Una de mis cuentas favoritas en Instagram se llama “Sex is weird”. En ella, Katy Fishell, standupera e ilustradora, representa historias propias y ajenas de situaciones raras durante el sexo: la vez que un hombre muy amable terminó demostrando su fetiche por los pies de una manera muy impredecible, la vez que una seguidora suya comenzó a masturbarse con un tigre de peluche, el miedo de que su culo parezca un personaje de Hellraiser al hacer un 69, entre otras.
La maravilla de su arte es que representa uno de los tabús más prevalentes del sexo, ese que sigue plagando las mentes y miedos de incluso las personas más liberales: el sexo es raro.
Al ver las ilustraciones de Fishell es imposible no mirar la propia historia y reconocer de inmediato un montón de situaciones donde la rareza estuvo presente.
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Si yo hago un breve recuento de situaciones raras que he pasado durante el sexo, las primeras imágenes que me vienen a la mente quedan algo así:
El sexo es raro. Sólo intenten describirlo: dos personas (o más, si así lo desean, no quiero limitarles) se frotan, muerden, besan y lamen en distintas partes de su cuerpo, echándose su sudor en la cara, con la esperanza de generar reacciones nerviosas reflejas que se traduzcan en secreción de fluidos, contorsiones involuntarias y sonidos guturales que se asemejan a llantos de dolor o bramidos animales.
¿Por qué un ser humano le haría eso a otro? Resulta que nomás porque se siente rico. Qué delirio.
El sexo es raro y no tendría por qué ser otra cosa. Cuando negamos su naturaleza rara e impredecible, el sexo se vuelve solemne y burocrático.
La rareza del sexo quizás sea una de las principales ausencias de representación en todo el espectro del cine erótico/pornográfico: sí a representar otros cuerpos, sí a representar otros orgasmos, sí a representar otras identidades, pero también, ¿en dónde están el sudor, los pedos, las cosquillas, los torzones, los calambres, las ganas de orinar, el llanto súbito, los calcetines, las frases forzadas que a veces uno repite de otros lugares pensando que sonarán sensuales, los estornudos, las pausas para tomar agua, los cambios de condón porque perdiste la erección, los “ay, pásame el lubricante porque ya me sequé”, la pausa, la pena?
¿En serio es tan inconcebible pensar en un retrato erótico de la sexualidad que permita que se filtre nomás tantita sorpresa, tantita rareza?
En Sex Education, la serie de Netflix, hay un capítulo donde una mujer llega a extremos delirantes para evitar que su novio vea el rostro que hace cuando tiene un orgasmo.
He escuchado cientos de historias así, en las que la vergüenza por alguna característica “rara” de la sexualidad de la persona la llena de culpa y de terror.
La tragedia está en que estas emociones están completamente justificadas y no existen en un vacío. La mayoría de las veces, yo puedo responder: “eso que me cuentas de ti no es raro en lo absoluto y, por lo contrario, es completamente normal”.
Pero eso es porque he estudiado el tema. En la práctica, la cultura (y la mayoría de las personas que habitamos en ella) castiga fuertemente a quienes se salen de cualquier norma, y los nombra “pitochicos”, “ninfómanas”, “parafílicos”, “precoces”, “insaciables”, y más.
No hay solución fácil ni universal a esto, pero creo que sí existe una última línea de defensa: la risa, esa arma infalible contra todas las dictaduras ideológicas, incluyendo las que se cuelan en nuestras camas.
La risa (la que es amable y compasiva, desde luego, nunca la burlona o sádica) nos permite quitarle poder a la vergüenza de esa cosa rara que acaba de suceder y apropiarnos de ella.
Reírnos de nuestras rarezas es una declaración: “sí, sé que esto es algo raro, pero no me puede hacer daño”.
La risa es facilitadora de encuentros y empatía porque, mira, qué gracioso que a ti te pase esto, déjame te cuento ahora algo que me pasa a mí. Desde luego, no estoy diciendo que en todas las prácticas sexuales tendría que existir la risa, pero sí creo que en todas debería de caber su posibilidad. ¿Es posible imaginar un erotismo que permita la risa?
Chance sí. Chance no. Nomás una cosa es segura: el sexo va a seguir siendo raro, porque raras somos todas las personas que habitamos este planeta.