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Jul 22/2020

Un año de hablar de lo que supuestamente no se debe hablar

Ilustración: @driu_paredes

El primer año de la licenciatura tomé una materia llamada “psicobiología”. El objetivo de la materia era estudiar las bases biológicas del comportamiento.

Una de las varias discusiones que tuvimos en clase tenía que ver con determinismo genético: la creencia de que todo el comportamiento humano está condicionado por nuestros genes. No hay libertad, sólo biología.

Primero, la teoría me interesó. Comencé a leer más sobre el tema y la posibilidad de que todo lo que somos estuviera reducido a la expresión de determinados genes me parecía curiosa.

Luego de interesarme, me fascinó. Luego de fascinarme, me obsesionó. Y luego de obsesionarme, me enfermó: durante una semana entera no pude dormir, no pude comer, no pude trabajar, no pude jugar porque la posibilidad de que la libertad humana estuviera subordinada a nuestros genes me abrumaba al punto del delirio. Tuve varios ataques de pánico y me sentía al borde de perder toda mi conexión con la realidad.

Desesperado, hablé con mi terapeuta. Cuando le terminé de contar todo, ella sólo se rió: una risa empática, amable, que veía con ternura lo que estaba sucediendo (esa ternura muy particular que sólo nos pueden conceder las psicoterapeutas).

Entendí que mi crisis tenía dos aspectos: uno racional, que tenía que ver puramente con las contradicciones e implicaciones filosóficas de la teoría, y que solucionó hablándome de epigenética, plasticidad neuronal y demás temas que, de haberme esperado un mes antes de tener mi crisis, me hubiera enterado por la misma clase, y un aspecto emocional, que tenía que ver con mi relación personal con el control (porque vaya, nadie que no tenga un temita por ahí se pone así por una teoría no muy bien fundamentada sobre la libertad humana).

Cuando salí de su consultorio lo decidí: quería dedicar mi vida a estudiar la sexualidad humana.

En realidad, lo que me dije en el momento fue: “quiero dedicarme a estudiar la interacción entre naturaleza y cultura, y la sexualidad humana es uno de los puntos más críticos y más explícitos donde se puede ver eso”.

Pero esa sólo era mi parte racional hablando. En realidad, quien tomó la decisión fue mi área emocional.

La sexualidad siempre me había parecido fascinante. En parte, por dolorosa: no es lugar acá para enlistar experencias amargas, pero basta decir con que tuve suficientes como para notarla.

En parte, también por amorosa: desde niño he sido una persona muy enamoradiza que a cada rato se enamoraba y a cada rato le rompían el corazón. En parte había algo que se me hacía transgresor de dedicarme a esto en una ciudad tan conservadora como lo es Puebla, de donde vengo. En parte veía la urgencia que existía de hablar de estos temas de forma científica, precisa y sin tabúes en esa misma sociedad. 

Tomé algunos diplomados, estudié una maestría y decidí dedicarme a educar, compartir, divulgar, generar contenido en español que pudiera servir para difundir información que es un tanto difícil encontrar. Ahí estaba la emoción.

Por eso, cuando Mayra Zepeda, editora de AnimalMx me invitó a colaborar en un “nuevo medio” que lanzarían con Animal Político, mi corazón dio un brinco.

No sólo tendría la oportunidad de hacer textos de divulgación sobre el tema, sino también de colaborar con un equipo de periodistas increíbles a quienes admiraba muchísimo desde hace años. 

Y heme aquí, 58 textos después, celebrando y medio sin creérmela. Quisiera ser de esas personas que logran hacer de este tipo de textos poderosos ensayos sobre la gratitud, sobre el tiempo, sobre la paciencia o sobre la vocación. Pero ni modo, no me sale. Nomás soy cursi y ya.

Así que, con toda esa cursilería, no puedo sino sentirme profundamente agradecido por la respuesta que han tenido mis columnas, por las conversaciones que han emanado a partir de ellas, por la confianza que me han tenido para escribirme y criticarme, sugerirme ideas, colaborar con encuestas o, simplemente, platicarme del efecto que tuvo leer algo que hice en sus vidas. 

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Me quedo con eso. Me quedo también con la deuda que tengo por todos los temas pendientes y por los sesgos que inevitablemente tengo y que intento cuestionar todos los días. 

Y bueno, ya sin más que decir:

A Mayra Zepeda, gracias por la invitación y por la confianza. 

A todo el equipo de Animal con quien he hablado en algún momento, gracias por la paciencia, por aguantarme las neurosis y por la increíble labor que hacen día con día. 

A Paulina y a Paola, gracias por leerme antes que nadie con tanta paciencia, atención y mirada crítica.

A todas las personas que alguna vez han abierto algunas de mis notas: gracias por leer, por compartir, por criticar, por construir.

Y pues eso, a quien falte: gracias.

Ahora sí:

El top 5 de los textos más leídos del primer año:

5. El amor y el sexo en los tiempos del coronavirus: ¿qué pasará con mi vida sexual?

4. Cinco consejos para tener mejores erecciones

3. Me gusta ver a mi pareja con otra persona: las historias de a quienes les prende el ‘cuckhold’

2. ¿Qué le pasa a tu cuerpo durante la caricia? 

1. El mal sexo es… Va un decálogo sobre las malas cogidas