgo, o incorporarlo como una fantasía para la otra persona). Y así hasta el infinito. 

La diversidad sexual también existe en la diversidad de prácticas.  El deseo se alimenta de nuevas prácticas y fantasías y el intercambio de estas experiencias puede ser una forma de nutrir al erotismo.

Desde luego, no nos tiene que gustar todo ni nos tiene que gustar todo lo que excite a nuestras parejas. Sin embargo, parafraseando a John Donne, cada persona es un continente, una parte del todo, y en cada uno de esos continentes existe una pequeña porción de la infinitud de posibles prácticas sexuales a descubrir.

Reconocer esto abre una veta para el placer: que el sexo nunca sea una imposición de valores sino un diálogo apasionado y amoroso entre personas diversas.

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