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Feb 04/2021

Los testigos del bullying: cómo frenar la cultura del poder sobre otras personas

Ilustración: @driu.paredes y @re_ilustrador

Cuando era adolescente me bulleaban. Se sabe que los bullies vienen en manada y que, además del bully principal, siempre hay por lo menos uno o dos que funcionan como patiños: sostienen y celebran los actos de su macho alfa como las hienas de Scar en el Rey León. 

El comportamiento de los compinches era curioso: si bien, rara vez iniciaban el bulleo y hasta podían llegar a ser amables conmigo en espacios donde no estuviera presente su amo, en el momento en que la circunstancia cambiaba se convertían en hostigadores capaces de ejercer tanta o más violencia que cualquier otro.

¿Por qué sucedía esto? ¿Eran monstruos? ¿Psicópatas en potencia? 

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‘Ser parte del rebaño’ es un fenómeno que tiene nombre

No. Eran personas actuando como personas. Porque sucede que las personas somos susceptibles a un fenómeno conocido como “desindividuación”: el estado mental en el que la identidad de las personas se funde tanto con el comportamiento grupal, que pierden capacidad de monitorear su comportamiento propio y se vuelven más propensas a actuar como el contexto indique que tienen que hacerlo. 

En otras palabras, la desindividuación es el nombre científico para cuando tu mente entra en modo a tierra que fueres, haz lo que vieres.

Y como sugiere el dicho, su propósito es el de la adaptación. Digamos que vas caminando por la calle y un montón de personas comienzan a correr en tu dirección, horrorizadas.

¿Te quedas a observar qué está pasando para llegar a tu propia conclusión respecto a si la estampida tenía causas válidas o no? No. Primero corres, luego preguntas. Lo mismo si quieres pertenecer a un grupo: imitas sus códigos antes de cuestionar por qué los tienen. 

Sin embargo, y a pesar de ser una tremenda herramienta para la supervivencia a través de la adaptación, la desindividuación es un arma de doble filo.

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Las consecuencias de no examinar tu propio comportamiento

¿Qué pasa cuando adaptarte al grupo involucra ejercer sufrimiento sobre otra persona? En estos casos, la violencia provocada por este fenómeno suele estar cruzada por dos factores: la percepción de que no habrá rendición de cuentas y la falta de monitoreo del comportamiento propio.

Actuar en grupo nos proporciona una sensación de seguridad. Lo mismo es para cruzar una calle oscura que para acosar a alguien en Twitter: cuando no estamos solxs, es más difícil que exista una consecuencia negativa para nuestros actos y esta sensación es favorecida por el anonimato. 

Sin embargo, alguien podría decir, ¿pero dónde queda su consciencia? ¿Acaso no se sienten mal por lastimar a alguien? ¿En ningún momento se detiene a pensar que lo que está haciendo está mal?

Aquí es donde entra el otro factor: la falta de monitoreo del comportamiento propio.

Cuando actuamos como el grupo indica dejamos de observar la moralidad de nuestra propia conducta porque delegamos la responsabilidad a la persona, creencia o ideología en poder que determinó que esa conducta era “correcta”.

Nos justificamos porque “era lo que teníamos que hacer” o porque “era lo que todos los demás hacían”.

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Esta es una de las bases conductuales sobre las cuales se sostienen conceptos como la banalidad del mal.

(Alguna vez, como parte de una actividad de integración, uno de los patiños me pidió perdón. Intentó explicarse a sí mismo: “yo sé que estuvo mal, pero yo nunca inicié nada”. Cuando le asignamos la responsabilidad de nuestros comportamientos a alguien más, la observación del propio disminuye, porque reducimos, precisamente, la percepción de la responsabilidad sobre nuestras acciones). 

Mientras más fuerte sea la identidad grupal, más costos existen por no pertenecer al grupo; más poderosa sea la figura de identidad y más ambigua sea la situación, más se reducirá el monitoreo del comportamiento propio. 

La cultura del “porque puedo”

Los experimentos sobre el comportamiento “maligno” de Philip Zimbardo también demostraron que mientras más intensidad emocional haya, más reduciremos la observación del propio comportamiento y más posible será que lleguemos a actuar con mayor crueldad. 

Todos estos factores influyeron en que compañeros que, por lo demás, quizás no hayan deseado agredirme o quizás hasta hayan sentido culpa, de todos modos lo hayan hecho. 

Es más fácil bullear a una persona cuando no eres la única haciéndolo. Es todavía más fácil cuando es un comportamiento celebrado por el grupo. Es toodavía más fácil cuando el líder de tu grupo lo propicia. Es tooodavía más fácil cuando suficientes personas lo hacen como para sentir que tu acción viene desde relativo anonimato. Y es toooodavía más fácil cuando ese comportamiento grupal es promovido y sostenido por una cultura que no exigirá rendición de cuentas, como lo es la cultura machista en la que vivimos y que promueve que los hombres demostremos nuestra virilidad a través del poder sobre otras personas. 

¿Qué hacer para disminuir las posibilidades e intensidad de una desindividuación violenta?

Se han probado varias estrategias específicas que han demostrado mayor o menor efectividad: reducir el anonimato en comunidades en donde existe (redes sociales, juegos masivos) puede ayudar.

Subir los costos sociales de los comportamientos violentos. Escuchar a las víctimas. Utilizar estrategias de “priming” (la exposición a estímulos que condicionan determinados comportamientos, a veces de forma inconsciente). Ponerle atención a los “testigos” y no sólo a los agresores directos. Estos son sólo algunos ejemplos.

Pero sobre todo, creo que tenemos que promover una cultura de comunidad en vez de búsqueda de poder.

La principal razón por la que tuve compañeros que me bullearon, otros que les hicieron segunda y otros que observaron el comportamiento sin hacer nada es muy sencilla: porque podían. Y la cultura que permite que esto suceda es la que tenemos que apuntar a cambiar.