No me gusta el sexo en público. Forma rara de iniciar una columna, ya sé, pero creo que después de tanto tiempo, ya es hora de que cuente Mi Verdad: tener sexo en una calle o un parque o un coche, por poner algunos ejemplos, me da miedo.
No es a que nos vean (eso hasta me gusta un poco), sino a algunas de las posibles consecuencias: que llegue un policía y yo o mi pareja estemos en riesgo, que alguien grabe y suba el video y perjudique a mi pareja, que personas pasen y decidan abusar de la situación, etc.
Sin embargo, conozco a algunas personas para las que el sexo en público es un gran afrodisíaco y que el riesgo que a mí me aterra a ellas las estimula. Les excita las idea de que alguien las vaya a mirar furtivamente, o que puedan ponerse en cierto nivel de riesgo.
El miedo puede ser tanto alimento como asfixiante del deseo. Esto es completamente normal, pero sirve para plantear una pregunta: ¿Por qué a algunas personas les excita lo que a otras les inhibe?
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A finales de 1990, Erick Janssen y John Bancroft desarrollaron en el Instituto Kinsey el “modelo de control dual de la respuesta sexual humana”.
La teoría, en palabras de la doctora Emily Nagoski, va así: el sistema nervioso central está hecho de sistemas colaborativos de aceleradores y frenos. Para la respuesta de la excitación, el acelerador es el sistema nervioso simpático y el freno es el sistema nervioso parasimpático.
El acelerador de la excitación sexual se conoce como el Sistema de Excitación Sexual (SES) y es el encargado de percibir estímulos en el ambiente que pudieran ser sexualmente relevantes para luego enviarle la señal al cerebro de que debería disparar la respuesta de la excitación.
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El freno de la excitación sexual se conoce como Sistema de Inhibición Sexual (SIS), y está compuesto, en realidad, por dos frenos.
El primer freno tiene que ver con las consecuencias negativas del acto y el segundo tiene que ver con el temor al fracaso.
Es decir, el primero se encarga de percibir estímulos amenazantes para la excitación y grita “¡CUIDADO, ES UNA TRAMPA!”, un poco como un freno real de un auto. El segundo es como tener el freno de mano puesto todo el tiempo: quizás puedes mover el auto, pero va a ser muy complicado.
Por ejemplo: mi miedo a tener sexo en público es un ejemplo del primer freno, porque detecta las posibles consecuencias de tener sexo en ciertas circunstancias e inhibe la respuesta fisiológica de la excitación.
No poder tener una erección por miedo a enamorarse después de tener sexo con alguien debido a que tus carencias emocionales de la infancia te llevaron a creer que cualquier persona con la que sientas la mínima conexión es el amor de tu vida y por lo tanto debes de sabotear la situación para evitar el dolor de hacerte consciente que perdiste la oportunidad de conocer al Amor Verdadero™, es ejemplo del segundo freno.
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Desde luego, este caso es 100% hipotético y en lo absoluto basado en mi personalidad o experiencia de vida no-me-lean-con-esa-cara-qué-se-creen.
Es como con las cosquillas: a algunas personas las cosquillas les dan risa, a otras les excita y a otras les molesta. Si sientes cosquillas mientras te besan el cuerpo durante el sexo, puede que no moleste tanto e incluso sea emocionante, en cambio, si lo hacen para molestarte, puede ser una forma de tortura.
Si llega una persona conocida y de confianza a hacerte cosquillas con ternura, posiblemente no molesten demasiado, mientras que si lo hace alguien con quien no se tiene tanta confianza, se percibirá como una agresión.
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Y si te logras hacer cosquillas a ti mismo, quizás sea la prueba que necesitabas para confirmar que quizás no seas tú mismo.
— no context sex education (@sexeducation) January 18, 2020
De esto, pueden salir varios usos: primero, podemos identificar qué cosas nos pisan más fuerte el acelerador para procurar que estén presentes en nuestras relaciones sexuales y sentir más placer. Segundo, podemos conocer nuestros frenos para evitar su presencia en nuestros encuentros y que no nos vayan a apagar el anafre. Tercero, podemos reconocer que lo que nos excita a nosotrxs no necesariamente debe de excitar a nuestra pareja.
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Cuarto, podemos encontrar acuerdos mutuos para el manejo de los aceleradores y frenos propios, así como el de nuestras parejas (siguiendo mi ejemplo del inicio: buscar espacios públicos donde no se corra tanto riesgo, o incorporarlo como una fantasía para la otra persona). Y así hasta el infinito.
Desde luego, no nos tiene que gustar todo ni nos tiene que gustar todo lo que excite a nuestras parejas. Sin embargo, parafraseando a John Donne, cada persona es un continente, una parte del todo, y en cada uno de esos continentes existe una pequeña porción de la infinitud de posibles prácticas sexuales a descubrir.
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