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Jul 27/2020

Lecciones del dolor: el síndrome del túnel carpiano y el cambio de hábitos

Somos lo que somos por los hábitos que tenemos. La mayor parte del día la pasamos en su práctica: el movimiento de la muñeca al lavarnos los dientes, el tiempo que gastamos actualizando las redes sociales esperando que algo suceda, el número de prendas que nos probamos antes de elegir la adecuada para el día, los pequeños rituales en la cocina que realizamos para darle la condición de hogar al departamento.

Más que los hitos de nuestra vida, lo que nos da forma e identidad es eso que hacemos cuando creemos que no estamos haciendo nada.

Los hábitos no existen en un vacío. Al contrario, la cultura realiza un trabajo activo de animar algunos y de extinguir otros.

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Empecemos por hablar de refrescos (ahorita vamos al síndrome del túnel carpiano, lo prometo)

Por ejemplo, tomen el debate que se dio hace algunos días por el refresco, ese veneno embotellado que es una de las causas directas de la epidemia de diabetes que azota a este país y que se ha encargado de hacer más mortal la ya de por sí muy mortal pandemia de covid-19. 

Cuando hablamos sobre refresco no tarda mucho en salir la conversación sobre los hábitos relacionados con esa bebida. Que si sólo necesitas voluntad para dejarlo. Que si es culpa de los mexicanos flojos sin fortaleza de carácter que no resisten sus impulsos. Que si es culpa de las madres o abuelas que prefieren dar refresco a agua simple. Que si criticar una industria es estigmatizarla (?).

Estos dichos ignoran que el hábito de consumo de refresco está fuertemente alimentado por una industria que se ha apoyado de cuanto truco mercadológico ha tenido a su alcance para convencernos de consumir sus productos de manera cotidiana.

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Y no sólo eso: hay lugares en el país donde hay más refresco que agua, porque el agua disponible se la lleva la industria. Y recuerden que habitamos un país en que promotores del impuesto al refresco fueron espiados con un software diseñado, en teoría, para combatir al terrorismo.

Las consecuencias negativas de nuestros “malos” hábitos no suceden sólo porque sí, sino porque se desarrollan en contextos que las alientan.

Pero me estoy desviando. No me interesa hablar de refresco. De lo que quiero hablar es de mi muñeca derecha.

Los primeros síntomas

El lunes de hace dos semanas apareció en mí un extraño dolor: cada vez que doblaba el dedo índice de mi mano derecha sentía un latigazo punzante, caliente y eléctrico que iniciaba en mi muñeca y terminaba en mi codo.

El dolor desapareció al día siguiente y en su lugar quedó una pequeña molestia. El miércoles transcurrió bien. El jueves transcurrió normal pero, por la noche, el dolor creció súbitamente a lo incapacitante: mi brazo ardía desde adentro pero su piel estaba dormida.

Era como si mi brazo hubiera dejado de ser mi brazo y en vez de eso fuera un palo de madera quemándose, un cable eléctrico soltando chispas, una barra de hierro caliente a punto de fundirse.

El dolor inició a las 9:00 pm y a las 10:30 me tomé la medicina antiinflamatoria que me recetaron. Me dormí a las dos de la mañana. El diagnóstico: síndrome del túnel carpiano.

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La necesidad de cambiar hábitos

Bromeaba con un amigo que, a veces, hablar con un doctor sobre el tratamiento para casi cualquier malestar se traduce en discretamente preguntarle: Doctora, ¿qué puedo hacer para cuidarme que no represente de ninguna manera la incomodidad que supone cambiar mis hábitos para cuidarme?

Porque cambiar hábitos es complicado, por no decir aterrador. Los hábitos son una de las pocas herramientas que tenemos para enfrentar el desorden del mundo.

En nuestros hábitos se refleja nuestra identidad, nuestras aspiraciones, miedos y temores. Los hábitos le dan sentido a las divisiones del tiempo e, incluso, a veces construyen la percepción del tiempo.

El hábito es un reflejo de eso que sucede en el punto del cerebro que integra la experiencia de vida con la cultura. Todo hábito es al mismo tiempo un ritual para apaciguar el caos y un recurso de supervivencia.

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Pero sucede que no siempre aquello a lo que nos habituamos es lo mejor para nosotros o, incluso, una elección consciente.

A veces es una expresión de los malestares y enfermedades e injusticias de la sociedad: bebemos refresco porque es más barato y da más energía que el agua; trabajamos diez horas sentados en una silla porque hay que hacer rico a algún empresario y sostener la economía.

En ocasiones uno puede “decidir” dejar de tomar refresco (¿pero cuál es el lugar de la decisión individual frente a una adicción?), como puede “decidir” tener una mejor postura en el trabajo (¿pero cuál es el lugar de la decisión individual frente a una cultura de trabajo tóxica, en su sentido más literal?) y sentirse mejor.

Sin embargo, para el cambio total de esos hábitos se necesita el cambio necesario de las estructuras de desigualdad y opresión que envenenan al país y, dicho sea de paso, al mundo en general. 

Pero a veces las cosas son menos dramáticas. A veces un hábito es un rezago que se quedó de repetir una y otra y otra vez algo que en algún momento tuvo sentido y no se volvió a cuestionar.

Años de usar demasiado el mouse, de escribir con el celular en la cama, de torcer mi muñeca al jugar videojuegos, de no calentar antes de tocar piano o guitarra, de masturbar y masturbarme efusivamente en posiciones poco ergonómicas, entre otras prácticas, culminaron en la inflamación de los ¿tendones? ¿músculos? ¿ligamentos?

No sé, no soy médico, pero el chiste es que el nervio mediano de mi muñeca está siendo aplastado de una manera en que diosito no quería. Y vaya que me hizo saber su voluntad.

“Hacer una pausa para cuidar de una parte de mí que se encuentra lastimada”

El Síndrome del túnel carpiano es un malestar de malos hábitos y, por lo tanto, lo que hay que cambiar es eso.

Y para la mayoría de las personas, eso implica no sólo un cambio de algunas prácticas de vida sino, en general, una reestructuración pequeña de la misma. Y vaya que es pesado. Pero también trae algo bueno.

Por fin estoy haciendo los ejercicios de muñeca que debí haber realizado desde hace años y ha sido sorprendente ver cómo el cuerpo puede ganar tanta fuerza en tan poco tiempo.

Usar menos el celular y la computadora me llevó a animarme a leer un libro que me regalaron hace varios meses y que no había podido abrir por falta de tiempo.

Mi rumi ha estado al pendiente de mí. Mi novia me cuidó todo el fin de semana y estoy por comer un plato de la pasta que me dejó preparada porque no podía usar la mano para cocinar. Hay gratitud y amor en este hogar.

Me duele la muñeca, y en vez de escapar del dolor como lo hice por años, me concentro en él, me apropio de él, medito en él.

Caliento un calcetín con arroz, lo coloco suavemente en mi muñeca, lo paso por todo mi brazo y comienzo a formar un nuevo hábito: el de hacer una pausa para cuidar una parte de mí que se encuentra lastimada.

El dolor es una experiencia con el poder de separarnos, a través del escape y la negación, o de integrarnos, a través del cuidado y de la atención. No siempre podemos elegir entre estas dos opciones, pero a veces sí, y hoy elijo la segunda.

Escribo este texto en dos partes. En otras circunstancias me hubiera tomado un par de horas pero ahora fueron como cuatro.

Tengo que pulsar las teclas con menos fuerza y velocidad para aligerar la tensión en mi muñeca, así como tengo que tomar pausas para estirar y relajar mi mano. Las constantes pausas y la lentitud también me hicieron tener que concentrarme en lo que quería escribir antes de hacerlo y, sorprendentemente, eso me llevó a disfrutarlo.

Disfrutar cada tecla porque duele pulsarla, disfrutar cada palabra porque mi atención está vertida completamente en el esfuerzo que implica usarla. 

¿En la pausa está el disfrute? No sé, pero en la última que tomé salí del cuarto y vi a Leo, el gatito de mi rumi, acostado en el piso de la sala, mirando a la nada o, quizás, mirando algo que en mi ingenuidad humana denomino como “nada”.

Es una imagen conmovedora, un tanto melancólica pero, finalmente, hermosa. Su hábitos se traducen en comer, dormir y disfrutar del amor que recibe gratuitamente y que de vez en cuando pide.

O sea, su vida, como la de todos los animales de casa, se trata de disfrutar del momento presente, así signifique quedarse durante minutos contemplando un punto inerte del espacio. Podría aprender de eso.